A raíz de los abucheos, los linchamientos en multitud, los boicots y los “trols” irreverentes de estos días por la venta de un libro polémico en una librería bíblica, se hacen necesarias unas directrices útiles para el diálogo en las redes sociales.
Puedo entender las rabias, los pataleos y los arrebatos cuando alguien promueve algo con lo que te sientes absolutamente en contra, pero siempre el marco de actuación o confrontación ha de quedar dentro del orden y la prudencia, como corresponde a creyentes. Como dice la Escritura: “Airaos, pero no pequéis… no deis lugar al diablo” (Efesios 4, 26-27). Es muy fácil dejarse llevar por la ira, lanzar acusaciones condenatorias, burlas e insultos con apariencia de lenguaje cristiano. Lo difícil, lo que nos reta es saber guardar la compostura.
Bien dice la Escritura: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4,29). No se trata solo del uso de palabras disruptivas, insultos o acusaciones, sino del tono, el recochineo y la poca amabilidad. Si el propósito es dar gracia a los oyentes como dice el versículo, entonces el diálogo sería con tonos cordiales, dirigidos por el Espíritu e impregnados del lenguaje del amor (con lo que las faltas de respeto están de más, y las intenciones de trolear deberían quedar fuera). Como dice Colosenses 4,6: “Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto. Así sabrán cómo responder a cada uno”; sin embargo, si se falta al decoro y al respeto no puede haber un mínimo de entendimiento.
En Efesios 5,4 se nos exhorta a no emplear “palabras indecentes, conversaciones necias ni chistes groseros, todo lo cual está fuera de lugar; haya más bien acción de gracias”. ¡Qué gran recomendación para el diálogo que se dice entre cristianos! ¡Qué importante que los que juegan a ser troles “cristianos” tengan esto en cuenta!
En el capítulo 3 de Santiago también aparecen advertencias sobre el uso incendiario del lenguaje y cómo puede dañarnos unos a otros si no somos capaces de “domar nuestra lengua”. Habría que ser un literalista muy estricto para creer que estas recomendaciones solo tienen que ver con el lenguaje hablado y no con el escrito. Tomemos en cuenta el texto de Santiago antes de actuar como trols de internet, o antes de lanzar improperios a otro ser humano.
“Acusar” a personas a las que no se conoce, jamás podrá ser, de ningún modo, juzgar con justo juicio, siendo por el contrario una forma de adoptar ligeramente y sin discernimiento el rol representado en la figura del ángel acusador (satanás). De ahí también aquella expresión que decíamos… de “no dar lugar al diablo”. Qué mejor que tomar las palabras de Jesús, que considerando el valor de la comunicación humana expresó: “Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,36-37). No hay lugar para atentar contra el hermano o la hermana, aun cuando no lo consideres como tal, ya que enseñanzas tenemos suficientes sobre cómo tratar al prójimo.
Con las palabras se construye o se destruye al otro. La alteridad está muy presente en el mensaje de Jesús, tanto que Jesús se hace ver a sí mismo “en” los que tienen hambre, sed, frío… (Mt 25,37-40), y nos enseña esta dimensión con parábolas como la del buen samaritano y con máximas tan potentes como la de “amar a nuestros enemigos” (Mt 5,44).
En definitiva, en nuestro prójimo, aunque no estemos de acuerdo con él, tenemos que descubrir la Imago Dei. La alteridad es importante para descubrir que no nos toca juzgar sino, en todo caso, perdonar (Lc 6,37). Hay una sensibilidad de reconocer al otro como alguien semejante a mí mismo (de ahí que se nos pida amar al otro como si de uno mismo se tratase, Mt 22,39).
La nueva sociedad del reinado de Dios se caracteriza por una nueva humanidad con relaciones más fraternales y amorosas. En el contexto de este Shalom de Dios podremos vivir en un marco de justicia, gozo y paz, reconociendo que la humanidad entera está llamada a formar una gran fraternidad, un solo cuerpo, siendo la iglesia un agente que anticipa y anuncia esta realidad.
Ya sea en las redes sociales donde no tienes que dar la cara, o en otro tipo de contexto, defiende tus opiniones y tus convicciones sin acusar, condenar o insultar a tu prójimo. "Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esto es la ley y los profetas" (Mt 7,12).
Un saludo fraternal.
Rubén Bernal – Estudiante de Teología – España
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