Condensa en estas pocas palabras infinidad de pensamiento y de existencial práctica de una vida tan llena como la de Calderón:
“La figura del manchego Juan Calderón se presenta muy atractiva; alma atormentada, ejemplifica como pocas la crisis que atribuló a tantas conciencias que pasaron de la Ilustración reformista al Romanticismo liberal entre los siglos XVIII y XIX; explicó en su tierra la Constitución de Cádiz con arreglo al derecho natural; pasó del ateísmo al protestantismo; creó las primeras revistas de esta confesión en español,
El Catolicismo Neto y
El Examen Libre. Fue, además, un gramático innovador y un importante comentador del
Quijote, hasta el punto de reparar las insuficiencias filológicas de Diego Clemencín y merecer los elogios de un adversario ideológico como don Marcelino Menéndez Pelayo, quien lo tuvo además por escritor excelente, aunque
sin afectaciones de purismo. Corrigió las primeras ediciones decimonónicas del Nuevo Testamento protestante en español y se le puede considerar uno de los principales teólogos españoles de lo que se ha venido a llamar
Réveil o Despertar protestante del XIX, constituyendo, a juicio del citado don Marcelino y junto con José María Blanco White y Luis de Usoz, una de las tres figuras centrales de la Segunda Reforma en España. Y tan interesante como el escritor manchego, o incluso más, es asimismo la larga estirpe de artistas y escritores de nota que forma su descendencia, desde el pintor de la Royal Academy Philip Hermógenes Calderón, líder del movimiento pictórico conocido como The Clique, y William Frank Calderón, creador de la Escuela de Pintura Animal en Londres, hasta el escritor, dramaturgo y eslavista George Leslie Calderón o el arquitecto Alfred Calderón. Uno se plantea, a la vista de esta brillante progenie, si todas estas lumbreras hubieran podido desarrollarse en un ambiente como el de la España de la segunda mitad del siglo XIX. ”.
Evidentemente cada una de estas primeras palabras tendrá su desarrollo, sin dejar rincón alguno por investigar.
El autor también pagará su deuda de gratitud a los nombres de sus fuentes (Usoz, Nogaret, Mar Vilar o Juan Bautista Vilar, entre otros) pero
todos estaremos en deuda con Ángel Romera al habernos presentado a este protestante en todas sus dimensiones de hombre excepcional que, con todo merecimiento, debe de entrar en la historia intelectual y espiritual de España.
Muchas son las curiosidades que nos descubre Romera a lo largo de su apretada obra. Una de las que llaman la atención, referida a su vinculación con Calderón de la Barca, nos la expone así Romera:
“Esta hidalguía y orgullo de estirpe, tan ajeno al humilde Juan Calderón, lo tenían desde luego más desarrollado sus descendientes: el oficial George Calderón, herido en una pierna por los alemanes en la primera batalla de Yprés, se consoló haciendo punto y terminó una pieza con el escudo de armas del apellido Calderón y, de todas formas, hay que señalar en el incierto origen madrileño del doctor Calderón una posibilidad bien abierta a esos respectos sobre la posible vinculación familiar del heterodoxo con el hijo ilegítimo, pero reconocido, de Pedro Calderón de la Barca, nada menos o, más probablemente, con uno de los hermanos del poeta”.
Desconocíamos que Juan Calderón perteneciese al movimiento evangélico de “Avivamiento” o Réveil que conoció a través del pastor de Ginebra, Henri Pyt, quien había formado parte de la Sociedad de los Amigos de Ginebra donde estaban también Ami Bost, Émile Guers, Henri-Louis Empeytaz y Jean-Guillaume Gonthier. Nos dice Romera que “su religiosidad se inspiraba en la de los moravos husitas; no desdeñaban socorrer a los pobres y afligidos por todos los medios, leían la
Imitación de Cristo de Kempis, sentían simpatías por el iluminismo y el catolicismo, volvían a interpretar directamente los textos evangélicos con ayuda de la filología y ansiaban volver al culto doméstico y a la piedad de los ancestros”.
Este movimiento tan importante, que nace del desencanto del sueño razón que produce monstruos, logró traer la paz y calmar la sed espiritual del escéptico y ateo spinozista Calderón, para convertirlo en un teólogo del Reveil o avivamiento o despertar que llama Romera.
