Las escenas de violencia, descontrol y saqueos, más propias de otras latitudes, llevadas a cabo en buena medida por menores de edad sin ningún sentido de culpabilidad, ponían en evidencia que los huevos que se han estado incubando durante las últimas décadas han eclosionado en una generación que anda sin norte ni referencia por la vida.
Cameron dijo que una parte de la sociedad británica está enferma, señalando que la falta de educación, responsabilidad y moral está en la raíz de los males que han explotado estos días.No es normal oír hablar a un político en esos términos, porque todo lo que huela al bien y al mal, que no sea relativizando ambos conceptos, es sospechoso de antemano y hay que erradicarlo del discurso.
Hablar de moral no solo no da votos, sino que los quita. Y con esa mentalidad se ha estado funcionando durante mucho tiempo, para al final venir a descubrir que la momentánea ganancia obtenida por el silencio en todo lo que tiene que ver con la moral no compensa del desastre que la falta de moral, finalmente, produce en las personas y en las naciones.
Sí, el primer ministro tiene razón: Hay algo podrido en el Reino Unido.Pero no solamente en los suburbios de las grandes ciudades, donde se podría pensar que el culpable es el desempleo y la falta de expectativas; el cáncer también está arraigado en otros sectores de la sociedad, de lo cual es evidencia
el reciente escándalo del periódico News of the World, que tras una larga andadura se ha visto obligado a cerrar por su inmoral concepto del periodismo, en el que, con tal de conseguir una primicia o una exclusiva, todo valía. Pero
News of the World no es más que la punta del iceberg de un periodismo obsceno, que en el Reino Unido se ha hecho hegemónico.
Claro que en realidad Cameron se ha quedado corto al hablar de falta de responsabilidad, educación y moral en una parte de la sociedad británica; en realidad lo que falta es otro ingrediente que es la raíz de los anteriores:
el temor de Dios. Probablemente el primer ministro estuviera pensando en eso, aunque hubiera sido demasiado arriesgado atreverse a decir algo así y estimó suficiente decir lo que dijo.
Ahora es el momento de hacer cuentas después del estropicio acontecido. Es el momento de preguntarse si aquella campaña en autobuses promovida por ateos, que nació en Gran Bretaña, con el lema: ‘Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida.’ no habrá tenido eco en los adolescentesque arrasaban todo lo que encontraban a su paso, pues el testimonio de algunos era que había sido el día más feliz de su vida. Así que gozaron de la vida a su modo, destruyendo, ya que probablemente Dios no existe.
También es el momento de preguntarse
adónde lleva el ateísmo militante que impulsa Richard Dawkins, entusiasta valedor de la campaña de los autobuses, que en su best-seller
The God delusion denigra la fe cristiana, con un lenguaje más propio de una taberna que de un intelectual y científico, como él pretender ser.
Es el momento de preguntarse
por qué a una enfermera cristiana británica se le instruye un expediente sancionador por llevar una cruz en su uniforme, argumentándose que un hospital ha de ser un lugar aséptico no solo sanitariamente, sino también en el terreno de las creencias. Hay que preguntarse igualmente
por qué se lleva a los tribunales a un pastor británico por decir que la práctica homosexual es pecado.
El Reino Unido lleva ya mucho tiempo caminando en una dirección torcida y los recientes disturbios son la constatación externa del mal que corroe internamente a esa nación.Al final, hacer burla, pisotear y combatir a lo recto solo puede volverse contra quienes así hacen. También contra los que, a sabiendas de lo que es malo y bueno, callan para no ser impopulares.
Y de este modo tenemos a una sociedad, la británica, confundida, sacudida y noqueada por una generación a la que se ha alimentado con bazofia moral e ideológica. Todo un paradigma de lo que está pasando en otras naciones europeas.
Pero el Reino Unido necesita algo más que buena moral. Necesita aquello que pasó en el siglo XVIII, cuando la nación, que estaba siendo minada por el deísmo, racionalismo y escepticismo, afluentes todos que desembocaban en otro río llamado ateísmo, fue rescatada por el despertamiento espiritual que, encabezado por hombres como George Whitefield y John Wesley, sacudió todos los estratos sociales, en las ciudades y en los campos, en las minas y en los bufetes, en los mercados y en las iglesias, trayendo salvación a los cultos y a los iletrados, a los grandes y a los pequeños.
Lo que el Reino Unido necesita no pueden proporcionarlo los políticos, ni los partidos que representan, ni las ONGes, ni las organizaciones sociales. Porque lo que esa nación precisa es el evangelio. Aquel evangelio, que la salvó del abismo en el siglo XVIII, es lo único que puede salvarla en el XXI.
Si quieres comentar o