Existe un clamor emergente desde la neortodoxia que personalmente me parece que representa uno de los ataques más sutiles a la autoridad de la Biblia. A diferencia de los embates flagrantes y frontales a los que nos tienen acostumbrados los emergentes, esta ofensiva suena bastante cristiana, piadosamente reflexiva y profunda, y aún fundamental.
Existe un clamor emergente desde la neortodoxia que personalmente me parece que representa uno de los ataques más sutiles a la autoridad de la Biblia. A diferencia de los embates flagrantes y frontales a los que nos tienen acostumbrados los emergentes, esta ofensiva suena bastante cristiana, piadosamente reflexiva y profunda, y aún fundamental.
Es que este asalto a la autoridad de la Sagrada Escritura comienza afirmando que la Biblia es una autoridad porque nos lleva a Cristo. Que por eso hay que leerla con cuidado y devoción. Que incluso podemos llegar a sostener que es inspirada. ¿Quién de entre la mayoría de los cristianos podría notar alguna cosa extraña ante estas declaraciones?
¿Crees en un libro o en una persona?
“La Biblia NO ES la Palabra de Dios. Jesús lo es”.
“La Biblia no es el fundamento. Jesús lo es”.
“Decir que la Biblia es la Palabra de Dios o el fundamento es bibliolatría”.
El argumento desciende entonces un escalón hacia la negación de la verdad. Se enseña que, no obstante lo anterior, el fundamento de la fe NO ES la Biblia. “¡Un momento!” –pensarían muchos cristianos. Pero luego son aplacados cuando se les dice que la propia Biblia constata lo anterior. Porque 1 Corintios 3.11 no dice que el fundamento es “un libro” sino Cristo; así también 1 Corintios 10.4 y 1 Pedro 2:4,7 no dicen que la roca es “un libro” sino Cristo; y Juan 1.1 no dice que la Palabra o el Verbo es “un libro” sino Cristo. ¿Veredicto? La Biblia no es el fundamento, ni la roca ni la Palabra, sino Jesús.
Si un cristiano no conoce su Biblia y la naturaleza de esta, lo más probable es que caiga en esta tramposa sutileza y termine envenenándose con el escepticismo de la filosofía emergente: una filosofía que protesta, que se autoproclama radical, que quiere ser orgánica y purificadora de lo que le parece la mancha fundamentalista del fanatismo clerical.
Para desenmarañar este timo hay que asentar dos cosas:
1. Jesús es el fundamento, la roca y la palabra.
2. La Biblia es la revelación y fuente primaria, infalible, suficiente e inerrante de la autoridad de Dios.
Una parábola servirá para explicar la relación de ambas afirmaciones.
En Mateo 7:24-26 Jesús dice que los que oyen sus palabras y las ponen en práctica son como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca, pero los que lo oyen y no practican lo que él dice, son como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena y al venir las tormentas todo se desplomó.
Cuando Jesús habla de sus palabras -de “estas palabras” (Mt.7.24)- está subrayando que a ellas pertenece toda la autoridad. Obedecer a Jesús es ser sabio y engañarse siendo falso es insensato. Entonces ¿cómo sabemos nosotros cuáles son “estas palabras” (v.24) de Jesús? Únicamente a través de LA BIBLIA. La Biblia no es Jesús, pero sabemos de las palabras de Jesús por la Biblia.
¿Cómo estamos seguros de qué actuamos como “el hombre prudente”? Lo sabemos porque LA BIBLIA nos revela el carácter, vida, obra y palabras de Jesús, y por medio del Espíritu Santo somos guiados a vivir la vida que Dios quiere de nosotros (Jn.16:13-15;cfr. Ro.8.14;1 Co.2.13).
Pero aún así se puede seguir sosteniendo legítimamente que Jesús NO ES la Biblia, pero añadiendo que la Biblia “solo provee el contexto de quiénes somos como seres humanos” y que “compila los hechos por medio de los cuales inicialmente nos acercamos a Jesús”. De todas maneras, es imposible dejar de depender de LA BIBLIA para seguir a Jesús. Hay que ir una y otra vez a ella para conocer “estas palabras” (Mt. 7.24) suyas.
En este punto tenemos que aceptar que aunque ontológicamente Jesús y la Biblia son distintos, están de tal manera vinculados que no es posible adorar, servir y gozar de Jesús –el fundamento, la roca y la Palabra- sin asistirse de la revelación infalible y suficiente de ese fundamento, esa roca y ese logoς.
Por esta razón los apóstoles y sus asociados escribieron. Juan dijo: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y las escribió” (Jn.21.23). Más aún: “Pero estas [cosas] se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida” (Jn.20.31). Fueron escritas ἵνα pιστεύ, para CREER y ἵναpιστεύοντες ζωὴν ἔχητε, creyendo TENGAMOS VIDA ἐν τῷ ὀνόματι αὐτοῦ, en su nombre.
Si nosotros insistimos en textos como este de acuerdo al capricho emergente –que quiere separar inútilmente cosas integrales– terminaremos en el ridículo de preguntarnos: ‘Si la Biblia está escrita para que creamos en una persona, ¿en qué creemos al final? ¿En una persona o en un libro?’. Si tú dices: “En la persona, claro”, yo podría replicar: “No, tú estás creyendo en un libro”. Pero entonces dirías: “Yo creo en la persona de la que habla el libro”, y yo respondería: “No. Tú crees en el libro que habla de una persona”. Y si tú me dices: “Creo en el libro y en la persona” yo te replicaría: “Eso es bibliolatría. Porque el fundamento de la fe no es el libro sino la persona”.
Este es el grotesco ejercicio mental que lleva a la desnaturalización de la revelación bíblica que entretiene a algunos emergentes. La realidad es que tenemos que afirmar sanamente que creemos en las Sagradas Escrituras como único fundamento de nuestra doctrina y por ello creemos en Jesús, el único fundamento, la roca y la Palabra de nuestra redención.
Si el problema del progresista es que se idolatre un libro la solución no es desmembrar el testimonio bíblico de su propio autor, que es Dios. Porque a mí me parece que este es un pretexto más dentro de la agenda desintegradora emergente que quiere terminar con las doctrinas cristianas históricas, porque le estorban en sus malabares filosóficos existencialistas que tanto le fascinan.
Juan Paulo Martínez Menchaca – Teólogo y escritor – México
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