Este autor nos descubre también la descendencia de Juan Calderón que llegaron a ser personas de relevancia como Philip Hermógenes Calderón (1833-1898), que llegó a ser un famoso pintor Inglés y que nunca llegó a viajar a España. Los hijos de Philip Hermógenes, tres fueron también famosos: el pintor William Frank Calderón (1865-1943); otro fue George (Leslie) Calderón (1868-1915), un escritor dramático y narrador, filólogo eslavista y el arquitecto Alfred M. Calderón, creador del estudio de su famoso vecino, el pintor holandés sir Lawrence o Lourens Alma-Tadema, así como de numerosos edificios en Londres. Todos estos descendientes son ampliamente descritos y Ángel Romera nos describe minuciosamente su obra. Igualmente nos relata cómo “Calderón también siguió también su trabajo de colportor no sólo en Burdeos, sino en Bayona, llevando Biblias y Nuevos Testamentos protestantes en español y vasco a los emigrados españoles, motivo por el cual se enemistó con algunos frailes españoles emigrados de su orden, dirigidos por su compañero de orden franciscana observante el padre José Areso Iribarren (1797-1878), misionero y restaurador de la orden en Francia, contra quien sostuvo una dura polémica”.
Calderón como muchos españoles que huyeron de España por sus ideales religiosos (Juan de Luna, Vicente Joaquín Soler, Gerónimo Quevedo, Jaime Salgado, Lorenzo Fernández etc, además de Antonio del Corro, Galés o Servet mucho antes) estudió y “obtuvo un premio en la facultad de teología protestante de Montauban en 1841 por su obra
Diálogos entre un párroco y un feligrés sobre el derecho que tiene todo hombre para leer las Santas Escrituras y formar, según el contenido de ellas, su creencia religiosa, que se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional de España y fue publicada por él mismo en las revistas que dirigió”. En estas revistas Calderón ensaya sus ideas y aparecen de forma semestral
El catolicismo Neto (Pure catholicism)y El Examen libre, dirigidas a dos blancos con los que era fácil polemizar como era la filosofía de Espinosa y contra Balmes, además de otros artículos teológicos fundamentalmente. Esto le convertirá,
junto a Blanco White, en el primer periodista protestante español.
La obra de Calderón tiene varias vertientes, la humanista o ilustrada que le ensalza como gramático,
la espiritual y escrituraria, la apologética que aparece en sus periódicos y siempre con idas y venidas en su posición política liberal.
Cuando vuelve a Inglaterra, después de haber pasado por España en 1842 y Francia en 1845, ya había comenzado a publicar la Revista Gramatical de la Lengua española y terminó una gramática, Análisis lógica y gramatical de la lengua española. En Londres escribirá su
Autobiografía solicitada por Wiffen y transcribe algunas obras de
Reformistas antiguos españoles y revisa un sinfín de obras. La estancia de Calderón entre los liberales expatriados españoles en Londres y su ambiente intelectual y religioso es presentado por Ángel Romera con todo lujo de detalles y valora así la obra de Calderón: “El efecto de las revistas protestantes de Calderón fue relevante para la evolución hacia el pluralismo religioso de España durante el siglo XIX, a solas o de consuno junto a otros protestantes y colportores del interior (José Vázquez, Francisco de Paula Ruet, Manuel Matamoros, Juan Bautista Cabrera y sus colaboradores Miguel Trigo y Antonio Vallespinosa) o agentes de las sociedades bíblicas del exterior como James Graydon, James Thomson, William Harris Rule o el famoso George Borrow.”
En España Calderón había ayudado a formar grupos congregacionales en Madrid, Sevilla, Cádiz, Granada y Málaga y ahora desde Londres les enviaba sus periódicos que tuvieron un éxito relativo. En 1854 se volvería a refundar
El examen libre con el nombre de
El Alba y todos estos esfuerzos de Calderón “hicieron resurgir la próspera comunidad protestante de Sevilla, que siguió desarrollándose gracias al profesor de lenguas José Vázquez (1788-1875) y a su sucesor, el gran Juan Bautista Cabrera (1837-1916), y también rindieron fruto en Cádiz gracias a la ya citada y carismática Margarita Barea (1792-1865); en Málaga prosperó también gracias al apostolado de Villarazo y Soto”.
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