Además de la asociación que la ciudad de Nuremberg tiene por su reciente pasado con el régimen nazi, hay otra menos conocida, pero no por ello de menor importancia, que esta ciudad tiene. Aunque Nuremberg es parte de Baviera, uno de los länders que constituyen la República Federal Alemana, y aunque Baviera es mayoritariamente católica, sin embargo Nuremberg es primordialmente protestante.
Además, hay un fuerte sentimiento nacionalista anti-bávaro, porque la ciudad es parte del territorio de Franconia. Por lo tanto, es posible que unos ciudadanos de Nuremberg se sientan bávaros antes que franconios y otros se sientan franconios y no bávaros, existiendo una enconada disputa nacionalista al respecto.
Cuando me explicaron todo esto sentí un cierto alivio, ya que los complejos problemas de historia, identidad y convivencia que hay en España resulta que también existen en otras naciones europeas, a las que se considera un modelo al cual parecernos. No somos los únicos, pues, que tienen dificultades en este aspecto y si no que se lo pregunten a los belgas. Claro que mientras la cosa no vaya a mayores se puede sobrellevar; el problema se presenta cuando los conflictos se solucionan por la vía expeditiva, que es lo que ha pasado en España en un pasado no lejano.
Nuremberg fue la primera ciudad alemana en aceptar la Reforma en fecha tan temprana como el año 1525. Cuando se pasea ahora por el centro de la ciudad y se entra en las iglesias de San Sebaldo y San Lorenzo, construidas muy anteriormente a esa fecha, no es posible dejar de imaginar la tremenda conmoción que tuvo que suponer la pérdida de tan importantes enclaves para el catolicismo. Y si eso fue así por las dos iglesias que en aquella época había en esta ciudad, es fácil pensar lo que tuvo que suceder cuando importantes sedes episcopales en toda Alemania dejaron de ser católicas y pasaron a manos protestantes.
En nuestro siglo XXI, caracterizado por la importancia menor que la religión tiene en todas las esferas de la vida, no somos capaces de captar la envergadura de la revolución que desató aquel fraile sajón cuando se atrevió a desafiar el ordenamiento doctrinal y eclesiástico vigente hasta entonces.
Cuando entré en la iglesia de San Lorenzo el organista estaba interpretando una pieza capaz de trasportar a cualquiera más allá de los límites del recinto del lugar sagrado. Es el órgano más grande de todas las iglesias protestantes de Alemania y sus descomunales tubos despiertan ya a la vista la admiración cuando todavía están mudos, pero dejan extasiado el oído de hasta el más profano en música cuando el aire vibra por ellos. El órgano tal vez sea el instrumento musical que mejor es capaz de transmitir la idea de solemnidad y grandiosidad, aunque tardó casi un siglo en ser totalmente aceptado en las iglesias luteranas y reformadas, por el peligro de no ser simplemente un medio en la adoración sino un fin en sí mismo.
Nuremberg fue el hogar de nacimiento de Durero (1471-1528), existiendo actualmente en el lugar donde vivió un pequeño museo que intenta recrear cómo fue su casa y su taller. Durero conoció a Lutero en Augsburgo en 1518 y posteriormente se identificaría plenamente con la Reforma. Es famosa la colección de grabados que hizo sobre el Apocalipsis e inmortal su trabajo en el que dos manos unidas representan la oración. Seguramente él es el personaje más grande que haya dado a luz la ciudad, que le ha dedicado una estatua en un lugar destacado, muy cerca de donde estuvo situada su casa.
Pero además de Durero otros personajes desempeñarían un papel primordial en Nuremberg en aquella cambiante época. Uno de ellos fue Hans Sachs (1494-1576), poeta y polemista, al que Nuremberg ha querido rendir tributo no sólo con una efigie de su persona, sino también con una gran fuente, que representa una poesía de Sachs en la que describe los altibajos de la vida matrimonial.
Sachs fue un destacado crítico de la Iglesia católica, denunciando en sus obras los abusos de las reliquias, la vida monástica, las indulgencias y el papado, mientras que la confesión auricular, el agua bendita y otras prácticas también reciben su correctivo sarcástico. No obstante, no estaba ciego y por ello amonesta a los seguidores de la Reforma por su conducta impropia y su abuso de la libertad.
Otros impulsores de la Reforma en Nuremberg fueron Lazarus Spengler (1479-1534), Veit Dietrich (1506-1549) y Wenceslao Linck (1483-1547), quienes desde diferentes puestos pusieron el peso de su influencia en favor del nuevo movimiento, que terminó cuajando en la ciudad.
Sin embargo, a pesar de todos esos antecedentes y ante la marea que cuatro siglos después inundaría Alemania, la franconia y protestante Nuremberg no fue diferente de la bávara y católica Munich, en su aceptación del nazismo.
¿Cómo es posible eso?
Tal vez porque el nominalismo, tenga la etiqueta que tenga, es sólo un barniz superficial bajo el que se esconde un corazón no regenerado, que es la puerta abierta para que cualquier ideología redentora humanista se introduzca y logre la hegemonía.
Tal vez porque el valor, basado en la Palabra de Dios, que tuvo aquel fraile sajón en el siglo XVI para enfrentarse al imperio, no lo tuvieron los que eran de su persuasión en el siglo XX para enfrentarse a otro imperio.
O tal vez porque la alta crítica a la Biblia, que se abrió paso durante el siglo XIX en muchos centros docentes protestantes alemanes, acabó por minar la feen ella de muchos pastores y congregaciones en el siglo XX, dejándolos desarmados ante el formidable avance del mensaje del nacional-socialismo.
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