En la anterior entrega, me detuve en uno de los aspectos apuntados por Jesús acerca de los bienes materiales: el peligro más que evidente de que acaben siendo nuestros dueños y nosotros, sus siervos. Que esa realidad se repite a cada instante en derredor nuestro no se puede negar, pero los principios del Reino enfatizan que no debería darse nunca. Los ciudadanos del Reino, por definición, siguen normas distintas a los de aquellos que no han aceptado en sus vidas la soberanía de Dios. Esa realidad debería quedar también de manifiesto en lo relativo a aspectos tan trágicamente reales como la ansiedad y la seguridad.
Una de las razones por las que el dinero y, en general, las posesiones son tan ambicionadas es porque se cree que otorgan una sensación de seguridad. Es dudoso que así sea, en realidad, pero no puede negarse que son millones los que lo creen. Lo que ya es menos dudoso es que, al no tenerlas en las condiciones ambicionadas, generan una sensación de angustia y ansiedad que puede llegar a lo insufrible.
Pocas veces se habrá expresado con más claridad esta realidad que en el fragmento de la predicación de Jesús, conocida como el Sermón del monte, que se encuentra en Mateo 6: 24 ss. De manera bien reveladora, en el v. 24, Jesús utiliza el término Mamonás para referirse a los bienes materiales. No es casual. La palabra tiene una raíz que indica el concepto de fuerza que proporciona seguridad. Sin embargo, el ciudadano del Reino no puede aceptarlo. Si así lo hiciera correría el riesgo de acabar sirviendo a Mamonás – la misma idea que vimos en la última entrega – y eso significaría desvincularse de Dios porque no se puede servir a dos señores.
Pero
Jesús va más allá en esta predicación que en la parábola. La razón por la que la gente busca a Mamonás – y acaba convirtiéndose en su siervo – es la ansiedad. De hecho, la palabra contenida en el v. 25 y traducida por “no os afanéis” o “no os preocupéis” es un término especialmente fuerte en griego que implica ansiedad, angustia o extrema desazón. El ser humano mira sus necesidades y al ver que no se cumplen en la manera que desearía cae en la ansiedad y no pocas veces en convertirse en siervo de Mamonás. Sin embargo, el ciudadano del Reino no debería aceptar tan trágica dinámica.
En primer lugar, el que acepta la soberanía de Dios debe mirar. La referencia es importante porque vivimos en una sociedad que nos mete tantas cosas por los ojos que no nos deja ni mirar, ni ver, ni observar. Pero Jesús señala que eso es imperativo. Hay que detenerse y observar. Lo que se ve entonces es que existe un orden providente de Dios que se ocupa de seres tan insignificantes como las aves (v. 26) o las plantas (v. 28), seres, por definición, mucho menos importantes que un ser humano.
En segundo lugar, el que acepta la soberanía de Dios debe ser realista. Por supuesto, uno puede preferir dejarse llevar por la ansiedad, pero – entre nosotros – semejante conducta no da el menor resultado. Nadie por ser víctima de la angustia ha vivido más o ha aumentado su estatura – el texto del v. 27 admite ambas lecturas – y nosotros no vamos a ser la excepción.
En tercer lugar, el que acepta la soberanía de Dios debe distinguirse de los paganos. Es natural, completamente natural, que los paganos se dejan arrastrar por la ansiedad (v. 32 a). No hay más que leer el periódico o escuchar la radio para percatarse de que motivos no les faltan. Pero los que tienen a Dios por rey saben que no es como los reyes o los políticos de este mundo. Es un Padre en el sentido más pleno del término. Ese Padre sabe lo que necesitamos incluso mejor que nosotros mismos (v. 32) y es consciente de que valemos mucho más que el resto de la Naturaleza (v. 26 y 30).
En cuarto lugar, el que acepta la soberanía de Dios tiene otra escala de prioridades. Precisamente porque sabe que Dios es su Padre, dejará la ansiedad que es inútil porque nada arregla (v. 34) y buscará, en primer lugar, vivir como ciudadano del Reino, es decir, buscará la soberanía de Dios y Su justicia (v. 33 a). Sin duda, será la conducta más realista porque Dios, su Padre, les dará lo que necesitan.
He vuelto sobre estas palabras de Jesús una y otra y otra vez desde que me convertí en 1977.
No tengo la menor duda de que el apego a ellas muestra como muy pocas cosas hasta qué punto la afirmación de que Dios es Rey en nuestras vidas es real o, simplemente, no pasa de ser una afirmación sin mayor trascendencia. Sin embargo, no se trata de un asunto baladí porque el verdadero ciudadano del Reino sabe que es posible vivir en este mundo, aún sometido al Maligno, sin ansiedad ya que, a diferencia de los paganos, le consta que hay un Padre que cuida de él las veinticuatro horas del día.
CONTINUARÁ
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