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El Evangelio y el destino de Israel

La carta a los Romanos, el Evangelio según Pablo (IV)

Es muy posible que la exposición del Evangelio “según Pablo” hubiera concluido al final del capítulo octavo si sus destinatarios hubieran sido gentiles. De manera extraordinariamente sólida, Pablo había logrado exponer hasta ese momento el mensaje de la condenación universal, de la salvación mediante la fe en el sacrificio expiatorio del mesías y de la nueva vida en el Espíritu. Sin embargo, la co
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 28 DE SEPTIEMBRE DE 2006 22:00 h

Ciertamente, Jesús el judío era el mesías y no era menos cierto que sus discípulos primeros – y posiblemente todavía mayoritarios – eran judíos. E incluso podía aducirse la importancia de las comunidades judeo-cristianas en la misma tierra de Israel. Todo eso era cierto, pero no lo era menos que, en su conjunto, Israel no había aceptado la buena noticia de que Jesús era el mesías. Se trataba de algo de enorme trascendencia espiritual en la medida en que a Israel le pertenecen “la adopción, y la gloria, y el pacto, y la ley, y el culto, y las promesas; y los antepasados de los cuales procede carnalmente el mesías, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Romanos 9, 4-5). ¿Cómo podía explicarse esa circunstancia?

Para Pablo, las razones son varias. En primer lugar, el hecho de que no todo Israel es Israel. En otras palabras, Israel no está formado por aquellos que son de la descendencia física de Abraham, sino los que proceden de la promesa. De hecho, el mismo Abraham tuvo dos hijos, pero la descendencia relevante en términos espirituales es sólo la que procede de Isaac (9, 6 ss).

En segundo lugar, Dios es el que impulsa el proceso de salvación, una salvación que es por gracia, operada mediante su elección soberana y no por las obras. En última instancia, es El – y únicamente Él - quien sabe por qué una persona responde a la predicación del Evangelio y porqué lo rechaza. Al respecto, los ejemplos que podían leerse en las Escrituras no eran escasos: 11 Porque cuando aún no habían nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección, no por las obras sino por el que llama, perdurase 12 le fué dicho que el mayor serviría al menor. 13 Como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí. (Romanos 9, 11-13)

La idea de que Dios provoca la salvación mediante un proceso de elección-predestinación cuenta con notables paralelos a lo largo de la Historia de las religiones. Aparece en el Antiguo Testamento (como muy bien se ocupó de señalar Pablo) y en sectores del judaísmo como los esenios, los sectarios de Qumrán y algunos fariseos. Ni siquiera faltan las referencias de Jesús a la elección (Juan 15, 16-19).

Con posterioridad, esa creencia en la predestinación vuelve a aparecer en personajes de la talla de Agustín de Hipona o Tomás de Aquino, por no decir, durante la Reforma, Lutero o Calvino. Sin embargo, la extensión de la creencia no ha contribuido a convertirla en popular y desde siempre ha existido una clara tendencia a encontrarla difícil de soportar. El mismo Pablo rehuye entrar en una argumentación o especulación – no digamos ya en una justificación racional - de la doctrina.

Las Escrituras lo enseñan, Dios – por definición – no puede ser injusto y, por lo tanto, resulta absurdo ponerse a especular al respecto o intentar penetrar en lo que se oculta en el interior de Dios: 14 ¿Qué vamos a decir entonces? ¿Que hay injusticia en Dios? Jamás. 15 Pero a Moisés le dice: Tendré misericordia del que tenga misericordia, y me compadeceré del que me compadezca. 16 Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que es el que tiene misericordia, 17 porque la Escritura dice del faraón: para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. 18 de manera que del que quiere tiene misericordia; y al que quiere, endurece. 19 Me dirás entonces: ¿Por qué, pues, se enoja? porque ¿quién puede resistirse a su voluntad? 20 pero, hombre, ¿quién eres tú, para que discutas con Dios? Va a decirle el cacharro de barro al que le labró: ¿Por qué me has hecho de esa maneral? 21 ¿O es que acaso no puede el alfarero hacer de un mismo material un vaso para honra, y otro para vergüenza? 22 ¿Y qué pasa, si Dios, queriendo mostrar la ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha mansedumbre los vasos de ira preparados para muerte, 23 y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró en los vasos de misericordia que él ha preparado para gloria; 24 a los que también ha llamado, a nosotros, que procedemos no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? (Romanos 9, 14-24)

Pablo no se detiene, por lo tanto, en argumentar racionalmente la predestinación. Simplemente da testimonio de ella como cuando escribió a los tesalonicenses (I Tesalonicenses 5, 9) o enseñaría a los efesios (Efesios 1, 4-5) o como cuando su discípulo Lucas señaló que se convertían los que habían sido elegidos para ello (Hechos 2, 47) o aquellos a los que Dios tocaba el corazón (Hechos 16, 14).

