“Todo guerrero lleva en su rostro la lucha de su espíritu. Allí están sus luchas, sus batallas, sus sueños y sus certezas.”
“El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando.” (Apocalipsis 4.7)
Se había acercado al tendido eléctrico. El niño no sabía el peligro en que estaba. Y entonces la corriente eléctrica le atravesó todo el cuerpo, lo dejó herido y sin aliento vital. Pudieron rescatarlo y llevarlo a la emergencia pública. Logró sobrevivir pero los médicos no pudieron salvarle los ojos, la cara, la nariz y un brazo. Y desde ese momento, con tan solo nueve años de edad, Raymond Robinson fue el “Charlie sin rostro”. Su vida fue durísima, la gente se burlaba constantemente de su anomalía, le increpaba de monstruo y de bestia. Así que Raymond no salía de su casa, se volvió un ermitaño para no soportar los insultos y las vejaciones de la gente. Sin embargo, los que lo llegaron a conocer sabían que él era amable y cariñoso. Pero su rostro desfigurado les hacía creer en cosas horribles. Porque tu rostro revela tu identidad. En tu rostro se manifiesta la verdad de tu vida y de tu historia.
Por ello en el famoso libro El héroe de las mil caras del mitógrafo Joseph Campbell, editado en 1949, él establece que en todas las culturas los personajes prominentes muestran quienes son por el rostro que reflejan. Allí están sus luchas, sus batallas, sus sueños y sus certezas. Porque todo guerrero lleva en su rostro la lucha de su espíritu. O como aquella parábola extraordinaria publicada en el libro El hacedor de Jorge Luis Borges: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”. Todo lo que haces se manifiesta en tu rostro. El rostro cosecha la calidad de tu alma. La prosperidad de un rostro proviene de una vida interior poderosa.
Por consiguiente los códigos que revelan los seres espirituales que están al lado del trono de Dios son vitales para poder llevar una vida maravillosa aquí en la tierra. Estos seres tienen cuatro rostros. Y esos son los rostros del poder, son los rostros de la gente poderosa y auténtica. En primer lugar tenemos el rostro del león, que representa el rostro de la conquista, el rostro de la fuerza. Dice Salomón que “el león fuerte entre los animales, y que no vuelve atrás por nada”. Ser líder, ser un hombre o mujer a cabalidad requiere que seas fuerte para mantener a tu familia, para hacer prosperar tu empresa y para ser una influencia positiva a la sociedad. Ser fuerte significa tener capacidad para dominar lo malo y conquistar tus sueños.
En segundo lugar está el rostro del becerro o de la oveja, que representa el rostro de la sencillez, el rostro de la humildad. Porque ser líder requiere un corazón enseñable, una guía de crecimiento personal y corporativo. Para ser un campeón olímpico se tiene que tener una disciplina y una actitud de aprendizaje constante, una mente para aprender y gobernar. Sacrificarse por lo que se quiere. Vivimos en la era de los selfies pero a veces tu avatar no se parece a quién eres en realidad. Por eso tener rostro de oveja requiere sacrificio, dar el mayor esfuerzo posible.
En tercer lugar está el rostro de hombre o de humano, que representa el rostro de los talentos y capacidades. Proyectar genética de dominio y de gobierno precisa gente que desarrolle todo su potencial, gente dedicada a despertar ideas millonarias, ideas de prosperidad y de abundancia, ideas de mega construcciones, ideas de dinamismo y de innovación, ideas de fe y de acción. Los líderes se parecen a los talentos que cultivan y eso se ve reflejado en tu rostro. Así que descubre tus fortalezas. Descubre en qué eres bueno. Y luego sé el mejor en tu área de trabajo y de conocimiento.
Y por último, está el rostro del águila volando, que representa el rostro de las alturas y de las cumbres. Las águilas se dimensionan hacia las cimas. Las águilas tienen el lenguaje del dominio y del gobierno. Las águilas no hablan ni se mueven en servidumbres. Las águilas se remontan por encima de atmósferas baldías y estériles. Las águilas tienen visión de largo alcance. Quien vive como águila jamás está pendiente de moscas. Porque las águilas se rejuvenecen y aceleran su conquista y su vuelo.
Se dice que cuando los guerreros de Simón Bolívar cruzaron el paso de los Andes y llegaron a la batalla, los enemigos con solo ver sus rostros sabían que estaban hechos para la victoria. Porque cuando atraviesas cualquier crisis, cualquier miseria, y te levantas de ella, y te levantas del fracaso y de la depresión y rompes el bloqueo y la escasez, adquieres rostro de poder, rostro de autoridad, rostro de hijos de Dios, rostro de prosperado y rostro de bendecido.
Salvador Montoya Salazar – Pastor y escritor – Calabozo (Venezuela)
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