Permítaseme apuntar algunos ejemplos significativos. Es frecuente escuchar afirmaciones como las siguientes: 1. Cada vez los pobres son más pobres y los ricos, más ricos. 2. La culpa de esa situación la tiene el mercado. 3. La globalización agudiza la pobreza excluyendo a los pobres de la riqueza. 4. El liberalismo (o neo-liberalismo) sitúa a los pobres fuera de la prosperidad y 5. Es un ministerio profético arremeter contra el mercado, la globalización y el liberalismo.
Pues bien todas y cada una de esas cinco afirmaciones son rotundamente falsas.
1. NO es cierto que cada vez haya más pobres ni que éstos sean más pobres. A decir verdad, los estudios económicos de los últimos años demuestran que cada vez hay menos pobres. La razón fundamental es que secciones muy importantes del globo han abandonado las recetas socialistas y han optado por el mercado. El caso más notable al respecto es China, pero puede decirse lo mismo de las naciones de la Europa del Este y de otros sectores del planeta. Por supuesto, hay excepciones a esa marcha general. En España, por ejemplo, en los dos últimos años los muy ricos han triplicado sus beneficios y los asalariados han retrocedido en poder adquisitivo a cifras de 1992 nada menos. Sin embargo, insistamos en ello, no deja de ser una excepción que, Dios lo quiera, será pasajera.
2. NO es cierto que la culpa de la pobreza la tenga el mercado. En realidad, es todo lo contrario. Basta ver los índices de pobreza para percatarse de que las naciones más ricas son aquellas en que el mercado es libre, mientras que las más pobres son aquellas que han carecido de él. No sólo eso – de nuevo, China es un ejemplo claro – tienen posibilidades de salir adelante aquellas en las que se abre paso el mercado y retroceden (Bolivia, Venezuela, Cuba...) aquellas en que no existe o está atenazado.
3. NO es cierto que la globalización agudice la pobreza. A decir verdad, lo cierto es exactamente lo contrario. En aquellas naciones que pueden acceder a la globalización, el salto hacia adelante es enorme (sí, de nuevo podemos mencionar China o India), mientras que las que se retraen se ven aisladas y atrasadas igual que sucedió en el pasado con las que no instalaban vías férreas o adoptaban las nuevas tecnologías, nuevas tecnologías, por cierto, que sólo son accesibles mediante la globalización.
4. NO es cierto que el liberalismo arranque a los pobres de la prosperidad. A decir verdad, sucede exactamente lo contrario. La apertura de fronteras – vieja fórmula liberal – permitiría que las naciones pobres de Asia, África o América pudieran vender sus productos en nuestros mercados a un precio justo. De hecho, ésa es la razón fundamental por la que España quiso entrar durante décadas en el Mercado común europeo, porque era una economía globalizada aunque se limitara a la Europa occidental.
Esa apertura de mercados a nosotros, los consumidores occidentales nos beneficiaría porque compraríamos productos más baratos y a ellos les ayudaría enormemente porque comercializarían sus bienes. Sin embargo, los sindicatos, los gobiernos intervencionistas y los partidos de izquierdas y nacionalistas se oponen sistemáticamente a esa apertura de mercados condenando a centenares de millones de seres humanos a no poder dar salida a su producción y con ello a la miseria. A cambio, se empeñan en darles dinero y subvenciones procedentes de nuestros impuestos, pero el resultado de esa política es nefasto ya que se saca el dinero de los bolsillos de las clases medias occidentales para que vaya a parar a los de los poderosos de los países pobres (¿o es que alguien se cree a estas alturas que nuestro dinero va a parar a los pobres del Tercer Mundo?).
5. Denunciar, por lo tanto, lo que NO es cierto lejos de ser un ministerio profético constituye – quizá con la mejor buena fe – una manera de ocultar la realidad y alentar caminos que van en dirección opuesta al fin deseado. Este análisis económico antiglobalizador, anticapitalista y antiliberal no es sino uno de los últimos restos del naufragio del socialismo y de la nefasta teología de la liberación que utilizaba, según propia confesión, el marxismo como instrumento de análisis.
A estas alturas ya queda muy poco de la teología de liberación lo que no es extraño si se tiene en cuenta no sólo sus bases escasamente cristianas sino la forma de vida de algunos de sus teólogos como Leonardo Boff que ha terminado rindiendo culto a la Madre Tierra.
En España su último baluarte es Tamayo que no sólo niega doctrinas bíblicas esenciales como la de la Trinidad sino que en su página web alaba las enseñanzas del ayatollah Jomeini y propugna una teología cristiano-islámica contra el imperio.
Y, sin embargo,
todo este dislate sería fácil de evitar en el pueblo evangélico si regresáramos a los principios económicos contenidos en la Biblia, unos principios que fueron recuperados por la Reforma y que explican, por ejemplo, porque las naciones protestantes han superado, a pesar de su pobreza inicial, a otras más ricas.
Pero de eso ya hablaré en otra entrega... a ver si nos enteramos.
PS: Propone Juan Antonio Monroy que en medio de esta fiebre de pedir indemnizaciones por los males del franquismo los protestantes españoles las pidan igual que los gays. Su argumentación es impecable. Si, efectivamente, es legítimo pedir ese tipo de compensaciones, los protestantes españoles tendrían muchos más títulos para reclamarlas que el colectivo gay. Pero si es así ¿por qué nadie, salvo Monroy, lo ha planteado?
Continuará
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