Pocos temas pueden resultar de mayor actualidad hoy en día que la visión del trabajo.No lo digo – aunque no falta relación – por la elevadísima tasa de desempleo que sufre España sino por la manera en que un desapego de la visión bíblica del trabajo ha tenido y tiene como consecuencia directa un impacto pavoroso sobre naciones que, sociológicamente, son católicas y que, por supuesto, incluyen no sólo a España, Italia o Portugal sino también a las repúblicas hispanoamericanas.
Adelantándome a airadas objeciones, concedo que hay gente muy trabajadora en todas esas naciones y que incluso, cuando emigran digamos por caso fuera de España, Italia o México, pueden dar un resultado laboral extraordinario. Sin embargo, no sucede lo mismo en sus lugares de origen y las razones son, en nada escasa medida, culturales.
La semana pasada, sin ir más lejos, estuve cenando con un economista que ha sido profesor en distintas universidades norteamericanas y que, durante los últimos años, se ha dedicado a asesorar a distintos gobiernos con el resultado de que han podido evitar que sus naciones se vieran precipitadas en la crisis. Como no podía ser menos, también dedicamos bastante tiempo a hablar de España. Tras señalar con todo lujo de detalles que el sistema autonómico es un disparate insostenible que acabará llevándose por delante el entramado constitucional y económico – voy a evitar sus comentarios sobre regiones concretas para no herir susceptibilidades - el economista me señaló con rotundidad: “No cabe engañarse. España ha pretendido vivir con unas cifras de productividad que son propias del Tercer mundo y un nivel de vida que es el propio de Alemania. Eso no puede ser”.
Me consta que se puede hablar de lo trabajador que es mi primo Manolo o mi sobrina Encarni y alegar otras honrosas excepciones, pero
el dato es irrefutable y es una de las consecuencias de que España jamás ha tenido una cultura de trabajo como la enseñada en la Biblia, precisamente porque la Biblia, gracias a la iglesia católica, ha sido un libro prohibido y perseguido hasta ayer por la noche en términos históricos.
De entrada,
la Biblia enseña terminantemente que el trabajo NO es una consecuencia de la Caída sino una situación que Dios encargó al ser humano con anterioridad y que resulta tan esencial para él como el “peru u rebu”, es decir, el “creced y multiplicaos”.En Génesis 2: 15, se señala con claridad que Dios colocó al hombre en el huerto de Edén “para que lo labrase y cuidase”, es decir, para que asumiera tareas de creación de riqueza y de conservación medio-ambiental que diríamos hoy. La imagen de un Adán entregado a lo que los italianos – también, qué casualidad, los italianos… - llaman el “dolce far niente”, es decir el “dulce hacer nada”, no se corresponde lo más mínimo con la descripción contenida en las Sagradas Escrituras.
Es cierto que la Caída (Génesis 3: 16-19) alteró ambas misiones humanas – la de crecer y multiplicarse y la de trabajar creando riqueza y conservando la Naturaleza – pero ni el trabajo ni el tener hijos son un castigo de Dios. A decir verdad, según enseñó Jesús, Dios, tras tomarse un séptimo día de descanso, ha seguido trabajando hasta la actualidad (Juan 5: 17).
Las culturas que han sabido ver este principio fundamental y fundacional – el judaísmo y el protestantismo – tienen una visión del trabajo radicalmente distinta del catolicismo con resultados especialmente beneficiosos.Háblese del tema con cualquier judío – tuve esta conversación hace dos semanas con un rabino y con su hijo – y corroborará lo que acabo de escribir: los protestantes saben lo que dice la Biblia sobre el trabajo y han dejado ese impacto en sus respectivas naciones mientras que el catolicismo no se ha enterado todavía con repercusiones nefastas para aquellas sociedades en las que constituye una influencia notable e incluso mayoritaria.
No es sorprendente por ello – todo lo contrario – que la Biblia insista de manera machacona en que
una de las causas de la pobreza es la pereza. Un sector nada escaso de la izquierda atribuye semejante conclusión a lo que denominan neo-liberalismo, pero de esa manera lo único que dejan de manifiesto es una grave ignorancia en materia bíblica.
