La Reformasurgió, única y exclusivamente, de una conducta tan sencilla como la de examinar la realidad a la luz de la Biblia y decidir someterse a lo que ésta señala.
Me consta que se puede matizar lo que afirmo, pero para cualquiera que haya seguido durante los últimos meses la serie no resultará difícil coincidir conmigo en que esta aseveración se corresponde con la verdad.
La Biblia dejaba de ser un libro del que se leían porciones en el curso de la misa y a cuyas historias se referían con mayor o menor exactitud las esculturas, pinturas y vidrieras de las iglesias para volver a colocarse en el centro de la vida y la reflexión de los creyentes. Hace más de tres décadas, yo me convertí leyendo la Biblia – más concretamente el Nuevo Testamento en griego – y puedo dar testimonio personal del poder de la Palabra de Dios. No había hablado con ningún evangélico previamente que me hubiera mostrado el mensaje de salvación. Tampoco había pasado por mis manos un folleto o libro evangelístico. Pero, al igual que le sucedió a Lutero, a Calvino, a tantos reformadores, el mero contacto con el texto sagrado me dejó de manifiesto que la Verdad no se hallaba en el seno de la iglesia católica –cuestión aparte es que conserve algunas verdades– y que la que se enunciaba con tanta claridad en la Biblia requería que yo le diera una respuesta.
Cuando, meses después, me encontré con una iglesia evangélica lo que más me llamó la atención fue que sus predicaciones arrancaban de la Biblia que era enseñada en varias reuniones semanales capítulo por capítulo y versículo por versículo. Nadie me hizo referencia a doctrinas humanas, ni a tradiciones ni a teologías. Sólo a la Biblia. Por otro lado, no se trataba únicamente de que la Biblia fuera el centro del culto – sí, había alabanza, pero nadie estaba tan loco como para pensar que eso podía ser el centro del culto eclesial – sino que era el centro de nuestra vida cotidiana. Todas las mañanas – y no sólo por las mañanas – lo normal era acercarse a la Palabra de Dios para escucharle a Él y aprender sobre Él.
Sobre la Biblia hablábamos y discutíamos y teníamos comunión. No recuerdo que jamás nos cansáramos ni tampoco que agotáramos los temas. Y al culto y al devocional diario además sumábamos el estudio. En mi caso – como los reformadores – tuve siempre más que asumido que continuar el aprendizaje de las lenguas bíblicas – mi conocimiento del griego era más que notable, el del hebreo poco más que elemental – resultaba indispensable. Indispensable, pero no obligatorio. No pocas personas de mi iglesia que sólo podían acercarse a las Escrituras en español eran capaces - ¡más que capaces! – de exponer con claridad las doctrinas esenciales de la Escritura y respaldarlas con los textos necesarios. Todos y cada uno de nosotros sabíamos que con la Escritura sola teníamos más que suficiente.
La reforma que la iglesia necesita hoy en día de manera imperiosa pasa por recuperar ese principio de Sola Scriptura de manera radical. La vida de la iglesia no puede basarse en recitales de música cristiana por muy buenos que sean. La vida de la iglesia no puede basarse en refritos de programas políticos que para remate están más que pasados y sólo han traído miseria y pobreza a los que los han sufrido. La vida de la iglesia no puede basarse en la última moda importada del otro lado del Atlántico y que nunca durará más de unos años. La vida de la iglesia no puede basarse en las predicaciones – no pocas veces ridículas – de autoproclamados apóstoles. La vida de la iglesia no puede basarse en el cultivo de tradiciones. La vida de la iglesia no puede basarse en el deseo de aparecer en televisión. La vida de la iglesia no puede basarse en subvenciones del estado. La vida de la iglesia no puede basarse en esas y en otras cosas igual que en el s. XVI no podía hacerlo en la autoinvestida autoridad de papas y obispos; en unos ritos complicados, pero muertos; en una tradición de siglos, pero contraria a las Escrituras; en la predicación de los que anunciaban indulgencias a cambio de dinero o en el respaldo del poder político para aumentar la influencia social.
La vida y la fe de la iglesia ha de sustentarse sobre el Sola Scriptura a menos que desee irse corrompiendo y convirtiéndose en un aparato en apariencia poderoso y pujante, pero espiritualmente muerto. Hagamos caso de esta advertencia y no andaremos llorando porque se han recortado ayudas que nunca, jamás, en ningún momento debimos aceptar ni pedir ni solicitar. Pero de esas y otras cuestiones hablaremos otro día.
Continuará
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