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Me queda la Palabra

Uno de los criterios por el que podemos medir la fuerza, creatividad y empuje de cualquier movimiento es su capacidad para tomar palabras que ya están en circulación y darles un nuevo contenido, de manera que sean vehículos de su mensaje. Por eso podemos deducir que el cristianismo fue tal clase de movimiento dinámico, porque fue capaz de tomar vocablos ajenos y hacerlos propios, hasta el punto de dejar una impronta en los mismos que los caracteriza como eminentemente cristianos.
CLAVES AUTOR Wenceslao Calvo 19 DE JUNIO DE 2008 22:00 h

Por ejemplo, los términos ágape, iglesia, diácono, salvación o misionero, por citar unos pocos, ahora nos parecen tan cristianos que nos resulta difícil imaginarlos no asociados a un contexto cristiano, y sin embargo, originalmente, así fue. Salvo excepciones, como el término Trinidad, los cristianos no inventaron palabras nuevas para describir los grandes conceptos de su doctrina; más bien, escogieron las que ya estaban en circulación y las acomodaron a la nueva realidad.

Por supuesto eso no quiere decir que fueran descuidados en la elección de las palabras. Por ejemplo, para describir el amor nunca hacen uso de la palabra que más a mano tenían, eros, sino que van a echar mano de otra palabra, ágape, que no poseía las connotaciones sensuales de la primera; un criterio que ya siguieron los traductores de la Septuaginta. Y aunque en principio ágape no era un término que tuviera la calidez ni la fuerza de eros o filien, sin embargo va a ser la usada por los escritores del Nuevo Testamento para expresar no solo el elemento volitivo que hay en el amor sino también el elemento afectivo, dándonos así una idea completa del amor de Dios. De manera que ágape ha pasado por una especie de metamorfosis, desde su estado secular y carente de precisión, hasta su estado cristiano bien definido.

Por supuesto que el cristianismo no es el único movimiento que ha efectuado esa transformación en el significado de las palabras. El marxismo tomó el término alienación para expresar lo que a sus ojos se produce en la sociedad capitalista, donde el trabajador está alienado de su propio trabajo al no poseer los medios de producción, convirtiéndose el trabajo, de esa forma, en algo compulsivo, en lugar de ser creativo y espontáneo. La alienación consiste en que el trabajador no encuentra realización o plenitud en lo que hace. De ahí que alienación llegara a ser una palabra clave en la divulgación ideológica comunista.

Así pues, la capacidad de revestir a las palabras con un nuevo significado es vital para que un movimiento se singularice. Una vez hecho eso es preciso que las palabras con el nuevo significado arraiguen y se difundan, siendo esto último el criterio final para saber si tal movimiento es fuerte o débil. Es decir, ocurre con el lenguaje lo mismo que con el comercio: si soy capaz de exportar nuevos conceptos es señal de vigor, así como si exporto mercancías es señal de riqueza. Pues bien, si esto es verdad se sigue que el cristianismo está en sus horas más bajas en Europa, donde no sólo es incapaz de moldear nuevos conceptos sino que está perdiendo los propios e ingenua y peligrosamente está asimilando otros nuevos que se están diseñando desde ciertos Departamentos, Gabinetes y Ministerios de Propaganda. Si perdemos esta batalla de las palabras significará que habremos sido asimilados por los estrategas que las han diseñado, quedando a merced de lo que quieran hacer de nosotros.

La obra Pido la paz y la palabra (1955) del poeta español Blas de Otero (1916-1979), contiene un poema titulado En el principio, que dice lo siguiente:
Si he perdido la vida, el tiempo,
todo lo que tiré como un anillo al agua.
Si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada.
Si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los ojos para ver el rostro
puro y terrible de mi patria.
Si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Es significativo que Otero titulara este poema En el principio, que son las primeras palabras del evangelio de Juan, donde se proclama la existencia, personalidad, eternidad y deidad del Verbo, esto es, de la Palabra de Dios. El poeta asocia de alguna manera ese prólogo del evangelio con su propia estimación de la palabra, expresando que aunque lo ha perdido todo, que ha sufrido de todo y que ha luchado sin tregua, todavía le queda una cosa: la palabra.

Pues bien, usando la misma frase de Blas de Otero, aunque con un pequeño pero importante desplazamiento, eso es lo que ahora es urgente retener. ¡Me queda la Palabra!

Cuidado con los que quieren quitárnosla y subrepticiamente darnos otra diferente. Algunos de los que tal hacen están fuera de la iglesia, pero hay otros que están dentro de ella. Por eso es urgente la permanencia en la Palabra, la vuelta a la Palabra, la preeminencia de la Palabra, el estudio de la Palabra y la práctica de la Palabra, para que podamos decir: ¡Me queda la Palabra!

Y si nos queda la Palabra, entonces palabras como hombre, mujer, familia, matrimonio, justicia, libertad, tolerancia y tantas más, tendrán su auténtica dimensión y su verdadero significado. Porque la Palabra define las palabras.
 

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