A dicha facultad ha apelado el Gobierno español para solventar la crisis que se había desatado con motivo de la huelga salvaje de los controladores aéreos, la cual dejó todos los aeropuertos españoles colapsados durante un día.
Era la primera vez en treinta y dos años de democracia constitucional que una emergencia de tal calibre se producía y como reza el refrán, ´A grandes males, grandes remedios´, se requería una acción drástica ante una situación drástica. Los perjuicios eran enormes y la ya maltrecha imagen de España, con la importancia que actualmente se le da a la imagen, quedaba todavía un poco más dañada.
Si la desconfianza que en las altas esferas internacionales se respira sobre la capacidad de España para afrontar el reto de levantar una economía al borde de la bancarrota ya era patente, solo faltaba un percance como el sucedido para que los recelos se fortalecieran más aún, de ahí que fuera necesaria una intervención rápida y firme que taponara la nueva vía de agua que se había abierto.
Estado de alarma. Creo que no se podría encontrar una expresión más fiel para describir la situación que atraviesa España en más de un sentido. Aunque desgraciadamente no se trata de un estado que haya comenzado hace unos días y a lo que se haya puesto solución en veinticuatro horas, sino que es algo que venimos arrastrando desde hace ya bastante tiempo y que se agrava por momentos. Por eso cabe hablar de ´otro estado de alarma´. Aquel producido por algo más profundo que una economía deteriorada y de mayor trascendencia que una emergencia momentánea. Tiene que ver con la esencia de la nación, con su estado presente y por supuesto con su proyección futura.
Aunque este otro estado de alarma la letra de la Constitución no lo contempla. Tal vez por eso, sorprendentemente, mientras estamos muy despiertos y somos solícitos interviniendo para declarar el estado de alarma previsto en la Constitución, somos incapaces de detectar y reconocer las evidentes señales que anuncian, para quien quiera verlo, que las cosas van por muy mal camino.
De alguna manera nos pasa lo que a la generación a la que Jesús tuvo que decir que era capaz de discernir el tiempo atmosférico que haría al día siguiente, pero que era incapaz de distinguir las señales de los tiempos que estaban sucediendo delante de ellos(1). Es decir, que podían emplear sus facultades para conocer lo externo o secundario, pero eran negados para entender lo que verdaderamente importa. No es que hubiera nada malo en saber el tiempo que haría al día siguiente; el problema de aquella generación es que era competente para lo que no trasciende y totalmente incompetente para lo que trasciende. Mucho conocimiento no esencial y total ignorancia de lo esencial. Y lo esencial consistía en saber interpretar el momento crucial por el que estaban pasando y actuar en consecuencia. Me temo que en buena parte de gobernantes y gobernados en España sucede algo parecido en la coyuntura actual.
Aunque
si alguien habla de este otro estado de alarma será tachado de alarmista, cuando no de catastrofista, porque todo lo que sea negativo o pesimista hay que desecharlo por definición. Claro que el haber visto los resultados de un optimismo suicida es el mejor antídoto para no quedar acomplejado por el hecho de ser llamado alarmista o catastrofista.
Además, ese otro estado de alarma es el que una y otra vez vemos en la historia del pueblo de Israel. Igual que con nosotros ahora, la situación de esa nación se fue deteriorando con el paso del tiempo hasta llegar a extremos en los que alguien debía dar la voz de alarma. Normalmente los que hicieron tal cosa no fueron sus gobernantes, seculares o religiosos, ya que más bien ellos no eran ajenos a la responsabilidad por la que el pueblo había ido poco a poco descendiendo peldaños en la confusión y degradación generalizada.
Algunos de los hombres que dieron la voz de alarma, los profetas, fueron considerados sembradores de desconfianza(2), de desmoralización(3) e incluso agentes de conspiración(4). Pero a pesar de las críticas recibidas los hechos finalmente les dieron la razón.
Si ha habido razones para decretar el estado de alarma por el colapso de los aeropuertos, hay razones más que de sobra para tocar la trompeta de alarma por la ruina, más que económica, de la nación, de la que solo una humillación ante Dios, individual y colectiva, de gobernantes y gobernados, será la solución.
1) Lucas 12:54-56
2) Amós 7:10-11
3) Jeremías 21:4-6
4) Jeremías 37:13
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