En tercer lugar, prosigue Pablo, las Escrituras ya habían profetizado que no todos los miembros del Israel natural responderían a la salvación de Dios. A decir verdad, lo que se repite con machacona insistencia es que sólo una parte, un residuo, un resto de todo Israel se salvaría: 25 Como también en Oseas dice: Llamaré al que no era mi pueblo, pueblo mío; Y a la no amada, amada. 26 Y sucederá, que en el lugar donde les fué dicho: Vosotros no sois pueblo mío: Allí serán llamados hijos del Dios viviente. 27 También Isaías clama en relación con Israel: Aunque fuera el número de los hijos de Israel como la arena de la mar, sólo un resto se salvará: 28 Porque el Señor pondrá en ejecución sin tardanza su sentencia sobre la tierra. 29 Y como predijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado simiente, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra nos hubiéramos asemejados. 30 ¿Qué diremos entonces? Que los gentiles que no perseguían la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por la fe; 31 y en cambio Israel que seguía la ley de justicia, no ha llegado a la ley de justicia. 32 ¿Por qué? Porque la perseguían no por fe, sino por las obras de la ley... (Romanos 9, 25-32a)

Los argumentos de Pablo que – no puede negarse – aparecen sustentados en todo un entretejido de textos de las Escrituras hebreas no constituyen, sin embargo, una formulación del rechazo de Israel. A decir verdad, históricamente, sólo unos pocos israelitas han sido verdaderamente Israel. Ahora, lo que ha sucedido es que Israel se asemeja a un olivo del que, por la falta de fe en el mesías prometido, en Jesús, han sido desgajadas algunas ramas que, por naturaleza, eran judías y se han injertado otras inicialmente extrañas que son los gentiles. A decir verdad, Israel sigue existiendo y sigue existiendo como un pueblo fiel porque Israel es una realidad espiritual caracterizada por aceptar los propósitos de Dios que incluyen al mesías y no por pertenecer a una raza concreta: 1 DIGO pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En absoluto. Porque también yo soy israelita, de la estirpe de Abraham, de la tribu de Benjamín. 2 No ha desechado Dios a su pueblo, al que conoció antes. ¿O acaso no sabéis lo qué dice de Elías la Escritura? cómo hablando con Dios contra Israel dice : 3 Señor, han dado muerte a tus profetas y tus altares han derruído; y sólo he quedado yo, y procuran matarme. 4 Pero ¿qué le responde Dios? He dejado para mí siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. 5 Así también, ahora mismo ha quedado un resto elegido por gracia. 6 Y si es por gracia, no es por las obras; de otra manera la gracia ya no sería gracia. Y si fuera por las obras, ya no sería gracia; de otra manera la obra ya no sería obra. 7 ¿Qué ha pasado por lo tanto? Que lo que buscaba Israel no lo ha alcanzado; pero los elegidos sí lo alcanzaron y los demás fueron endurecidos... 13 Porque a vosotros hablo, gentiles... 15 Porque si la reprobación de los judíos se ha traducido en la reconciliación del mundo, ¿qué significará su reintegración sino la vida de entre los muertos?... 17 Por que si algunas de las ramas fueron arrancadas, y tú, siendo acebuche, has sido injertado en su lugar, y te has convertido en partícipe de la raíz y de la savia del olivo; 18 no presumas contra las ramas; y si presumes, entérate de que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. 19 Pues las ramas, dirás, fueron quitadas para que yo fuera injertado. 20 Es cierto. Por su incredulidad fueron arrancadas, pero tú por la fe estás en pie. No caigas en la soberbia, sino más bien teme, 21 porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te va a perdonar... 23 Y aun ellos, si no siguieran siendo incrédulos, serán injertados, porque Dios es poderoso para volverlos a injertar. (Romanos 11, 1-7, 13, 15-21, 23)

¿Terminaba así la historia de los descendientes de Abraham? ¿Significaba el argumento de Pablo que, en su conjunto, su historia había concluido con la llegada del mesías? El razonamiento de Pablo podía haber concluido así sin ningún tipo de violentamiento lógico. Los judíos se habían esforzado por hallar la justicia ante Dios mediante las obras – algo que chocaba con lo establecido en la Torah – y, de manera trágicamente lógica, no habían alcanzado la única forma de justicia que Dios admite, aquella mediante la que justificó al propio Abraham, la justificación por la fe. El rechazo del mesías Jesús no había sido general, por supuesto. A decir verdad, se había repetido un fenómeno dramático, pero real en la Historia de Israel, el de que sólo un resto se había salvado, mientras que la mayoría había manifestado su incredulidad a las acciones de Dios. A partir de aquí, no resultaría difícil deducir que el Israel natural ha desaparecido de la Historia de la salvación y que sólo puede ser contemplado en términos de negativa incredulidad. Históricamente, ese salto conceptual ha sido dado por no pocos y ha derivado con relativa facilidad en un antisemitismo no racial, pero sí teológico y espiritual. Sin embargo, Pablo no sólo no llega a esa conclusión sino que anuncia una restauración futura del Israel material precisamente porque Dios sigue amando a los descendientes carnales de Abraham. Al realizar esa afirmación, Pablo sigue la línea de los profetas de Israel, de Jesús y de los predicadores judeo-cristianos y no la de muchos teólogos que aparecieron después de él. Al final de los tiempos, cuando todos los gentiles que hayan de salvarse, hayan alcanzado esa meta, también todo Israel se salvará: 24 Porque si tú procedes de un olivo silvestre, y contra la naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su olivo? 25 Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no caigais en la arrogancia: que el endurecimiento que, en parte, ha tenido lugar en Israel, es sólo hasta que hayan entrado todos los gentiles; 26 y luego todo Israel será salvo; como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará de Jacob la impiedad; (Romanos 11, 24-26)

De esta manera, Pablo se convertía en un verdadero paladín contra el antisemitismo. No sólo es que sin Israel – la raíz del olivo – era imposible la fe en el judío Jesús; no sólo es que el Evangelio carece de base sin la historia de Israel, es que además, de manera misteriosa, Israel tiene un futuro glorioso de restauración que Dios le reserva.


(1) Ver infra pp.





Artículos anteriores de esta serie:
1Humanidad culpable/Evangelio
2Evangelio y salvación por la fe
3El Evangelio: nueva vida
 

 


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