Rezos, ayunos, confesiones, misas, sacrificios y todo lo que pudiera ayudar, era practicado por Lutero en su ansia de ser aprobado por Dios. Pero nada de eso sirvió, antes al contrario, su conciencia no quedaba pacificada, ni siquiera después de que la absolución hubiera sido recibida en el confesionario.
Sin embargo, la luz fue abriéndose paso en el lóbrego y tortuoso camino que aquel fraile agustino estaba recorriendo. Y esa luz vino de su contacto con las Sagradas Escrituras, donde pudo aprender que la justicia de Dios no es solo un atributo divino o la retribución que paga a las obras, sino la bendición misma que él nos otorga gratuitamente mediante la fe en Cristo.
En otras palabras, que aquello que los seres humanos buscan mediante la reforma moral de sus vidas, es concedido a todo aquel que, desesperando de sí mismo, viene a Cristo. El corolario de todo eso está claro: si la reforma (la obtención de la justicia) es un don de Dios, están de más todos los otros caminos para llegar a ella; es más, seguir sosteniendo la validez de los mismos es, en última instancia, rechazar lo que Dios ha preparado y empecinarse en lo que el hombre ha elucubrado.
Las repercusiones de esta manera de entender la reforma se sucedían en cascada y obedecían a la ley de causa y efecto. Si la justicia de Dios es un don, se sigue que es de gracia y por lo tanto no hay mérito alguno por el que sea concedida, por lo que la sola fe, sin obras, es la condición necesaria para recibirla. Pero esto significaba que toda la doctrina del tesoro de méritos, que por siglos Roma había enseñado, se iba al traste. El único mérito ante Dios lo tiene Cristo y nadie más, siendo su mérito el que se nos cuenta a nosotros cuando creemos en él y por el que somos declarados justos por Dios. Toda esta revolucionaria, pero bíblica, manera de entender la reforma se podría resumir en una proposición que Lutero escribiera, junto con otras noventa y seis, unas semanas antes de hacer públicas las 95 Tesis:
´No nos hacemos buenos por hacer cosas buenas; sino que cuando hemos sido hechos buenos, realizamos actos buenos.´(1) Lo cual estaba en las antípodas de lo que el cardenal entendía por reforma.
Cisneros y Lutero: dos hombres y dos formas de entender la reforma. El primero poniendo el acento en la mejora de nuestras obras, el segundo anulando el valor de esas obras y destacando el valor de la Obra de Cristo por y para nosotros.
¿Significa eso que no había cabida en Lutero para las buenas obras? ¿Querrá decir ello que el evangelio no tiene repercusiones morales? ¿Que da lo mismo el tipo de sociedad en la que vivamos, bien sea una donde el temor de Dios sea tenido en cuenta u otra donde la maldad campe a sus anchas?
La respuesta de Lutero es un enfático no. De la misma manera que el apóstol Pablo defendió la justificación por la fe, pero ello no le fue obstáculo para anhelar una sociedad en la que
´vivamos quieta y reposadamente con toda piedad y honestidad´(2), así
fue con Lutero.
Por eso es importante que tengamos en cuenta una de sus obras más significativas: A la nobleza cristiana de la nación alemana. Escrita en 1520 iba dirigida, como dice el título, a los gobernantes alemanes y en el mismo examina la situación de Alemania en sus aspectos eclesiástico, social y moral.
Lo deplorable del estado de cosas al que Alemania había llegado es tratado por Lutero con precisión y rigor. Primero le da un repaso a Roma y a su curia, para a continuación tocar cuestiones que estaban a la orden del día en su nación. Por ejemplo, se hacía necesaria una reforma de la educación tanto a nivel elemental como superior, pues en las universidades
´…se lleva una vida disoluta… y solamente reina el ciego maestro pagano Aristóteles´.
Así pues, la instrucción de los niños y jóvenes era un asunto de capital importancia para el gran reformador. No era cuestión, pues, de dejar a las nuevas generaciones en manos de paganos para que ellos los formaran a su antojo, que es lo que actualmente en España algunos persiguen.
En su mirada a la sociedad no se olvida de los vicios de su tiempo, como la glotonería, la ebriedad y la opulencia en el vestir, ni de problemas públicos de hondo calado moral, como la prostitución o la mendicidad, sin olvidarse del préstamo a interés, al que llama
´el infortunio más grande de la nación alemana´ pidiendo que se ponga
´freno a los Fugger(3)
y otras sociedades parecidas.´
En fin, todo un programa de reforma social y moral a gran escala. ¿Quién dijo que la reforma que Lutero proponía era sólo de carácter espiritual? Si viviera hoy y fuera español ¿se quedaría indiferente ante la ofensiva anti-cristiana que desde algunos sectores se impulsa? La diferencia con Cisneros es que mientras para éste la reforma moral era el evangelio mismo, para aquél era su corolario. Ésa es la distancia que separa al reformador español del reformador alemán. La misma que separa al moralismo del evangelio.
1) Tesis 40
2) 1 Timoteo 2:2
3) Banqueros alemanes
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