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Cuando buscar seguridad es pecado

La ineludible persecución (VIII)

La tercera razón por la que los creyentes pueden colaborar en la persecución de otros creyentes, de manera directa o indirecta, es el deseo de seguridad. En si mismo, el deseo de sentirnos seguros es algo totalmente natural y, posiblemente, sus raíces se hundan en la época que, antes de nacer, pasamos en el claustro materno. Sin embargo, el hecho de ser cristianos implica ya de entrada la renuncia a ese deseo definido
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 27 DE MARZO DE 2008 23:00 h

Jesús dejó bien claro que sus discípulos deberían renunciar a todo y estar dispuestos a asumir la cruz (Mateo 16:24 ss). Esa confianza en Dios por encima de otras formas de seguridad define a los creyentes prácticamente desde Abel y Noé hasta la actualidad.

Sin embargo, no es menos cierto que estar dispuestos a colaborar en la persecución de otros hermanos por ese deseo de seguridad constituye una constante histórica. En no escasa medida, el acoso sufrido por Moisés durante décadas de peregrinación por el desierto –un acoso que incluyó murmuración, calumnias y en algún momento peligro físico- se debió a la acción de aquellos que echaban de menos las ollas repletas de Egipto (Números 11:4 ss).

De manera bien lamentable, puede percibirse que el ataque procedió inicialmente de gente que no formaba parte del pueblo de Israel, pero que no tuvo mucha dificultad en sumar a sus puntos de vista a creyentes. ¡Incrédulos sumando a creyentes a la persecución de creyentes por deseo de seguridad! Por supuesto, ahora todos nosotros nos percatamos de que la seguridad que brindaba el faraón era contraria a la voluntad de Dios y de que, por añadidura, era engañosa, pero no fue así cómo vivieron todo los israelitas. Para ellos, Moisés era una molestia continua que censuraba una manera de vivir esclava, pero segura.

Algo similar encontramos en los profetas. Por ejemplo, en Amós 7:10 ss, se nos describe el bien revelador caso de Amasías. Por lo que sabemos, era un sacerdote y no tenemos razón alguna para pensar que fuera malo o corrupto. Incluso se llevaba muy bien con el rey y ansiaba, sobre todo, la seguridad del reino. Desde luego, se percató de que la predicación del profeta Amós afectaba la seguridad de que muchos – incluido él - disfrutaban. Ni siquiera cuestionó que fuera profeta, pero lo invitó a marcharse a otro sitio donde no molestara. De nuevo, alguien que creía sumándose a la persecución de un creyente para beneficio de incrédulos…

El caso de Jesús – hemos tenido ocasión de verlo en entregas anteriores – es paradigmático de esa misma conducta. En Lucas 13:31 ss, se nos dice cómo algunos fariseos señalaron a Jesús que sería conveniente que se marchara de Galilea. Supuestamente, su intención era buena, pero, en realidad, colaboraban con la persecución y aseguraban su situación. No resulta extraño que Jesús indicara que no tenía la menor intención de sumarse a los deseos de Herodes. ¡De nuevo gente que creía – y que pretendía cumplir la ley – sumándose a los deseos de un monarca impío…!

Aparte de los casos recogidos en la Biblia – que son muy numerosos – la Historia nos proporciona multitud de casos de creyentes colaborando en la persecución de creyentes.

Quizá el ejemplo más claro –y más doloroso– nos lo proporcione la experiencia cristiana durante el nacional-socialismo alemán. Por supuesto, a décadas de distancia y después de que el III Reich perdiera la guerra, resulta muy fácil condenar a Hitler, a su nacional-socialismo y a sus colaboradores. Lo importante, sin embargo, hubiera sido ver eso desde el principio y actuar en consecuencia.

Sin embargo, no fue eso lo que sucedió. Tras la experiencia de persecución religiosa – verdaderamente feroz – por parte del primer régimen socialista de la Historia creado en Rusia por los bolcheviques, tras la experiencia de una crisis económica salvaje y tras la experiencia de un deterioro social – violencia incluida – que sufrió Alemania, no fueron pocos los que vieron en Hitler como un baluarte para la seguridad, incluida la espiritual. Su mensaje era, a la vez, nacionalista y socialista y, por lo tanto, parecía recoger lo central de dos ideologías muy populares en la Alemania de los años treinta. Además realizó acercamientos a las diferentes confesiones insistiendo en que no era un ateo – como los comunistas – y además creía en el papel de la Providencia. Por supuesto, su mensaje antisemita era obvio, pero nadie creía que fuera más allá de las palabras. Cuando además el aparato nacional-socialista comenzó a repartir dinero a organizaciones eclesiales, se inició una verdadera luna de miel. El Führer reconocía el papel del cristianismo en la sociedad alemana y estaba dispuesto a retratarse con pastores y obispos. ¿Se podía pedir más?

Por supuesto, hay que señalar que Hitler actuó de manera clara. Acabó poco a poco con la libertad de prensa, pervirtió el sistema parlamentario, acabó con la independencia judicial, legalizó la eutanasia, estigmatizó a los judíos… pero nada de eso tenía importancia vistos los denominados logros sociales del régimen. De hecho, el representante semi-oficial del protestantismo alemán Müller evitó cualquier crítica al nacional-socialismo incluso cuando decidió atribuirse el derecho de formar la mente y el corazón de los niños. Por supuesto, hubo cristianos que desde el principio advirtieron de lo que estaba sucediendo y de lo que iba a suceder. Fue el caso de Martin Niehmoller, al que Hitler denominó su “prisionero particular”, o el de Dietrich Bonhoeffer. Sin embargo, el deseo de seguridad pudo más que las consideraciones teológicas.

Hoy, causa escalofríos el contemplar que pocos se pararon a reflexionar en los argumentos teológicos de Bonhoeffer – que, sin embargo, era muy bien considerado fuera de Alemania – y prefirieron, por el contrario, dejarse llevar por la propaganda y buscar su seguridad. Al final, es sabido que esa seguridad se disolvió en una de las peores muestras de horror de la Historia, pero para entonces ya había multitud de creyentes que colaboraban con incrédulos – incluso con furibundos anticristianos – para perseguir a otros creyentes.

Continuará…




Artículos anteriores de esta serie:
1El seguidor de Cristo será perseguido
2El Evangelio, locura a la vanidad humana
3Integridad y gozo ante la persecución
4Salvación y juicio en la predicación
5Iglesia: respuesta a la persecución
6La persecución interna
7Envidia entre cristianos
 

 


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