Para poner las cosas en su lugar desde el principio debemos afirmar con rotundidad que
la teología de la liberación no es una teología más. Es “otro evangelio” como señaló Pablo a los gálatas, justo ese tipo de evangelio falso y antibíblico que debe ser rechazado de plano (Gálatas 1, 8-10).
Históricamente, sobre todo tras la caída de la URSS y la apertura de los archivos soviéticos, resulta ya fácil trazar los orígenes de la teología de la liberación. Fue una creación del KGB para infiltrar fundamentalmente la iglesia católica y propiciar revoluciones comunistas en Hispanoamérica. Ese intento de infiltración fracasó con el movimiento PAX en la Polonia de los años cincuenta del s. XX, pero no implicó un abandono del proyecto en otras partes del globo.
Para Hispanoamérica se crearon organizaciones como el IDOC o Cristianos por el socialismo (profundamente socialistas y escasamente cristianos) que impulsados por agentes como el monseñor católico Iván Illich Regenstreif lograron infiltrarse en no pocas comunidades y parroquias. En ese sentido, no resulta extraño que la teología de la liberación entrara en agonía al caer la dictadura sandinista en Nicaragua o que el teólogo liberacionista Frei Betto, franciscano por más señas, pudiera escribir un
Fidel y la religión donde aparte de cantar las virtudes de la dictadura cubana se permitía descartar la veracidad de los milagros narrados en los evangelios como “simbólicos”.
Nada extraño en alguien que ya había dejado por escrito que Jesús, muerto en su lucha contra el imperialismo romano, no había resucitado jamás. No es la única falsedad – se podrían contar millares – nacida de la teología de la liberación. Ahí está su teólogo más brillante, Leonardo Boff, que no se llama así sino Genesio Darci, que decidió rebautizarse con arena en un rito telúrico en las playas de Río de Janeiro y que fundó puntualmente una secta conocida como la Iglesia verde en la que a la teología de la liberación sumaban elementos del ecologismo y de religiones indígenas.
Con todo, no es necesario conocer la Historia oculta de la teología de la liberación para percatarse de su carácter medularmente antibíblico. En realidad, basta con conocer la Biblia y con haber leído a los autores liberacionistas para darse cuenta de que la teología de la liberación es metodológica, antropológica, cristológica, soteriológica, pneumatológica y escatológicamente antibíblica.
Metodológicamente la teología de la liberación es otro Evangelio. Los teólogos de la liberación lo dejaron de manifiesto desde el principio. Su instrumento de análisis de la realidad es el marxismo. Así lo afirman tajantemente Leonardo y Clovis Boff en su
Cómo hacer teología de la liberación. Es cierto que ni uno solo de los datos sobre economía que dan los dos hermanos en las primeras páginas del libro se corresponden ni lejanamente con la realidad, pero no puede negarse su claridad. El marxismo es su instrumento de análisis.
Aún más. Los teólogos de la liberación en general han insistido en que existía una justificación para ese comportamiento. Si la iglesia católica había utilizado el aristotelismo durante siglos, ¿por qué no iban a usar a Marx ellos? Las razones, como mínimo, eran dos. La primera es que el marxismo costó al género humano a lo largo del siglo XX más de cien millones de muertos a los que dio muerte mediante distintos sistemas de represión, es decir, el doble que el nacional-socialismo de Hitler, segunda guerra mundial y Holocausto incluidos. La segunda es que frente a ese aristotelismo sólo hay una respuesta, la que dieron los reformadores en el s. XVI, regresar a las Escrituras, pero no sustituir una filosofía humana por otra.
Antropológicamente la teología de la liberación es otro Evangelio. La Biblia es meridianamente clara acerca de la situación del hombre. Nos habla de la primera Caída que apartó al género humano de Dios (Génesis 2-3) e insiste en que
“todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3, 23). Esa situación de separación del Señor a causa de nuestro pecado sólo puede ser reparada por la aceptación del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz. Pues bien todos y cada uno de estos aspectos es negado, orillado o pervertido por la teología de la liberación.
De entrada, el concepto de Caída no aparece; de continuación, la idea de pecado queda sospechosamente difuminada y, de conclusión, en lugar de las categorías bíblicas se implanta el concepto – marxista, ¿cómo no? – de alienación. Lejos de estar todos bajo pecado, en realidad, nos encontramos con una sociedad dividida entre los que son pobres – especialmente amados por Dios – y los que no lo son. Debo abrir un paréntesis aquí para señalar que no existe punto de contacto entre aquellos a los que la Biblia denomina pobres y el concepto liberacionista de los pobres, pobres a los que, obviamente, se hace una faena sacándolos de un estado que, según los liberacionistas, es objeto de un amor especial de Dios.
Al fin y a la postre, según la teología de la liberación, cada ser humano no debe definirse en relación con la oferta de salvación en Cristo – temas ambos de los que hablaré en la próxima entrega – sino de la revolución que cambiará el entramado social.
Como puede verse, todo parecido entre lo que enseña la Biblia y la teología de la liberación no es que sea pura coincidencia, es que ni existe. A ver si nos enteramos…
CONTINUARÁ
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