Con todo, como también dijimos, era obligatorio plantearse algunas cuestiones de no escasa importancia.
La primera, ya contestada en el anterior artículo, es que
si era tan obvio que la salvación derivaba sólo de la gracia de Dios y no de las obras ¿porqué no existían precedentes de esta enseñanza en el Antiguo Testamento? ¿No sería más bien que Jesús, sus discípulos más cercanos y el propio Pablo estaban rompiendo con el mensaje veterotestamentario?
La segunda es consecuencia de la anterior: si ciertamente la salvación era por la fe y no por las obras ¿cuál era la razón de que Dios hubiera dado la ley a Israel y, sobre todo, cuál era el papel que tenía en esos momentos la ley?
Y la tercera y última, que responderemos en el próximo artículo que cierra esta serie, es: ¿aquella negación de la salvación por obras no tendría como efecto directo el de empujar a los recién convertidos - que procedían de un contexto pagano - a una forma de vida similar a la inmoral de la que venían?
EL PAPEL DE LA LEY
La respuesta de Pablo a cuál era la razón de que Dios hubiera dado la ley a Israel y, sobre todo, cuál era el papel que tenía en esos momentos la ley resulta, una vez más, de una enorme concisión y, a la vez, contundencia:
“
Entonces ¿para qué sirve la ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniese la descendencia a la que se había hecho la promesa... antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, recluidos en espera de aquella fe que tenía que ser revelada de tal manera que la ley ha sido nuestro ayo para llevarnos hasta el mesías, para que fuéramos justificados por la fe, pero llegada la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Jesús el mesías” (3, 19-26)
(La negrita es nuestra)
“
También digo que mientras el heredero es niño no se diferencia en nada de un esclavo aunque sea señor de todo. Por el contrario, se encuentra sometido a tutores y cuidadores hasta que llegue el tiempo señalado por su padre. Lo mismo nos sucedía a nosotros cuando éramos niños: estábamos sometidos a la esclavitud de acuerdo con los rudimentos del mundo. Sin embargo, cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos” (4, 1-5)
Para Pablo, resultaba innegable que la ley de Moisés ciertamente era de origen divino y, por supuesto, tenía un papel en los planes salvadores de Dios.
Sin embargo, ese papel era cronológicamente limitado extendiéndose desde su entrega en el Sinaí hasta la llegada del mesías. También era limitado su papel en términos espirituales. Fundamentalmente, la ley cumplía una misión, no la de servir de instrumento de salvación, sino la de preparar a las personas para reconocer al mesías. Igual que el esclavo denominado por los griegos
paidagogos (ayo) acompañaba a los niños a la escuela pero carecía de papel una vez que éstos llegaban al estado adulto, la ley mosaica servía para mostrar a los hombres que el camino de la salvación no se podía encontrar en las obras sino en la fe en el mesías.
De esto además se desprendía otra consecuencia no carente de relevancia. A los ojos de Dios el linaje de Abraham no son aquellos que tienen una relación física o genealógica con este patriarca sino los que han creído en el mesías, su descendencia.
En otras palabras, la condición de judío no es física, nacional o racial sino espiritual:
“
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Jesús el mesías y sois del mesías, sois realmente linaje de Abraham y herederos de acuerdo con la promesa” (3, 28-29)
Semejantes palabras, sin duda, podían ser interpretadas de manera muy ofensiva por los judíos de la época de Pablo ya que separaban de Israel a un número considerable de judíos y por añadidura concedía tal consideración a gentiles de origen pagano.
ANTECEDENTES DE JESÚS Y JUAN EL BAUTISTA
Con todo, no era, en absoluto, original. Como ya vimos está claramente contenida en la enseñanza de Jesús y cuenta además con precedentes en los profetas judíos.
Fue Juan el Bautista y no Pablo el que señaló que sólo aquellos que se volvían a Dios eran hijos de Abraham y no todos sus descendientes ya que Dios podía levantar hijos de Abraham hasta de las piedras (Lucas 3, 8-9 y par).
De la misma manera, Isaías, posiblemente el profeta más importante del Antiguo Testamento, consideró que los judíos contemporáneos que se negaban a volverse a Dios no eran tales judíos sino miembros de Sodoma y Gomorra (Isaías 1, 10).
En todos los casos, la perspectiva era palpable: sean cuales sean los condicionamientos nacionales, Israel, el pueblo espiritual de Dios, está formado por los que se comportan como Israel no por los que pertenecen genéticamente a él.
LA CUESTIÓN MORAL
Hasta aquí el razonamiento de Pablo puede ser calificado de impecable, pero,
obviamente, surgía un problema (ya mencionado al comienzo de este artículo)
que, en el fondo, resultaba esencial para la vida de la comunidad cristiana. Si los gentiles convertidos no iban a guardar la ley mosaica, ¿qué principios morales debían regir su vida?
La respuesta de Pablo en este tema resulta de una enorme importancia, pero la analizaremos la próxima semana, en el artículo que cierra esta serie sobre “
Pablo contra los judaizantes: la epístola a los Gálatas”
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