Una de las fórmulas que bastantes enanos han usado para salir adelante en la vida ha sido la explotación de su físico, la mayor parte de las veces muy a su pesar, en el mundo del entretenimiento donde han sido fácil divertimento de los espectadores en circos, burlescas corridas de toros o papeles ridículos en el escenario. Una de las figuras que ya aparece en las cortes medievales de toda Europa y que alcanzará su pináculo en España con la casa de Austria será la del bufón, ese personaje con licencia para reírse y hacer reír, mitad payaso y mitad filósofo, que pone en la picota a potentados, validos y hasta a los mismos reyes. Claro que, al igual que ocurre con el carnaval, esa crítica irrespetuosa es parte del entramado que ayuda a sostener lo criticado, al ser válvula de escape por la cual se canaliza lo irreverente y mordaz. El dardo del bufón es como la picadura del mosquito, suficiente para provocar pero insuficiente para hacer daño.
En el Museo del Prado de Madrid hay abundantes retratos de enanos y bufones plasmados por las manos maestras de Diego Velázquez y Juan Carreño en una etapa en la que España como conjunto y la corte en particular están inmersas en un profundo proceso de decadencia: los reinados de Felipe IV y Carlos II. Tal vez esos enanos y bufones, unos deformes y desnudos que provocan risa, otros como
El niño de Vallecas que inspiran lástima y otros en su atormentada personalidad que transpira una profunda soledad, fueran el mejor resumen de aquella España tragicómica.
Parece que Holly One pudiera sintetizar en sí mismo toda la carga portadora de los enanos de Velázquez y Carreño: risa, lástima y soledad, incluso a pesar de haber vivido una vida de disipación y deleite que para muchos sería el no va más de lo deseable. Al final, una muerte inesperada y prematura ha convertido en cenizas todo lo que en su momento fue placer y esplendor. Es posible que en el antro de Barcelona donde Holly One entretenía a la gente se haya guardado un minuto de silencio en su memoria para, a continuación, reanudar la orgía y la diversión.
Y es que en el mundo de la pornografía nada es lo que parece. Ya no solamente porque lo artificial y lo irreal lo dominan gracias a implantes, cirugía y operaciones, sino porque detrás de todo ello se agazapan fantasmas y demonios que hay que combatir y amordazar como sea, aun echando mano del alcohol, las drogas o los fármacos. Una de las más conocidas exponentes porno en Francia fue Eve Valois (Lolo Ferrari), la mujer que se sometió a múltiples operaciones para transformar su cuerpo porque ello, según afirmaba, le daba seguridad. Una seguridad que en su adolescencia le fue robada por su madre, quien continuamente la descalificaba como estúpida, inútil y fea. Sus posteriores sesiones fotográficas, sus películas, sus apariciones en la televisión no fueron sino el conjuro para ahuyentar el profundo complejo y rechazo recibido años antes. Pero el éxito y la fama obtenida sólo eran una manera de enmascarar un grave problema personal, no de solucionarlo. Por eso tenía que recurrir a los antidepresivos para poder continuar. Hasta que una mañana de marzo del año 2000 apareció muerta sobre su cama cuando contaba 37 años de edad.
En Italia fue la reina del porno durante varios años y por su cama pasaron afamados actores, deportistas, escritores y políticos del momento. Era todo un personaje, la sensación a la que había que entrevistar, fotografiar o contratar. Incluso se presentó en 1992 a las elecciones italianas bajo el paraguas del Partido del Amor de Italia, en el que se abogaba por la legalización de burdeles, cambio de educación sexual y la creación de ‘parques de amor’. Repentinamente, en el verano de 1994, se sintió enferma, falleciendo Moana Pozzi en septiembre de ese mismo año a la edad de 33 años.
En el pasaje superior se hacen cuatro comparaciones que, aparentemente, no dejarían lugar a dudas en cuanto a la elección de lo mejor. Al menos un hedonista no titubearía … pero a veces las apariencias engañan, porque en realidad
- El día de la muerte es mejor que el día del nacimiento, si el primero es el sello que pone fin a una vida en el temor de Dios y el segundo es el inicio de una vida entera de espaldas a él.
- La casa del luto es mejor que la del banquete, si de la primera se saben extraer lecciones provechosas y profundas que no se hallan en la segunda.
- El pesar es mejor que la risa, si tal pesar es una tristeza según Dios que conduce al arrepentimiento para salvación y la risa sólo un estrépito de necedad.
- La reprensión es mejor que la canción, si hay un corazón dispuesto a aprender de la severidad de la primera y no se deja engañar por la adulación de la segunda.
Sí, los hedonistas también lloran, sufren y mueren. Su dios, el placer, es escurridizo, hasta el punto de que cuanto más se le quiere retener menos se deja atrapar; en cuanto a su filosofía, es un fracaso que sólo lleva al hastío y a la miseria. La experiencia de tantos y la enseñanza de Eclesiastés así lo confirman.
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