El principio de Sola Scriptura, al que me referí en la entrega anterior, no sólo tiene una relevancia extraordinaria desde un pensamiento que cree que “Ecclesia reformata semper reformanda” (La iglesia reformada ha de seguir reformándose siempre) sino que, históricamente, ha dado lugar a consecuencias de enorme y positiva relevancia.
La sola Scriptura no sólo deja de manifiesto, por ejemplo, que Dios contempla el culto a las imágenes como una abominación (Éxodo 20: 4 ss; Deuterenomio 5: 8 ss) o que cualquier mediación aparte de la de Cristo es inaceptable desde una perspectiva cristiana (I Timoteo 2: 5).
También proporciona principios para vivir la existencia cotidiana hasta sus mínimos detalles.
Una sociedad que piensa sobre la base de los principios contenidos en la Escritura acaba siendo más robusta, más sana y más próspera que aquellas que decidieron asumir junto con elementos de la Biblia otros que derivan de distintas procedencias.
Los ejemplos que podría aducir al respecto son muy numerosos y si alguien está siguiendo la serie que desde hace medio año llevo escribiendo en
www.libertaddigital.com comprobará que así es.
Los ejemplos, como ya he dicho, son muy numerosos, pero permítaseme dar algunos.
La Escritura muestra que Adán trabajó antes de la Caída porque el trabajo no es un castigo de Dios sino algo unido a la naturaleza humana(Génesis 2: 15). Una sociedad basada en la Biblia –como las que abrazaron la Reforma– ha conservado ese principio incluso en una forma secularizada mientras que las sociedades católicas nunca han llegado a desarrollar esos puntos de vista.
La Escritura muestra que el ser humano está caído en el pecado lo que da un carácter diabólico incluso al poder político(Lucas 4: 5-8). Las sociedades basadas en el Sola Scriptura de la Reforma intentaron por ello crear un sistema de división de poderes –origen de la democracia moderna– ya que sabían que el poder absoluto sólo implicaría un mal absoluto. Las sociedades que no abrazaron la Reforma nunca han llegado a comprender ese punto de vista y, especialmente en las católicas y ortodoxas se ha tendido hacia formas dictatoriales de poder ya sea hacia la izquierda o hacia la derecha.
La Escritura muestra que existe un mandato de dominar el cosmos (Génesis 1: 28) que, en las naciones que abrazaron la Reforma, dio como resultado el inicio de la revolución científicanacida del ansia de saber. Por el contrario, las naciones católicas tuvieron mucho más interés en mantener la ortodoxia eclesial que en avanzar científicamente. Mientras Galileo era procesado por la Inquisición, en Inglaterra, por ejemplo, Bacon trazaba un sistema científico que todavía dos siglos después el p. Feijoó estaba intentando introducir infructuosamente en España.
Basta ver los listados de premios Nobel en ciencias para percatarse de que los protestantes y los judíos son insuperablemente más numerosos que los miembros de otras confesiones incluidos los católicos.
La Escritura exige saber leer y escribir para adentrarse en sus contenidos. Que a nadie le extrañe que el porcentaje de analfabetos en naciones protestantes haya sido siempre muy inferior al de las católicasque han sufrido esa circunstancia como una lacra hasta bien entrado el siglo XX.
La Escritura incide en valores como el ahorro, la frugalidad y el buen uso del dinero que repercutieron más que positivamente en el desarrollo del capitalismo y con él de la prosperidad en las naciones que abrazaron la Reforma.
A día de hoy no hace falta que diga qué naciones son una carga para la Unión Europea, pero no deja de ser revelador que ni una sola de ellas –Irlanda, Portugal, España, Italia y Grecia– abrazara en el pasado la Reforma y todas salvo una sean de pasado espesamente católico.
Semejante circunstancia escuece sobre manera en ciertos ámbitos, pero los hechos no pueden ser negados.
Por supuesto, podría aducir otros ejemplos de las consecuencias del seguir la Sola Scriptura como la creación de una justicia imparcial, el rechazo del nepotismo, el respeto por la propiedad privada o el repudio de la mentira.
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El Sola Scriptura ha sido un canal de bendición para aquellas personas y aquellas sociedades que han asumido los principios contenidos en la Biblia. Por el contrario, su abandono ha sido raíz indudable de maldición para aquellas naciones que decidieron mezclar en su vida los principios bíblicos con otros. Basta echar un vistazo a las naciones de Hispanoamérica o de la Europa católica para verlo con una claridad innegable. No sólo eso. Basta recorrer la Historia de esas naciones para darse cuenta de que, desprovistas de esos principios, los períodos de prosperidad son efímeros y reversibles por la sencilla razón de que no se ha construido nunca sobre la roca sino sobre arena.
Hace unas semanas, un hermano al que conozco hace más de treinta años y que me ayudó extraordinariamente en el primer año posterior a mi conversión me llamó por teléfono. Comentamos entre otras cuestiones la crisis económica por la que atraviesa España y, en un momento determinado de la conversación, me dijo: “En lugar de estar pidiendo, los evangélicos tendríamos que estar ahora ofreciéndonos para trabajar gratis por España y ayudarla a salir de la crisis. En lo que fuera… aunque fuera los sábados limpiando las calles los sábados…”. Ignoro si este hermano lo sabía, pero por su boca salía un espíritu de sacrificio que no se encuentra en las culturas no nacidas de la Reforma, pero que ha estado presente en las que relacionadas, siquiera sociológicamente, con la Biblia. Basta recordar a aquellos obreros alemanes que entregaban gratis su trabajo para levantar a su devastada nación tras la Segunda guerra mundial. Sin duda, muchos de ellos no eran creyentes, pero en su psicología había quedado grabada una serie de principios bíblicos que explican, por ejemplo, por qué Alemania no está pasando los sudores de Italia, Irlanda, Portugal o España. Y los ejemplos podrían ser muchos más. En la Suecia de sociología protestante, los sindicatos se han opuesto siempre con uñas y dientes a que los funcionarios fueran vitalicios porque consideraban que eso les confería un trato injustamente privilegiado. Plantéese en España e Italia no sólo que desaparezca ese carácter vitalicio sino, simplemente, que se controle el dinero que sale de los bolsillos de los contribuyentes para mantener a esos mismos sindicatos y tendremos manifestaciones de protesta.
Me consta que algunos piensan que el simple crecimiento eclesial, el aumento de conversiones o el desplazamiento –auténtica desbandada– de la iglesia católica en determinadas naciones es garantía para el futuro. No es así. La bendición sólo está asegurada cuando la Sola Scriptura se convierte en un principio vital de multitud de personas que muestran a una sociedad como comportarse en los buenos y en los malos momentos y no que simplemente se adaptan a la realidad general y a sus valores –no pocas veces procedentes de manera directa de la influencia secular de la iglesia católica- aunque creyendo en distintos dogmas.
Si, verdaderamente, alguien desea la bendición para si y para sus hijos, para su nación y para la sociedad en que vive, sólo tiene una salida que es la de amoldar su existencia a la enseñanza de la Sola Scriptura (Deuteronomio 4: 40). Sustituir esa regla de vida y fe por las enseñanzas de hombres que además han tenido la osadía de colocarse en lugar de Dios como si el Altísimo necesitara vicarios, sólo ha traído maldición a los pueblos.
Continuará
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