Ser cristiano a ratos no vale, debemos tener la misma forma de actuar a todas horas y en cada lugar. Es como a los que les gustan los niños… pero los de los otros, por supuesto, que juegan con los hijos de sus amigos cinco minutos y luego, cuando ya se ponen pesados o lloran, se los pasan a sus padres. Les hacen gracias y están por ellos un ratito y, cuando se tienen que ir, con un simple beso y un adiós, más o menos cariñoso, se despiden y ya está.
Llevar una vida de dos caras, hacer una dicotomía, estar dividido teniendo la misma esencia, no es una buena idea: nuestra credibilidad puede quedar en entredicho.
Esto es lo que ocurre en muchas ocasiones en nuestras congregaciones, que hay personas que llevan una existencia dual y actúan de diferente manera en la iglesia que cuando están con su familia, trabajo o amigos.
En los mensajes de los domingos se exhorta y se alienta a que el cristiano sea consecuente con sus creencias y convicciones, para que lleve una vida coherente el resto de la semana. Cuando oigo estas advertencias me planteo si estoy a la altura o si alguien puede juzgarme y encontrar fallas. Pienso qué parámetros evaluables hay para saber si lo que estoy haciendo es de acuerdo a lo que Cristo demanda de nosotros todo el tiempo.
Hablamos de dualidad y lo hacemos siempre de puertas afuera de la iglesia. Pero podemos cambiar el enfoque. Si durante la semana actuamos de una manera, ¿por qué no somos el domingo igual? ¿Por qué tenemos que cambiar nuestro comportamiento cuando entramos en el local de la iglesia?
Un ejemplo. Cuando en una iglesia se han hecho retiros, campamentos o excursiones, siendo las mismas personas, cantando las mismas canciones, teniendo las mismas reuniones, estudios… ¡Ah! Resulta que lo hacemos de otra forma, con más alegría, más ganas y, quizá, por qué no decirlo, con más naturalidad y nos sentimos más cómodos. ¿Acaso no es verdad? ¿Somos menos cristianos por hacerlo así, sin tanto formalismo ni liturgia? No.
Dios nos ha dado una personalidad y un carácter que nos hace ser diferentes a los demás. Un carácter que, por supuesto, tendremos que trabajar y perfeccionar en la voluntad de Dios, pero no anularlo. Esa forma de ser, pensar y actuar es un complemento de enriquecimiento en la comunidad cristiana para la edificación del pueblo de Dios.
Cuando el domingo vamos al local de la iglesia, en ocasiones parece que las formas y estructuras, incluso las mismas paredes, nos intimidan, imponen, coartan… no lo sé, pero desde luego influye en nuestra conducta. La iglesia debería ser un lugar donde sentirnos cómodos, independientemente de nuestra edad, pero para ello tendría que estar en constante interacción y cambio. Uno de los lemas de la Reforma era “la iglesia reformada siempre reformándose”, y no ser distantes a los tiempos y a la realidad de nuestra sociedad, para estar cerca.
Con eso no quiero decir que debemos de ser como la sociedad, sino ser una alternativa a la sociedad, la alternativa bíblica, donde se trabaja por la justicia social, la igualdad y la paz. Nosotros deberíamos ser referentes en medio de nuestros conciudadanos. En España, a principios del siglo pasado, éramos ese referente, estábamos a la vanguardia de muchas iniciativas, pero desde la dictadura hemos ido a remolque de la sociedad. Es cierto, en los diferentes periodos de la iglesia contemporánea se ha procedido de la misma forma que en la sociedad, sin marcar la diferencia.
Si nos vamos a los años 70 (que yo recuerdo un tanto en blanco y negro) o anteriores, el traje y corbata eran imprescindibles en las reuniones, la autoridad de los responsables era indiscutible (a veces al límite del autoritarismo), el papel de la mujer era lo que era… ¿No era el mismo patrón de lo que se veía en la sociedad?
En los 80, el color hace su entrada, los cambios sociales, y las libertades poco a poco fueron irrumpiendo en las iglesias. Los JASP (jóvenes aunque suficientemente preparados) pedían paso, reclamaban cambios, reformas. Algunos de esos jóvenes ahora son responsables de iglesias que, curiosamente, en algunos casos, ignoran o no potencian a la generación que les sigue, la mejor preparada de la historia de España.
Y del siglo XXI… ¿que podemos decir? Las iniciativas sociales y las oenegés hacen su entrada en las iglesias. Pero eso no es nuevo en nuestra historia, pues ya hemos mencionado que a principios del siglo XX ésta es precursora de muchas iniciativas solidarias en educación, sanidad y obra social.
Debemos ser cristianos todos los días de la semana, incluido el domingo, sin cambiar nuestro comportamiento. ¿Nos sentimos más libres fuera? Puede que las formas y estructuras nos impidan expresar a Dios nuestra alabanza de una forma natural, quizá. Pues busquemos otras donde podamos hacerlo, donde todos podamos colaborar y ejercer los dones que Dios nos ha dado. Y, si es necesario, creemos “nuevos ministerios”, nuevos ámbitos, teniendo una visión amplia y ambiciosa, utilizando todos los recursos que tenemos.
Cuando pienso en estas cosas, me acuerdo de los jóvenes. Ellos, que serán los responsables de la iglesia del mañana, deberán buscar sus formas y estructuras en las que estén a gusto, y que sean idóneas para ser de referencia en la sociedad de su tiempo. A nosotros, ahora, nos toca prepararles, orientarles y darles oportunidades para desarrollar los dones que tienen.
No es bueno tener una vida dual. Pero lo que debemos es favorecer que las personas estén a gusto y con naturalidad en el mundo eclesial. Mostrémonos tal cual como somos, incluso el domingo. Abandonemos formas y estructuras que nos atan y seamos honestos y transparentes. Creo que esto sería un buen punto de referencia para la sociedad actual.
Héctor José Rivas - Conductor y fotógrafo – Barcelona (España)
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