“El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo” (Fil. 1:6).
Quisiera compartir con vosotros la experiencia de cómo el Señor, debido a su gracia y a su misericordia, perdonó no sólo mis pecados, sino que me ha ido limpiando y liberando también de ataduras que durante un tiempo parecían tenerme atrapadas. Incluso como cristiano, durante una época, experimenté derrotas en estas áreas.
Y como me consta que hay hermanos en Cristo que han pasado por lo mismo, y que otros aún están sufriendo estas caídas que los atormentan, deseo abrir mi corazón con este escrito, esperando que sea de edificación y de consuelo para tu alma, pues hay libertad en Cristo también para los pecados de lujuria y de adicción a materiales sexuales ilícitos, ya sea pornografía, fantasías eróticas, pensamientos impuros, etc.
Confieso que no estoy orgulloso de tener que escribir sobre esto, pero me ha movidola necesidad y el deseo de querer ayudar a otros. Sólo puedo estar orgulloso de mi Señor, pues “el que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Cor. 1:31). El es el único que no sólo me perdonó, sino que me liberó, pues nunca debemos olvidar que Dios al que justifica, también santifica. Quisiera partir de esta base teológica, la cual es una realidad que podemos experimentar en nuestras vidas.
Algunos cristianos viven atormentados por no haber hallado la libertad plena de estos pecados desde su conversión. Aun así, tengo palabras de esperanza para ti. La obra es del Señor, pero Él también me mostró mi responsabilidad en la mortificación diaria del pecado.
Cuando en el pasado experimentaba derrotas en estas áreas, pedía a Dios que me hiciera más fuerte. En cambio, Dios me dio debilidad. Si deseas vencer este pecado o cualquier otro, no necesitas sentirte fuerte, sino débil, pues sólo el que es consciente de su debilidad, halla la fortaleza en Cristo. El que se considera fuerte, no verá la necesidad de sacar su ojo o de cortar su mano, como el Señor mandó. Pero el débil, se saca el ojo, impulsado por el Espíritu Santo, y cumple así con su responsabilidad en la mortificación diaria de sus pecados.
No obstante, no quisiera dar una enseñanza sólo teológica, sino también práctica, pues es muy posible que aunque todo esto lo supieras, aún experimentes caídas en pecados relacionados con la lujuria.
En primer lugar, debes saber que tú eres el único culpable de tu pecado. No culpes a la época, ni a la educación que recibiste, ni a internet o a la televisión, ni mucho menos culpes a algunas mujeres que visten de forma sensual. El problema eres tú. Tu ojo y tu corazón son el problema.
En segundo lugar, no hables de un problema meramente, o de una debilidad, como si de una enfermedad se tratase. Ni mucho menos. Llámalo por su nombre. Es tu pecado, es la lujuria. El problema es que amas el pecado. Y todo pecado que aún amáramos, es porque no ha sido mortificado.
En tercer lugar, debes ver el pecado como Dios lo ve, y aborrecerlo de la misma forma, recordando que también esos pecados llevaron a Cristo a la cruz.
Y en último lugar, debes mortificar esos pecados con la confesión plena de ellos, buscando siempre el perdón y la purificación por medio de Cristo y de su sangre; y cuando hayas llegado a la conclusión honesta de cuáles han de ser tus firmes resoluciones, no hagas excepciones jamás. Para algunos sacarse el ojo significará no usar la televisión, al menos no a ciertas horas; para otros significará usar internet sólo en lugares públicos. Cada uno aprenderá a conocerse, y tomará medidas drásticas delante de Dios.
Si eres un cristiano soltero, no encuentres en ello una excusa. Tu problema no es que estás sin mujer. Tu problema es la lujuria. Pues no debes pensar que si te casaras tu pecado desaparecería de forma repentina. Es más, es muy posible que si llegaras al matrimonio descubrieras precisamente lo contrario, lo cual se convertiría en una señal de alarma que habría de llevarte a dar muerte a la lujuria para siempre. De no ser así, el pecado te destruiría a ti, y acabaría con tu matrimonio. O poniéndolo en palabras de John Owen: “Vive matando el pecado, o el pecado te matará a ti”.
Si estás casado, abre tu corazón a tu mujer. Pídele ayuda. Hazle partícipe a ella de tus resoluciones. Y recuerda, no hagas jamás excepciones.
Nunca pienses que has vencido plenamente este pecado y que ya no tendrás que vigilar. Si vuelves a considerarte fuerte, volverás a caer. Seguir sintiendo tu debilidad será la forma de ser “más que vencedor por medio de Aquel que te amó” (Ro. 8:38). Y te confieso que esta fue la manera en la que Dios obró en mí. El no me dio fortaleza para que me confiara, sino debilidad para que fuese sólo a El, y así consiguiera la victoria.
Y por último te digo: si has caído otra vez después de que el Señor te libertara, o después de que en tantas ocasiones derramaras lágrimas a causa de tu pecado, no tires la toalla. El diablo quiere llevarte a la desesperación, y grita a tu oído que eres un hipócrita, y que el Señor no volverá a perdonarte. No le creas. El Señor sí volverá a perdonarte. Además, la buena noticia es la siguiente: si eres un verdadero cristiano, El desea no sólo perdonarte, sino liberarte de este pecado, pues “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo” (Fil. 1:6).
Y si ahora me preguntaras: “Hermano, ¿ya no tienes que luchar más contra la lujuria?”. Mi respuesta sería: “Por supuesto que sí. Y puedo decir además como el apóstol Pablo: «Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo»” (2 Cor. 12:9).
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