Es sabido que el oxígeno es uno de los elementos vitales que necesitamos los seres humanos para vivir. De hecho, podemos aguantar sin el mismo escasos minutos, dado que la sangre lo transporta en su continuo fluir por nuestro organismo. Sin embargo, para que su resultado no sea prejudicial es preciso que no sea puro. Esto parece un contrasentido pero es la realidad, dado que la respiración prolongada de oxígeno puro puede llegar a producir efectos dañinos en los pulmones, en la visión y en el cerebro. Es decir, que si la falta de oxígeno es letal, su uso en estado puro no lo podemos soportar.
Creo que esta paradoja de cómo algo es bueno y necesario siempre y cuando esté rebajado en su calidad, pero puede ser intolerable si se aplica en estado puro, es bien ilustrativa de la condición humana, tanto en su aspecto individual como social.
La justicia es una de las grandes nociones que es patrimonio de la humanidad y sin la cual no se puede vivir. La falta de justicia es similar a la falta de oxígeno, que provoca la asfixia del organismo carente de ella. Por eso cualquier comunidad humana, desde la más simple a la más compleja, la necesita imperiosamente, de ahí que aparezca en los grandes textos jurídicos y políticos de todos los tiempos. La regulación de la convivencia debe administrarse de acuerdo a ella, pues de lo contrario el abuso y el capricho se convierten en ley.
Pero a la justicia le sucede lo mismo que al oxígeno, que su aplicación pura puede ser insufrible, hasta el punto de que un organismo social no pueda sobrellevarla, debiendo rebajarse su pureza para poder ser tolerada. Hay circunstancias, coyunturas y factores que lo aconsejan, a fin de ganar en supervivencia lo que se pierde en justicia. En ocasiones el peso de la historia es tan abrumador y los precedentes tan duros, que se necesita buscar una solución, en la que sin echar totalmente por tierra la justicia, se procura encontrar un punto medio para que la convivencia sea posible. Claro que al hacer eso se convierte a la justicia en una conveniencia a la medida de las circunstancias, lo cual supone una degradación o pérdida de su calidad.
Es por ello que aunque jurídicamente esté bien establecido lo que es justo, puede que sea preciso social o políticamente adecuarlo al momento en que se vive, lo cual significa que de lo justo se pasa a lo recomendable. También puede suceder que al ser lo justo inaplicable, se necesite buscar lo que es posible como meta máxima a alcanzar. Hay una diferencia evidente entre lo justo y lo posible, pero dado lo inalcanzable de lo primero se opta por lo segundo.
Es el viejo dilema entre el idealismo y el pragmatismo o el juego de hasta dónde puedo llegar sin claudicar totalmente. Claro que las cosas siempre pueden ser peores, especialmente cuando se llega a ceder tanto que finalmente por cobardía o miedo se acaba por entregar totalmente la justicia a cambio de tranquilidad. Y entonces es cuando lo vil se apodera de lo justo.
Lo justo, lo posible, lo conveniente, lo viable, lo vil… El problema con este tipo de escala que va de lo más elevado a lo más bajo es que a lo que ya no es justicia en estado puro se le llama por ese nombre, lo que no deja de ser una trampa no sólo del lenguaje sino también de la realidad, obnubilando la visión y torciendo las cosas.
Me temo que
en este mundo a lo más que podemos aspirar es a movernos en medio de esa gradación entre los dos extremos, sabiendo que no podemos, ni nos interesa, alcanzar la cima, pero al mismo tiempo procurando no caer en el estrato más bajo. Es decir, quedándonos en las etapas intermedias, buscando siempre no tanto el bien mayor sino el mal menor. Y todo ello no sólo a nivel colectivo sino también individual.
Por todo ello se hace patente la necesidad de otro orden de cosas, en el que lo puro no sea algo insoportable sino el entorno donde podamos respirar y movernos con naturalidad y seguridad. Pero ese orden de cosas no es de aquí. por eso nuestra condición actual nos descalifica para formar parte del mismo.
Ese otro orden de cosas en el que lo justo es el oxígeno puro tiene un nombre y se llama Reino de Dios. En el mismo lo justo no es lo posible, ni lo conveniente, ni lo viable, ni por supuesto lo vil. Allí lo justo es lo recto, concordando teoría y práctica, definición y ejecución.
Pero ¿cómo acceder a ese orden de cosas de tal nivel, sabiendo que somos injustos y que no soportamos la justicia pura? La respuesta es que
hay algo que se llama justificación, donde, por un lado, se establece la raya inmutable de separación entre lo justo y lo injusto y donde, por otro, el Justo paga por los injustos, para que éstos puedan ser declarados justos ante el Tribunal que entiende de estas cosas. Justificación es el acto en el que la justicia pura es vindicada, no siendo adaptada ni rebajada, y que a la vez nos proporciona el acceso para ser parte de ese orden de cosas nuevo.
Justificación. No puede efectuarla ningún gobierno ni sistema de gobierno humano. Es exclusivamente plan de Dios consumado por Jesucristo en la cruz. Es la piedra angular que sostiene el nuevo orden de cosas que sustituirá al viejo.
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