El 30 de mayo de 1431, una joven identificada como Juana de Arco fue quemada en la hoguera por los ingleses. Para éstos, no pasaba de ser una hereje. Sin embargo, para los franceses era una heroína y una santa, circunstancia ésta que fue aceptada por la iglesia católica cuando, finalmente, la canonizó en el s. XX.
Sin embargo, ¿fue Juana la que ardió en la hoguera?
La fascinación derivada de la figura de Juana de Arco resulta sensacional. Tan sólo en Francia se han publicado unos veinte mil libros relacionados con ella. A esa cifra se suma medio centenar de películas e incluso video-juegos.
Sin embargo, la realidad del final de Juana de Arco se ha discutido en no pocas ocasiones.
El 30 de mayo de 1431, una joven con el rostro cubierto fue atada a una estaca y, posteriormente, quemada viva. A todos los efectos, se trataba de Juana de Arco, una campesina que había cautivado al Delfín y a algunos de los miembros de su corte galvanizando a los franceses en su lucha contra Inglaterra.
Pero ¿fue así? Sus supuestos restos no lo han aclarado. En 2004, un grupo de forenses realizó un análisis de las reliquias de Juana de Arco. Las pruebas dejaron de manifiesto que los restos, lejos de pertenecer a alguien que había vivido en el s. XV, pertenecían a un ser humano fallecido entre los siglos VI y III a. de C. y que habían sido momificados siguiendo el método del Antiguo Egipto. Si Juana de Arco fue, efectivamente, quemada en la hoguera, las supuestas reliquias no pasaron de ser un fraude colosal.
Pero ¿verdaderamente murió en el patíbulo? Hay razones para dudarlo. De hecho, una mujer, que se hacía llamar Claude, apareció poco después proclamando que había escapado de su trágico destino. Claude no sólo no deseaba seguir involucrada en política sino que además había contraído matrimonio, un hecho que, por definición, impedía que fuera ya conocida como
la Pucelle (la doncella).
El episodio causó tal sensación que se inició una investigación para determinar si era una impostora. Los resultados de la investigación fueron, como mínimo, inquietantes.
Convocados para testificar, Jean y Pierre, dos hermanos de Juana, confirmaron convencidos que aquella mujer era su hermana. Lo mismo afirmó Isabelle, la madre de Juana, que también, sin ningún género de dudas, reconoció en Claude a su hija.
Para algunos historiadores, aquí concluiría la historia – real, por supuesto – de Juana de Arco. Felizmente unida a un hombre al que amaba, habría desaparecido en busca de una vida más tranquila.
Pierre Sala sostuvo, no obstante, que, previamente, Claude se había entrevistado en secreto con Carlos VII de Francia y que, tras el encuentro, se desdijo de sus afirmaciones. Quizá, pero ¿lo hizo porque era un fraude o porque el monarca le convenció de la importancia de mantener en pie un mito que había dado estabilidad a su trono y a la lucha contra Inglaterra? Seguramente, nunca lo sabremos. Sí nos consta que la iglesia católica dilató su canonización hasta 1920.
Quizá si la causa se hubiera retrasado hasta el Vaticano II, la joven campesina nunca hubiera llegado a los altares. No se trataba sólo de lo delicado que resulta canonizar a un héroe militar tras dos guerras mundiales sino de que Catalina, la santa que supuestamente hablaba con Juana, fue extraída del santoral tras el Vaticano II por no ser su existencia segura…
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