Una derivación siquiera secundaria de esa circunstancia es la relacionada con títulos tan importantes para la teología católica como los de Vicario de Cristo o Sumo pontífice que se aplican al papa. Para un católico, ambos conceptos son de enorme relevancia en la medida en que fortalecen su concepto de iglesia indicando que la única verdadera – la suya – lo demuestra, entre otras cosas, porque su cabeza es Vicario de Cristo y Sumo pontífice. Es obvio para ese católico que otras “iglesias” o confesiones no tienen por cabeza al Vicario de Cristo y Sumo pontífice que es el papa.
Respetuosamente, debo señalar que la realidad, sin embargo, es muy diferente.
De entrada, la Biblia es terminante al señalar que la cabeza de la iglesia no es otro que el propio Cristo. Eso es lo que afirma, por ejemplo, Pablo al decir que Dios “dio a Cristo por cabeza sobre todas las cosas” (Efesios 1, 22), o que debemos “crecer en todo en Aquel que es la cabeza” (Efesios 4, 15) o que Cristo es “la cabeza de la iglesia” (Efesios 5, 23) o que Cristo es la cabeza de un cuerpo que es la iglesia (Colosenses 1, 18). Lo cierto es que uno puede leer el Nuevo Testamento de tapa a tapa y en ningún lado encontrará la idea de que un hombre pueda ser la cabeza de la iglesia en sustitución y sucesión de Cristo y es lógico porque la simple idea de una bicefalia de la iglesia es absurda.
Algo semejante sucede con el título de Sumo pontífice o sumo sacerdote. En el Nuevo Testamento, ese título aparece referido sólo a dos personas. O bien al judío que todavía desempeñaba ese cargo en el templo de Jerusalén pero cuyo cargo iba a durar poco (Juan 11:49; 18, 19; Hechos 5, 17 etc.) o bien a Cristo. De hecho, la Epístola a los Hebreos está dedicada sustancialmente a mostrar cómo mientras que el sumo sacerdocio judío exigía – igual que el papado – una sucesión ininterrumpida de sumos pontífices para ocupar el cargo porque los mortales por definición mueren, Cristo es un sumo sacerdote perpetuo sin necesidad de sucesión. El autor de Hebreos señala que el sumo pontífice de nuestra fe no es Pedro – como cabría esperar desde una mentalidad católica – sino Cristo (Hebreos 3:1). Es ese sumo pontífice, que es Cristo, el que realizó el sacrificio expiatorio que nos salva (Hebreos 3:1) y – de manera bien reveladora – ese sumo pontífice no tendrá otros sumos pontífices que lo sucedan porque su carrera es externa y excluye esa posibilidad (Hebreos 5:1 ss). De hecho, ese sumo pontífice – Cristo – es el que nos conviene (Hechos 6, 20). Como conclusión, basta leer el capitulo 9 de esta epístola para ver que sólo existe un sumo pontífice – Cristo – y que, por definición, no puede haber ni otros al mismo tiempo ni que lo sucedan, es decir, precisamente lo que los católicos creen que es el papa.
De creer lo que dice el Nuevo Testamento – y parece obligado en alguien que desea ser cristiano – Cristo es la cabeza de la iglesia y el sumo pontífice y no necesita a nadie que ejerza esas funciones de manera vicaria. De hecho, no deja de ser significativo que pasarán siglos antes de que el obispo de Roma llegara a utilizar esos títulos. El primero en usar el título de vicario de Cristo fue Gelasio I que se hizo llamar como tal en el sínodo romano de 495. ¿Cómo pudo tardar el obispo de Roma casi medio milenio en percatarse de que era el vicario de Cristo si esa misión resultaba tan esencial? Y con todo, el título no tuvo mucho éxito porque tuvo que relanzarlo Inocencio III (1198-1216) – al que, ocasionalmente, se menciona como el primer usuario - famoso por su afirmación de que “ningún rey puede reinar de manera adecuada a menos que sirva devotamente al vicario de Cristo”.
Más peculiar resulta el título de Sumo pontífice – Pontifex Maximus o Summus Pontifex – cuyo origen se encuentra en la Roma antigua donde lo introdujo su primer rey Numa Pompilio. El paso de este título del paganismo al cristianismo fue tardío y no se aplicó en exclusiva al obispo de Roma. Por ejemplo, Hilario de Arlés (m.449) fue denominado “summus pontifex” por Euquerio de Lyon (P. L., L, 773) o Lanfranc es denominado "primus et pontifex summus" por su biógrafo Milo Crispin (P. L., CL, 10). Por añadidura, el título no se aplicó de manera exclusiva al obispo de Roma hasta el s. XI. De nuevo, la pregunta se impone: si resulta tan esencial para identificar a la iglesia verdadera que la rija el sumo sacerdote que es el papa, ¿cómo es que no se aplicó tal título al papa hasta el s. XI y en los siglos anteriores se otorgó a otras personas?
Y permítasenos una última nota histórica, esta vez sobre el título papa. Por supuesto, cualquiera sabe hoy que está restringido al obispo de Roma, pero no fue así durante siglos. Por ejemplo, Cipriano de Cartago es llamado papa (Epist 8, 23, 30, etc) mientras que al obispo de Roma no se le llamó así hasta una carta de Siricio (carta VI en PL 13, 1164) ya a finales del s. IV. De hecho, el título fue utilizado por otros obispos y hubo que esperar hasta Gregorio VII (1073-1085) para que el uso fuera exclusivo de la sede romana.
Partiendo del testimonio de las Escrituras y de las fuentes históricas seculares – poco conocidas por la mayoría de los católicos, todo hay que decirlo – los evangélicos no tienen la menor sensación de estar desprotegidos espiritualmente al hallarse apartados del Vicario de Cristo que es Sumo pontífice y cabeza de la iglesia. Por el contrario, se sienten tranquilos ajenos a una institución cuya cabeza comenzó a ser vicario de Cristo, sumo pontífice e incluso papa en exclusiva varios siglos después de la crucifixión y, por añadiduras, rebosan gratitud a Dios por pertenecer a la única iglesia verdadera, aquella que tiene como única Cabeza y como único Sumo pontífice eterno al propio Cristo.
Continuará: “No puede ser que usted se salve sólo creyendo”
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Puede escuchar aquí la entrevista en audio de Esperanza Suárez a
César Vidal sobre este mismo tema de "La verdadera Iglesia no tiene Papa"
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