Adelanto que soy muy pesimista sobre ella por razones que he apuntado ya en distintas ocasiones, pero a esas razones coyunturales deseo añadir otra –también de carácter espiritual– que se encuentra en la raíz de los fracasos históricos que han sufrido en España los sistemas parlamentarios.
De entrada,
hay que señalar que, formalmente, tanto en España como, por ejemplo, en el Reino Unido o en Estados Unidos existe una democracia, pero no hay que ser un lince para darse cuenta de que la distancia es abismal. Sin ir más lejos, estos días, el laborista británico Gordon Brown está a punto de ser defenestrado por su propio partido por el uso indebido de dinero público mientras que aquí el socialista Chaves entrega diez millones de euros a una empresa deficitaria de la que su hija Paula es apoderada y encima dicen que es el hombre más honesto de Andalucía.
Ese fenómeno se explica no por cuestiones ideológicas –el PSOE y los laboristas pertenecen a la misma internacional– sino históricas y en ellas quiero detenerme unas líneas.
La democracia británica, como la norteamericana, arranca de un proceso histórico marcado por la Reforma protestante del s. XVI. La Reforma, como sabe cualquiera, fue un fenómeno fundamentalmente religioso, pero tuvo repercusiones –muy positivas por cierto– en terrenos como la ciencia, el arte o la política.
En este último caso,
la visión reformada estuvo marcada por la convicción de que el ser humano forma parte de una Naturaleza caída y que, por tanto, tiende al mal que en política aparece bajo la forma del despotismo o, si se prefiere, de la tiranía. Para evitar esa propensión al mal, la única salida consiste en dividir los poderes políticos y separarlos creando sistemas de control y sumisión a la ley, algo que en Estados Unidos se conoce como “checks and balances”, es decir, frenos y contrapesos.
No sólo eso.
Además, los representantes del pueblo debían responder ante sus electores –lo que parece lógico- y no ante las cúpulas de los partidos que, por si mismos, pueden convertirse en un peligro para la democracia.
El resultado es que, históricamente, ni Estados Unidos ni Gran Bretaña han conocido dictaduras –es también el caso de las naciones escandinavas– y que además el ejecutivo siempre se enfrenta con un legislativo muy independiente no necesariamente sometido a él por igualdad de color político y en cualquier caso bajo la fiscalización de un poder judicial también independiente.
En España, sin embargo, al no experimentarse la Reforma –más bien fue, para desgracia suya, espada de la Contrarreforma– se ha sufrido durante siglos una visión del poder que tiende a ser ilimitada y es lógico que así sea. Por definición, el poder es absoluto precisamente porque es bueno y es así porque, también por definición, la iglesia católica es buena.
El resultado de esa visión ha sido en España o bien etapas en que la iglesia católica se ocupaba de los españoles desde el nacimiento a la tumba –supuestamente con la mejor de las intenciones- o bien períodos en que la izquierda ha decidido –también con la mejor de las intenciones- que nos va a decir lo que será de nosotros desde que no nos abortan hasta que nos morimos con un poco de suerte sin que nos seden irregularmente. Si, para remate, la izquierda ha sido de inspiración masónica o marxista, el mal se ha agudizado porque los dirigentes partían de la base –como obispos de una iglesia laica–de que el pueblo era una masa ignorante a la que había que pastorear y conducir, pero ante la que no se respondía por eso de que el rabadán no se pone a discutir con los corderos.
Los resultados de esa visión están a la vista de todos y por eso lo que sucede en Gran Bretaña o Estados Unidos es imposible de concebir en España. De la misma manera que es casi imposible que un católico critique a un papa vivo –cuando muere puede variar entre el vilipendio o la erección de estatuas- no hay quien encuentre un partido que diga que afiliados suyos con cargo, llámense Chaves o Perico el de los palotes, son una vergüenza. De hecho, como ha sucedido con grandes escándalos históricos como la Inquisición o la práctica de la pederastia en ciertos medios eclesiales, podemos esperar décadas o incluso siglos a que se reconozca el pecado y es así porque se parte de la base de que la iglesia –católica, socialista o nacionalista– es buena de por si y sólo busca el bien y, por tanto, resulta mejor ocultar el mal -que no debe nunca llevarnos a cuestionar la bondad absoluta del grupo- a exponerlo y limpiarlo. A fin de cuentas, la iglesia-partido es la única verdadera y su dogma es tan inatacable que a él se aferrarán los fieles aunque la realidad lo desmienta a voces.
Estas circunstancias ahogan cualquier posibilidad de crear una sociedad civil fuerte y, por el contrario, tienden de manera inexorable a formar grandes masas que buscan que se cuide de ellas desde que ven la primera luz hasta que expiran y que por eso mismo están también dispuestas a que se piense por ellas siempre que reciban alguna asistencia que lo mismo puede ser la sopa boba de los conventos que el Plan E. Ocasionalmente, puede parecer que nuestra sociedad se levanta sobre sus pies y adopta una forma de pensamiento y de acción que la equipara a otras como la británica o la norteamericana –fue lo que sucedió entre 1996-2004– pero se trata de una ilusión. La casa, levantada con sudores, carece de cimientos como los que proporcionó la Reforma a Gran Bretaña y a Estados Unidos y al menor golpe la mayoría de los españoles corre buscando la protección de una “iglesia” que la haga no reflexionar a la luz de la Palabra de Dios sino que le evite la insoportable carga de pensar y adoptar decisiones con madurez.
Reflexiónese, por ejemplo, en la manera tan diferente en que reaccionó la sociedad norteamericana el 11-S y la española el 11-M, porque no fue casual. En buena medida, esas reacciones venían marcadas desde el s. XVI.
Esta carga histórica ha afectado no sólo a nuestra política sino también a la situación de las iglesias evangélicas en España e Iberoamérica en las que, como ya he señalado en más de una ocasión, los esquemas mentales del catolicismo siguen estando muy presentes, pero ése es otro tema al que no voy a volver ahora. De momento baste decir que, definitivamente, el que España no tuviera en su día Reforma ha sido su mayor desgracia histórica y las elecciones del domingo tan sólo van a ser la enésima demostración de ese aserto.
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