Islam y censura

La suspensión en Alemania de Idomeneo, la ópera de Mozart, es la expresión más evidente de esa censura en un país donde, al tener una de las más altas cotas de población musulmana de la Unión Europea, el factor miedo ha terminado por quebrar uno de los principios más fundamentales de una sociedad que se llama libre.

Aquí en España también nos hemos vuelto muy cuidadosos en nuestras expresiones hacia lo islámico, hasta el punto de mutilar la fiesta de Moros y Cristianos que desde hace varios siglos se viene celebrando en la localidad de Alcoy para conmemorar la victoria cristiana sobre los musulmanes en 1275. La consigna, inaudible pero tangible, es no ofender para evitar represalias. Y no es que a estas alturas nos hayamos vuelto más sensibles. No. Simplemente es que el telón de fondo de los atentados del 11-M en Madrid, unido a todo lo que se está cociendo en la esfera mundial y al incremento de la población musulmana en España, son ingredientes suficientes para que los organizadores de Moros y Cristianos hayan eliminado la participación de los Moros en el festejo, aunque oficialmente se hayan dado ridículas razones para explicar el cambio. Por cierto, ya el solo empleo del término Moros es peyorativo y todo un indicador del concepto que el español medio tiene hacia los musulmanes. Pero esto, que está arraigado en el inconsciente colectivo de muchos españoles, no es tan fácil de cambiar como una coyuntural modificación del decorado de esa fiesta.

En estos momentos de miedo al Islam uno se pregunta dónde están los que por tanto tiempo han hecho del cristianismo blanco de sus críticas y parodia de sus representaciones. Si el cristianismo histórico es culpable de muchos desaguisados políticos, sociales y personales ¿No lo es igualmente el Islam, al menos en la misma proporción? ¿Por qué no emplean su arsenal dialéctico y cultural para denunciarlo? ¿Dónde están los directores de cine que se atrevan ahora a realizar una película sobre la conculcación de los derechos humanos por el Islam? ¿El reconocido Pedro Almodóvar, tan fustigador él en sus películas de los valores cristianos tradicionales, será capaz de hacer lo mismo con los valores musulmanes? ¿Se atreverá Madonna a cambiar la cruz por la media luna en la provocadora iconografía de sus conciertos y video-clips? ¿Habrá alguien en Occidente que siga los pasos de la compañía satírica británica Monty Python para mofarse de Mahoma como hicieron con Jesucristo? Parece que la respuesta a estas preguntas es no. Y es no por razones de conveniencia. Una conveniencia que está muy cerca de la cobardía. Lo cual nos enseña que tantos adalides de la libertad de expresión lo son hasta cierto punto; hasta el punto en el que su pellejo no corra peligro, lo que indica que mucho de su alarde democrático es fuego de artificio.

Pero volviendo a Benedicto XVI, él no hizo ninguna provocación para ofender innecesariamente a nadie; simplemente apeló a la razón como árbitro supremo para extender la fe (aunque la Iglesia que él representa no ha sido un ejemplo precisamente de ello y en España sabemos bastante de eso). La cita del emperador Manuel II desencadenó la tormenta y a partir de ahí el teólogo Joseph Ratzinger tuvo que dar paso al diplomático, que como jefe de Estado es, para calmar los ánimos y que las aguas volvieran a un cauce menos crispado.

• Definición de la fe. Éste es el único lugar en la Biblia donde encontramos una definición de la fe. En otros lugares vemos la fe en acción, pero aquí se nos dice lo que es la fe. Hay dos palabras que sobresalen en esa definición: hipóstasis y pragma. La primera significa fundamento o cimiento, es decir, lo que sostiene y da estabilidad, con lo que tendríamos que la primera parte de la definición sería: ‘…la fe es el fundamento de lo que se espera’. Esto quiere decir que la fe es algo sólido, porque es fundamento, y además que mira hacia delante, porque está conectada con lo futuro. Si lo ponemos en términos opuestos obtendremos que la incredulidad, o falta de fe, no tiene fundamento y tampoco tiene futuro. Por eso este mundo carece de solidez y no sabe adónde va, porque no cree.

La otra palabra de la definición es pragma, que significa hecho, verificación. Por lo tanto la frase diría: ‘…la fe es la evidencia de lo que no es evidente (a los sentidos)’. Si tomamos a los sentidos como fuente de evidencia ésa puede ser parcial y hasta engañosa, pues sabemos de su limitación para captar realidades físicas que están más allá de su alcance (los ultrasonidos son inaudibles para el oído humano, los rayos infrarrojos son invisibles para el ojo humano). Si en el mundo físico hay cosas que existen pero no podemos percibirlas, es razonable pensar que los sentidos no son el juez final que pueda dictaminar lo que es o no real. Luego los sentidos no son competentes para evaluar las realidades espirituales. Pero la fe sí.

• Fe y conocimiento. Hubo un tiempo en el que la fe era la máxima autoridad en todos los campos del saber, lo que llevó a muchos errores y supersticiones. El caso de Galileo posiblemente sea el más conocido de todos. Sin embargo, la reacción fue irse al otro extremo al expulsar a la fe del ámbito del conocimiento y pretender que la ciencia tenía todas las claves necesarias para decírnoslo todo, incluso sobre nuestros orígenes. A partir de ahí se estableció una dictadura de la ciencia que restringió la fe a un nivel subjetivo e insignificante.

Sin embargo el texto dice que gracias a la fe conocemos, luego hay una relación entre fe y razón, relación que se da en el ámbito de la Revelación. Eso quiere decir que hay racionalidad en la Revelación. ¿Es razonable que el universo tenga un Creador? Sí, lo es. ¿Es razonable que el Creador no usara ningún material previo para su obra sino que le bastara el poder de su palabra? Sí, lo es. Tal como una traducción literal del texto diría: ‘…de modo que lo visible no fue hecho de lo tangible.’

• Fe y acción. Los casos de los hombres y mujeres que se citan en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos, muestran que la fe no es una entelequia para sostener a los débiles, ni una muleta para ayudar a los cobardes, ni una droga para manipular a los ignorantes. Más bien todo lo contrario: se trata de algo que supone vivir contra corriente, tomar riesgos y sufrir, incluso la muerte, por su causa. Es decir, la fe es cosa de fuertes y de valientes, lo que, por implicación, significa que más bien es la incredulidad lo que es propio de débiles y de cobardes.