Una de las paradojas inherentes al cristianismo es que al fomentar la moralidad en todos los ámbitos de la vida, también en el económico, produce prosperidad, la cual a su vez puede convertirse en un enemigo mortal del propio cristianismo que la ha engendrado.
Ese sería el caso de lo que
ocurrió con aquellos primeros colonos que llegaron a las costas de América septentrional a bordo del Mayflower en 1620 y las generaciones subsiguientes. La intensa piedad personal de los pioneros, expresada en las prácticas de la honradez, el trabajo y la integridad pusieron los fundamentos de una sociedad que llegó a alcanzar, con el paso del tiempo, grandes cotas de bienestar.
Pero con la aparición de la riqueza y la comodidad, el fervor que las había creado comenzó a declinar, convirtiéndose el cristianismo en una señal de respetabilidad humana y finalmente en una etiqueta fría que acabó en el escepticismo. De modo que en el curso de dos generaciones la devoción de los "padres peregrinos" se había trocado en mundanalidad en sus nietos, por el influjo mortal de la prosperidad económica.
El fuego interior que caracterizó a la primera generación se apagó y en su lugar solo quedaron rescoldos humeantes.
Es un ciclo repetitivo que vez tras vez surge en la historia, no solo en la de la Iglesia, sino también en la de las naciones, consistente en tres pasos: El esfuerzo sacrificado con apenas medios para levantar un proyecto, el beneficio que el esfuerzo sostenido engendra y finalmente la decadencia del proyecto, por los males que acompañan a la abundancia.
Una de las reiteradas advertencias que Jesús hizo, a todo el que quisiera escucharle, fue sobre el peligro de convertir la economía en un fin en sí mismo. Algunas de las parábolas que contó tienen como núcleo esa enseñanza.
Por ejemplo, la del rico insensato
[i] es indicadora de cómo los asuntos materiales pueden convertirse en un engaño, que termina por cegar a la persona con respecto a las realidades más trascendentes.
Pero no solamente era cuestión de parábolas teóricas; la constatación de que ese peligro es real, se aprecia en aquel joven que tantas expectativas había despertado en Jesús, que quedaron frustradas porque amaba más sus posesiones que cualquier otra cosa
[ii]. Y es que la seducción del bienestar económico puede convertirse en un señor
[iii], que le hace la competencia a Dios y termina desplazándolo a un segundo lugar en el corazón.
¡Qué cuidado hay que poner para no ser arrastrados por esa mentalidad que todo lo mide por lo económico! La vida, las personas y las relaciones; todo el horizonte, todas las metas y sueños, giran en torno a ello, de modo que delimita y define a la existencia misma, hasta el punto de reducirla a una angosta categoría.
Es por eso que bien puede hablarse de
una doble amenaza:
· El materialismo de la economía.
· La tiranía de su materialismo.
Ante estos dos grandes obstáculos,
Jesús muestra el antídoto, que consiste en la confianza en el Padre celestial
[iv] para evitar el segundo y en el establecimiento de prioridades correctas
[v], para eludir el primero. Porque la obsesión o el afán por lo material no es más que una forma de tiranía, que acaba por apoderarse de la persona, que de ese modo altera equivocadamente las prioridades en la vida.
En un momento dado de gran necesidad material y física personal, Jesús pronunció aquella palabra de que no solo de pan vivirá el hombre
[vi], enseñando de ese modo que incluso en los tiempos de mayor escasez, cuando pareciera que lo material es prioritario y que es legítimo trastocar el orden de prioridades y saltarse los principios más elementales, ni siquiera entonces lo material debe ocupar el lugar prominente en nuestra vida.
Hay algo más que lo material, dice Jesús, y ese algo más no es sólo un añadido, sino realmente lo más importante. Quien esto enseñó no es un teórico que luego no fue coherente con su propia enseñanza, sino alguien que no tenía dónde recostar la cabeza
[vii] y que cuando llegó el momento de enseñar sobre la inscripción en una moneda tuvo que pedir una para poder hacerlo
[viii].
¡Cuidado con la sobredimensión de la economía! Terminó echando a perder a algunos que comenzaron la carrera de la fe y acabaron engullidos en el remolino de la codicia[ix] y si se me apura fue la causa última de la mayor traición que haya contemplado la historia, a cuya ganancia se le llama con razón "salario de iniquidad"
[x].
Hace unos pocos años vivíamos en España seducidos por el hechizo de una prosperidad aparente que resultó ser una ficción; hoy estamos a merced de una calamidad real de la que nadie sabe muy bien cuándo y cómo saldremos. En aquel período de bonanza los corazones estaban demasiados satisfechos como para pensar en algo más que lo material. Ahora están demasiados perturbados como para buscar algo que no sea lo material. Aunque tal vez haya alguien que reflexione y saque lecciones pertinentes sobre el verdadero lugar que debe tener la economía.
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