El origen y las influencias de la Constitución de los Estados Unidos constituye uno de los temas más apasionantes de la Historia contemporánea. Siendo la primera constitución democrática de la Historia y conteniendo en su seno una peculiar doctrina de la división de poderes,
las teorías sobre su específica formación son diversas, conectándola con inspiraciones tan diversas como el gobierno de algunas tribus de pieles rojas o el sistema parlamentario inglés pero, en realidad, ¿cuál es el origen ideológico de la Constitución de los Estados Unidos?
La Constitución de los Estados Unidos es un documento de unas características realmente excepcionales. De entrada, es el primer texto que consagra un sistema de gobierno de carácter democrático en una época en que tal empeño era interpretado por la aplastante mayoría de habitantes del orbe como una peligrosa manifestación de desvarío mental.
Por añadidura, el sistema democrático contemplado en sus páginas era bien diferente de otras construcciones políticas anteriores en especial en lo referido al principio de división de poderes —un sistema de checks and balances o frenos y contrapesos— que ha servido históricamente para evitar la aniquilación del sistema tal y como ha ocurrido repetidas veces con otras constituciones aplicadas al sur del río Grande o en Europa. El origen del sistema americano se ha intentado buscar en el gobierno de los indios de las cinco naciones por los que, al parecer, Benjamin Franklyn sentía una enorme simpatía y en los principios de la Ilustración europea que en algunas de sus formulaciones, como la de Rousseau, se manifestaba favorable a ciertas formas de democracia.
Ninguna de las teorías resulta satisfactoria ya que el gobierno de las cinco naciones no era sino un sistema asambleario en virtud del cual las tribus resolvían algunas cuestiones muy al estilo de los consejos de guerreros que hemos visto tantas veces en las películas del oeste y la Ilustración mayoritariamente fue favorable al Despotismo ilustrado de María Teresa de Austria, Catalina de Rusia o Federico II de Prusia y cuando, excepcionalmente, abogó por la democracia, perfiló ésta desde una perspectiva muy diferente a la que encontramos en la constitución de Estados Unidos.
En realidad, la constitución de Estados Unidos es el fruto de un largo proceso histórico iniciado en Inglaterra con la Reforma del siglo XVI. Como tuvimos ocasión de ver en un enigma anterior, mientras el continente europeo se desgarraba en el conflicto entre Reforma y Contrarreforma, la Inglaterra de Enrique VIII optó por un comportamiento cuando menos peculiar. El monarca inglés provocó un cisma con Roma pero, a la vez, se manifestó ferozmente antiprotestante persiguiendo a los partidarios de la Reforma y manteniendo un sistema dogmático sustancialmente católico. Sólo la llegada al trono de su hijo Eduardo permitiría que en Inglaterra se iniciara una reforma muy similar a la que estaba experimentando el continente. Es cierto que la reina María Tudor —conocida por sus súbditos como “la sanguinaria” por la persecución desencadenada contra los protestantes— intentaría desandar ese camino pero su hermana Isabel, una vez en el trono, consolidó la orientación protestante del reino especialmente tras ser excomulgada por el papa.
Con todo, la manera tan peculiar en que el proceso había sido vivido en Inglaterra tuvo notables consecuencias. Mientras que un sector considerable de la iglesia anglicana se sentía a gusto con una forma de protestantismo muy suave que, históricamente, se consolidaría como la confesión protestante más cercana a Roma, otro muy relevante abogaba por profundizar esa reforma amoldando la realidad eclesial existente a los modelos contenidos en el Nuevo Testamento. Los partidarios de esta postura recibieron diversos nombres: puritanos, porque perseguían un ideal de pureza bíblica, presbiterianos, porque sus iglesias se gobernaban mediante presbíteros elegidos en lugar de siguiendo un sistema episcopal como el católicorromano o el anglicano, y también calvinistas, porque su teología estaba inspirada vehementemente en las obras del reformador francés Juan Calvino. Este último aspecto tuvo enormes consecuencias en muchas áreas —entre ellas las de un enorme desarrollo económico y social en Inglaterra— pero nos interesa especialmente su influjo en la política.
Como señalaría el estadista inglés sir James Stephen, el calvinismo político se resumía en cuatro puntos: 1. La voluntad popular era una fuente legítima de poder de los gobernantes;
2. Ese poder podía ser delegado en representantes mediante un sistema electivo;
3. En el sistema eclesial clérigos y laicos debían disfrutar de una autoridad igual aunque coordinada y
4. Entre la iglesia y el estado no debía existir ni alianza ni mutua dependencia. Sin duda, se trataba de principios que, actualmente, son de reconocimiento prácticamente general en occidente pero que en el siglo XVI distaban mucho de ser aceptables.
Durante el siglo XVII, los puritanos optaron fundamentalmente por dos vías. No pocos decidieron emigrar a Holanda —donde los calvinistas habían establecido un peculiar sistema de libertades que proporcionaba refugio a judíos y seguidores de diversas fes—
o incluso a las colonias de América del norte. De hecho, los famosos y citados Padres peregrinos del barco Mayflower no eran sino un grupo de puritanos. Por el contrario, los que permanecieron en Inglaterra formaron el núcleo esencial del partido parlamentario —en ocasiones hasta republicano— que fue a la guerra contra Carlos I, lo derrotó y, a través de diversos avatares, resultó esencial para la consolidación de un sistema representativo en Inglaterra.
La llegada de los puritanos a lo que después sería Estados Unidos fue un acontecimiento de enorme importancia. Puritanos fueron entre otros John Endicott, primer gobernador de Massachusetts; John Winthrop, el segundo gobernador de la citada colonia; Thomas Hooker, fundador de Connecticut; John Davenport, fundador de New Haven; y Roger Williams, fundador de Rhode Island. Incluso un cuáquero como William Penn, fundador de Pennsylvania y de la ciudad de Filadelfia, tuvo influencia puritana ya que se había educado con maestros de esta corriente teológica. Desde luego, la influencia educativa fue esencial ya que no en vano Harvard —como posteriormente Yale y Princeton— fue fundada en 1636 por los puritanos.
SEGUNDA PARTE DE ESTE ARTÍCULO
Puede leer aquí
El origen puritano de la Constitución de EEUU (II), de César Vidal.
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