El mandato recibido es corregir a quienes enseñan diferente doctrina. Pablo, en su carta a Timoteo, dice:
“ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora” (1ª Ti 1:4).
La palabra
fábula viene del griego
muthois, que significa
conversación mantenida en secreto. De esta misma palabra deriva el griego
mito, que se refiere a una
narración construida artificiosamente para exaltar algún acontecimiento, pero que posee una relación falsa, mentirosa, de pura invención y carente de todo fundamento.
Es decir, con el término
fábulas Pablo se refiere a ideas que parecen ser parte de la sana doctrina, que están construidas muy delicadamente, pero su relación es falsa, pues carece de coherencia doctrinal y, además, esta destituida de todo fundamento bíblico, ha sido acomodada para cautivar el oído y pervertir el camino.
El oído de cristiano se estaba inclinando a doctrinas que parecían muy inteligentes y convincentes, pero eran falsas y no estaban preparados para enfrentarlas, pues desconocían las escrituras, quedando a merced de los falsos maestros.Por esto Pablo insiste y agrega “
las genealogías interminables”, que se refieren a suplementos, agregados a la ley de Dios de confección humana, que buscan resaltar el linaje por sobre la gracia, es decir, creer que por descendencia se alcanza la misericordia de Dios. Pero Él no tiene sobrinos, ni nietos, ni bisnietos, solo tiene verdaderos hijos.
Un oído cautivo
Podemos sacar lecciones de este mensaje de dos formas. Primero, poniéndonos en el lugar de Timoteo, recibiendo la amonestación de predicar la verdad y corregir las doctrinas desviadas del evangelio; y en segundo lugar, como los oyentes a los que Timoteo exhortaría sobre no poner oído a fabulas y doctrinas desviadas.
Primero:
predicador, si realmente anhelas la prosperidad espiritual de los creyentes y tienes un sincero deseo por el bienestar eterno de las almas, predica la verdad y no tuerzas el evangelio. No te dejes seducir por fábulas, por doctrinas que parecen verdaderas pero están envenenadas de error, para sacar al creyente del evangelio y llevarlo a comer sucedáneos sustitutos de la verdad, que parecen iguales, pero son corruptos.
Hoy muchos predicadores dejaron de leer las escrituras y, en vez de orar para pedir a Dios una palabra para entregar a la Iglesia, recurren a internet y buscan sermones a su antojo, cual comida rápida, listos para ser entregados. Sermones que son interesantes para el oído, adecuados para el intelecto, pero carentes de la virtud que edifica al creyente, porque la palabra es viva y eficaz; el que habla debe conocerla, vivirla y declararla, no como un mensaje memorizado, sino como un mensaje vivido, asimilado, reflexionado, fruto de una búsqueda de Dios.
No podemos cambiar los momentos de intimidad con Dios en busca de la palabra pertinente para la realidad inmediata de la iglesia por media hora de búsqueda por internet. Porque entonces “
hay muerte en la olla”, el potaje está contaminado, porque no proviene de la voluntad de Dios para su pueblo, sino del deseo sensual del hombre por impactar y llenarse de gloria.
La Iglesia no necesita sermones perfectos, palabras interesantes, predicaciones que alimentan solo el intelecto. La Iglesia necesita hombres espirituales, llenos del Espíritu Santo, que en intimidad con Dios reciben la exhortación que la Iglesia necesita, para edificarla, para nutrir a los creyentes con la palabra de la fe que descubre nuestras intenciones, que escudriña nuestros pensamientos y enrostra nuestras debilidades.
Si anhelas ser predicador de la palabra, habla la verdad, ocúpate de la lectura de la palabra, y que ella te lleve a la exhortación personal, para que luego se transforme en enseñanza útil, pertinente, adecuada para la vida espiritual de quienes te oyen.
En segundo lugar, necesitamos como Iglesia permanecer en la verdad, luchar para que nuestro oído no este cautivo de charlatanes que solo buscan seducir a las almas inconstantes. Pero para eso debemos conocer la palabra, pues es responsabilidad de todo creyente leer las escrituras, es parte de la vida cristiana. Todo verdadero hijo de Dios ocupa un tiempo importante y de calidad en comprender la palabra de Dios. No podemos ser negligentes o despreocupados, porque eso traerá consecuencias sobre nuestra vida espiritual, y poco a poco nos deslizaremos, apartándonos del camino de santidad.
No te desvíes del evangelio reinterpretándolo a tu antojo, eliminando pasajes de la escritura que enseñan sobre temas que son tu debilidad. No acomodes la palabra, porque muchos que dejaron de escuchar la palabra de Dios y comenzaron a escucharse solo a sí mismos, terminan construyendo una religión barata que cuesta caro, porque pierden la gracia de Dios, viviendo un evangelio sin cruz.
Muchas doctrinas que hoy seducen las almas inconstantes están construidas muy delicadamente, son inspiradoras, desafiantes, pero no nos llaman a buscar a Dios, sino a agradarnos a nosotros mismos. Nos dicen “
Dios quiere solo el corazón”, con “
ofrendar abundantemente el cielo se abre”, “
si tienes dinero estás bendecido”. Dicen:
“la santidad no es para tanto”.
Mensajes que han sido acomodadas para cautivar el oído, pero pervierten el camino, enseñando que la gracia de Dios es barata, que Dios está a nuestro servicio, confundiendo al Espíritu Santo con danzas sensuales, rebajándolo a simples corazonadas, a deseos humanos, reemplazándolo por el intelecto e incluso el sentido común. Pero el Espíritu Santo es quien nos guía a toda verdad, quien convence de pecado, quien redarguye y quien nos guía a toda justicia y verdad.
Dejemos que Dios tumbe nuestras ideas y desnude nuestras arrogancias. Permite que Dios abra tus ojos y despeje tus oídos, para conocer el verdadero evangelio, aquel que exige del hombre negarse a sí mismo y tomar su cruz cada día.
Marcelo Riquelme Márquez – Pastor - Paillaco (Chile)
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