El libro de los Proverbios se complace de manera especial en mostrar que la pereza tiene como consecuencia directa e indeseable que “vendrá tu necesidad como caminante y tu pobreza como hombre armado” (Proverbios 6: 6-11), una conclusión que se repite precisamente por lo necesaria y por lo innegable (Proverbios 24: 33-34).
Una sociedad que multiplica las fiestas, que sueña con los puentes – invento imposible de encontrar fuera de una sociedad sociológicamente católica – que desperdicia el tiempo en el trabajo, que considera óptimo el dar con “un trabajo donde no se trabaje” o que paga incluso un plus a sus trabajadores por llegar a la hora – sólo existe semejante atrocidad jurídica en España y en Argentina, hasta donde yo sé –
es una sociedad que presenta preocupantes indicios de caminar hacia la pobreza o, al menos, de no llegar jamás a consolidar la riqueza. A decir verdad, ésa es una sociedad repleta de individuos que, tal y como enseña la Biblia, no tienen derecho alguno a comer porque, como señaló taxativamente el apóstol Pablo, “si alguno no trabaja que tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3: 10).
Tampoco conoce la Escritura el remilgo hacia forma alguna de trabajo siempre que sea honrado y aquí, una vez más, la experiencia católica difiere de la judía o la protestante. El hecho de que Adán no fuera un intelectual sino un agricultor; el que Abraham, Isaac, Jacob y el propio Moisés trabajaran como pastores sirve para explicar por qué los judíos han considerado digno el trabajo manual y en nada inferior al intelectual. La misma cultura que ha dado un porcentaje elevadísimo de los premios Nobel serios – entre judíos y protestantes en torno al ochenta por ciento – ha podido lo mismo levantar vergeles en el desierto del Néguev que elaborar sofisticados sistemas filosóficos.
Semejante juicio puede pronunciarse acerca del protestantismo que, a partir del siglo XVI, recuperó la visión del trabajo contenida en la Biblia.Lejos de seguir asumiendo la visión clásica y medieval que veía ciertos trabajos como infamantes y relacionados con clases inferiores – desde los presocráticos ningún filósofo clásico habría descendido a ese tipo de tareas y las órdenes monásticas se apresuraron a dejar de trabajar con una rapidez inusitada –
Lutero, Calvino, los puritanos y un larguísimo etcétera de autores protestantes señalaron que tan digno era el trabajo del agricultor, del comerciante o de la mujer que limpiaba como el del predicador. Se trataba de afirmar una verdad de corte bíblico que nunca ha sido asumida en naciones de sociología católica e incluso, a veces, en esos países ni siquiera por una parte del protestantismo que, ciertamente, salió de la iglesia católica sin que la iglesia católica saliera de él. Se olvida así algo tan significativo como que Pablo se jactaba de seguir comportándose tras su conversión como cualquier rabino de su época, es decir, que se ganaba la vida ejerciendo el oficio que había aprendido de niño de su propio padre: hacer tiendas (Hechos 18: 1-3).
Una sociedad moldeada por los principios bíblicos relacionados con el trabajo no sólo no considera que determinados trabajos son indignos, no sólo no rehúye aceptar ciertos empleos, no sólo no ve el trabajo como un castigo sino que aborrece las conductas de aquellos que deciden, en lugar de buscar trabajo, vivir a costa del sistema social que pagan sus conciudadanos; ve con más que justificado desprecio la conducta de aquellos que, en lugar de aspirar a crear riqueza, sólo sueñan con vivir de la creada por los demás pretendiendo además que se trata de un derecho y censura a los que huyen del trabajo como de la peste porque prefieren la holganza subvencionada por el esfuerzo de otros a aceptar cualquier empleo que les permita vivir y mantener a su familia de manera responsable.
En ésta, como en tantas cuestiones, seguir o no los principios contenidos en la Biblia tiene consecuencias de enorme trascendencia para los individuos y para las sociedades. Pero acerca del trabajo aún nos quedan cosas por mencionar.
CONTINUARÁ
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