Que el propio Chávez se mueva en una retórica mesiánico-populista y compare su mandato al reino de Cristo no es de extrañar, en vista de su peculiar personalidad humana y política, pero que líderes evangélicos lo definan como
‘una visita de Dios’ es lo preocupante. Claro que no es la primera vez ni será la última en la que dirigentes religiosos hacen manifestaciones de ese carácter y relacionan a fulano o a mengano con Dios. En ese sentido, como en tantos otros, la Historia es una gran maestra, aunque, desgraciadamente, aprendemos muy poco de ella.
El pastor Martyn Lloyd-Jones (1899-1981), exponiendo en cierta ocasión la doctrina de la providencia de Dios, comenta lo fácil que nos resulta a todos atribuir cualquier suceso que nos parece bueno, para nosotros o para nuestro país, a la providencia de Dios. Sin embargo, él da una palabra de precaución al respecto mencionando el caso de ciertos pastores evangélicos alemanes que en 1934, ante el ascenso de Hitler al poder, publicaron la siguiente declaración:
‘Estamos llenos de agradecimiento a Dios porque, como Señor de la Historia, nos ha dado a Adolf Hitler, nuestro dirigente y salvador en estas difíciles circunstancias. Reconocemos que estamos entregados y estrechamente vinculados, en cuerpo y alma, al Estado alemán y a su Führer. Esta atadura y este deber contiene para nosotros, como cristianos evangélicos, su más profunda y santa significación en su obediencia al mandato de Dios.(1)
Ahora, retrospectivamente, a todos nos parece deplorable que destacados cristianos pudieran hacer semejante proclamación. Sin embargo, ellos fueron sinceros a la hora de hacerla y pensaban que estaban en lo correcto al asociar de alguna manera la aparición de Hitler con la intervención de Dios. Todo en Alemania, en aquellos momentos, invitaba a pensar de esa manera, pues, por fin, surgía alguien que restauraría la grandeza y el prestigio de una nación que había sido humillada tras su derrota en la I Guerra Mundial. En otro comunicado de 1933 afirmaban:
‘Decimos que Dios nos ha dado este giro de la Historia; a Dios sea la gloria. Como vinculados a la Palabra de Dios, admitimos un nuevo cometido de Dios para su Iglesia, ante los grandes acontecimientos de nuestros días.(2) Lo que en un momento dado eran profundas reflexiones teológicas para contextualizar el evangelio ante los sucesos que estaban ocurriendo, setenta años después nos sonrojan y nos hacen preguntarnos: ¿Cómo se pudieron decir tales desatinos?
Pero para que no pensemos que únicamente de un determinado lado político se han hecho tal tipo de manifestaciones, Lloyd-Jones añade otra de signo contrario, cuando cita la afirmación que se hizo de Stalin:
‘Es un dirigente de nuestras fuerzas armadas y culturales con unción divina, que nos lleva a la victoria’(3) Seguramente no era eso lo que posteriormente pensara Jruschov cuando, en 1956, presentó ante el XX Congreso del PCUS un informe relatando
“la intolerancia, brutalidad y abuso de poder de Stalin.’
Ahora es fácil abochornarse por ciertas declaraciones, pero en el fragor y el entusiasmo del momento, se consideraron brillantes y verdaderas. Por eso la precaución que Lloyd-Jones recomienda está llena de sana sabiduría, no solamente para los casos retrospectivos sino también para los actuales y los que eventualmente se puedan producir en el futuro.
La cuestión es saber si, llegado el momento, sabremos estar a la altura de las circunstancias y mantendremos el equilibrio y la ponderación necesarios. Aquellos dirigentes alemanes, mediante su errónea atribución a Dios de algo que al final resultó ser una monstruosidad, dejaron el evangelio por los suelos e influyeron negativamente en muchos ciudadanos de a pie que creyeron a sus dirigentes espirituales. Me temo que pueda llegar a ser el caso, no sólo de los líderes eclesiásticos venezolanos, sino también de todos aquellos que elevan a los altares a cualquier mandatario que, aparentemente, parece ser o tener la respuesta a los insolubles problemas de una nación.
Por eso, en lugar de dar la cara por personajes de los que posiblemente tengamos un día que avergonzarnos o arrepentirnos de haberlos encumbrado, haríamos bien en relativizarlos, porque a fin de cuentas son meros hombres que no sólo tienen los pies de barro sino que, como los demás, están hechos enteramente de barro.
Claro que, seguramente, los incondicionales de Chávez nos dirán que su caso es diferente y nos presentarán un sinfín de argumentos que lo avalan. Exactamente lo mismo que, en su día, también hicieron los incondicionales de tantos que el paso del tiempo mostró en su verdadera dimensión. Es por ello que he decidido atribuir solamente a Uno la gloria y el encumbramiento que en sí mismo tiene y merece. Aquel que destaca sobremanera, como dice el texto bíblico superior, por encima de todos los demás: Jesucristo.
(1) Dios el Padre, Dios el Hijo, Martyn Lloyd-Jones, Editorial Peregrino.
(2) Op. Cit.
(3) Op. Cit.
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