Por ejemplo, uno puede estar o no de acuerdo con la Institución de la religión cristiana de Calvino o con la Teología sistemática de Berkhof, pero no puede dudarse de que en ambos casos se cubren todos los aspectos esenciales de la teología cristiana. No es el caso de la teología de la liberación. Tras presentar una mísera caricatura del Cristo de la Biblia y proponer un Evangelio contrario a la Biblia, la teología de la liberación carece, por ejemplo, de una pneumatología o doctrina del Espíritu Santo.
Aunque la persona del Espíritu Santo aparece desde la primera página de la Biblia (por más que alguna desdichada revisión de la Reina Valera haya decidido ponerlo en minúscula como si fuera la Versión del Nuevo Mundo de los Testigos de Jehová), no cabe duda de que la mayor enseñanza sobre esta persona de la Trinidad se encuentra en el Nuevo Testamento.
El libro de los Hechos de los apóstoles ha sido llamado con justicia el libro de los Hechos del Espíritu Santo porque en él vemos, por ejemplo, cómo se reveló a Israel (Hechos 7, 51); cómo daba instrucciones a los primeros evangelistas (8, 29); cómo consolaba a las primeras iglesias (9, 31); cómo abrió la puerta de la iglesia a los primeros gentiles (10, 19 ss y 11, 12); cómo designaba misioneros (13, 2); cómo guiaba a los apóstoles y ancianos (15, 28); cómo impedía acciones contrarias a Su propósito (16, 6) y un largo etcétera.
Las epístolas confirman claramente esa enseñanza y nos muestran una vida eclesial que sería imposible sin la acción del Espíritu siquiera porque éste es el que da los dones (I Corintios 12, 4 ss) o nos indica lo que debemos pedir a Dios (Romanos 8, 26-27).
Se piense lo que se piense de determinados dones y de la manera en que se manifiestan en la congregación, es imposible concebir la vida cristiana sin el Espíritu Santo… imposible salvo para la teología de la liberación.
Que así suceda es lógico porque obligaría a los teólogos a buscar la dirección de sus acciones en el Espíritu (y no en Marx), porque obligaría a pensar el papel del Espíritu en el seno de una iglesia (la católica) que se define de manera sustancial por el orden jerárquico –orden que la teología de la liberación no busca tanto cambiar como conquistar para su uso personal– y porque obligaría a aceptar una exactitud en la enseñanza de la Biblia que los teólogos de la liberación no tienen la menor intención de conceder.
Lo que acabo de señalar sobre la pneumatología, podría afirmarse de manera semejante sobre la escatología. Sin embargo, ya he hecho algunas referencias a la manera en que los teólogos de la liberación interpretan la resurrección o la consumación de los tiempos y creo que es suficiente. Que nadie busque en sus páginas referencias al futuro de Israel, a la segunda venida o al milenio. Encontrará poco o nada.
Visto lo visto, no resulta extraño que
ya en 1987, Samuel Escobar afirmaba al final de su libro “La fe evangélica y las Teologías de la liberación” que las teologías de la liberación “para nosotros son un interlocutor desafiante, pero no una alternativa teológica aceptable”.
Escobar daba totalmente en el blanco al afirmarlo, pero, precisamente por ello, cabe preguntarse por qué, dos décadas después, todavía algunos persisten en la gravísima actitud de pregonar una teología medularmente antibíblica.
A ello intentaré dar respuesta la próxima semana… A ver si nos enteramos.
CONTINUARÁ
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