Una sociedad que se considera más sabia que Dios y que, por eso mismo, decide administrar de manera totalmente autónoma sus bienes materiales y su tiempo hasta el punto de caer en la falta de compasión ya presenta un panorama espiritual verdaderamente pavoroso.
Sin embargo, una de las lecciones de mayor relevancia que se desprende del texto del profeta es que
ese proceso de deterioro moral no se detiene en ese punto sino que, en realidad, continúa consumándose en dos aspectos de extraordinaria gravedad. El primero es la consumación de la soberbia y el segundo, la abominación.
Aunque la soberbia como proceso de endiosamiento del ser humano frente a su creador constituye el primer eslabón de la cadena de decadencia espiritual lo cierto es que esa soberbia va creciendo a medida que el hombre se aparta de Dios.
En buena medida, es lógico que así sea porque cuanto mayor es su pecado más necesita afirmar que no responderá ante ningún Juez y que él se basta y sobra para decidir lo que es bueno y lo que es malo.
Llegado a ese punto, el que se ha rebelado contra Dios ya no sólo se erige en su propio dios –incluso aunque sea agnóstico o ateo– sino que, por añadidura, decide que no puede tolerar a su lado a nadie que no piense como él. Su mera presencia, aunque sea silenciosa, se le hace insoportable porque le recuerda que vive de una manera que, en lo más profundo de su corazón, sabe que está mal.
Entonces, en la consumación de su soberbia, decide perseguir al que no acepta someterse a su visión sobre la moral, sobre los bienes materiales, sobre la vida o sobre el comportamiento con otros seres humanos.
La descripción que Pablo hace del pecado de los gentiles en Romanos 1 y 2 recoge de manera comprensible esta misma visión.
El hombre, en su soberbia, se aparta, primero, de Dios (
Romanos 1:18-24), pero luego, en una consumación de la soberbia, se agrada con aquellos que también se han apartado (
Romanos 1:32). Como señala en su testamento, habrá un momento en que los hombres no soportarán la Verdad y recurrirán a maestros a su gusto (
2 Timoteo 4:4).
Ese proceso de deterioro moral tiene como consecuencia directa que los que quieran “vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (
2 Timoteo 3:12) mientras el resto del mundo sufrirá un proceso en el que los que engañan se engañarán a si mismos (
2 Timoteo 3:13).
Frente a esa situación, el único bastión al que podrá aferrarse el que desee seguir a Jesús no será la guía de una institución, ni la palabra de un hombre sino “las Sagradas Escrituras las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe en Cristo Jesús” (
2 Timoteo 3:15).
Al respecto, debe reconocerse que Pablo tenía las ideas extraordinariamente claras al apuntar a la única salvación verdadera, la obtenida mediante la fe en Cristo, y a la única guía de conducta, la proporcionada por la Biblia, como polos sobre los que debe girar la existencia en un mundo en creciente deterioro moral.
Volviendo a nuestro tema, hay que señalar que resulta difícil no ver comportamientos como los descritos en la sociedad en la que vivimos.
No es que esa sociedad haya decidido desperdiciar su tiempo, es que además encuentra intolerable que otros puedan dedicar una parte de ese tiempo a la oración o el estudio de las Escrituras. No sólo es que haya decidido respaldar el aborto e incluso impulsar la legalización de la eutanasia, sino que está dispuesta a estigmatizar como seres retrógrados a los que defienden la vida. No sólo es que ha colocado en el centro de sus vidas lo material hasta unos extremos que están pudriendo todas y cada una de las instituciones y de las facetas de la existencia cotidiana, es que además se burlará de los que no lo hagan como si fueran estúpidos. No sólo es que contempla con verdadero agobio a los que necesitan ayuda en cuanto que asoman por la puerta, sino que además recomienda deshacerse de ellos de la manera más aséptica y eficaz posible.
No sólo es que niega la Verdad, es que está dispuesta a aplastar a los que discutan la Verdad de que no existe verdad fuera del relativismo moral.
El ser humano que se ha autoproclamado
dios y que se ha comportado con el tiempo, con los bienes materiales y con el prójimo como si, efectivamente, fuera el soberano del universo, ahora ha decidido actuar también como juez y no tendrá misericordia de nadie que se enfrente a esa cosmovisión o que meramente disienta de ella.
Parecería que la sociedad ha descendido ya al último nivel de desplome, pero todavía queda otro, el que las Escrituras denominan abominación. De ése, Dios mediante, me ocuparé la semana próxima.
Continuará
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