En un mundo convulsionado por las crisis financieras, las guerras y la casi total ausencia de valores, el concepto “cambio” fue adoptado por prácticamente todos los habitantes del planeta. En los sistemas democráticos, en un porcentaje muy alto, los pueblos viraron de su estatus tradicional hacia otras opciones, se encumbraron los supuestos nuevos líderes, los ciudadanos renovaron sus esperanzas de una vida con menos distancia entre los pocos que tienen casi todo y los muchos cuya pobreza es prácticamente el infierno…
¿Por qué no se convirtieron en hechos las promesas y los sueños?
Una parte de las causas tiene que ver con
liderazgo. El cambio ofrecido alcanzó a muy pocos, pues
la mayoría de quienes son electos busca brillar más que servir, y esa postura desencadena en los grupos que dirigen sentimientos negativos. ¿Cuántas veces le postularon para ser representante de su grupo estudiantil, su colonia, su club, y terminó contando los días que le faltaban para concluir su mandato? ¿Por qué los que le eligieron no le apoyan, y en cambio le difaman?
Dicen los expertos que
los nuevos líderes deben ser un tanto invisibles y volar por debajo del radar de la envidia, la maledicencia, la mentira; porque a fin de cuentas de poco sirve el haber trabajado –en una carrera académica, un reto electoral o un examen de capacidades- si aquellos a quienes se pretende guiar gastan toda su energía en malquererlo.
En el 2012, por ejemplo, los miles de millones de pesos gastados en campañas electorales no pudieron erradicar la inercia de pretender vencer al contrario insultando, resaltando las fallas individuales, en vez de discutir aspectos programáticos; lanzando piedras sin estar libre de culpas
[i]; caminando a tientas por la viga del propio ojo, magnificando la astilla del ojo ajeno; todo lo cual condena a gobernar –lo mismo en el ámbito público que en el privado- por ocurrencia, casi siempre con el recurso de la simulación, frente a
pueblos condicionados para criticar sin razonar, gritar sin proponer, atacar por “deporte”, tal cual se hace en eventos masivos de corte futbolero.
Aun cuando los líderes del cambio deberían se modestos, de bajo perfil y con todo el tiempo para el trabajo, a la mayoría los vemos en la cúpula de las jerarquías, mostrándose con exceso en los medios electrónicos y los impresos de sociales, sin auténtica pasión por lo que deben hacer, temerosos de ser participativos, ególatras en grado sumo, en vez de personas comunes decididas a realizar algo en beneficio de quienes le siguen y que esperan ser conducidos para acciones compartidas en aras de un mejor mañana, con reglas claras y no catálogos de buenas intenciones que solo benefician a los de siempre.
Discrepamos de quienes piensan que este panorama es exclusivo de México y características solo de estos tiempos. En los albores de la humanidad se nos habla de un líder absolutamente terrenal cuya religión carecía de la conciencia de pecado y, por ende, consideraba innecesario arrepentirse. Un hombre capaz de tener objetos de adoración –que él mismo determinaba, como hoy son los budas, vírgenes, cuentas de diversas culturas, fetiches de buena y mala suerte, santos, incluso de la muerte a la que llaman santa, etc.-, enojado con Dios –como tantos ateos, agnósticos y renegados a lo largo de la historia-, incapaces de ofrendar –ni siquiera una sonrisa o una palabra honesta-, llenos de envidia que les lleva hasta el homicidio, que intentan justificar por la mentira y, por supuesto, agobiados por el miedo que les convierte en personas erráticas y trashumantes
[ii].
Si intentamos analizar el subconsciente de Caín, veríamos cuán parecido es a tantos personajes famosos del siglo XXI y, tal vez si hay algo de autocrítica, nos miraríamos en su espejo. ¿Creemos que hay maldad en la tierra en la misma proporción que llevó a Dios a
arrepentirse de haber creado nuestro planeta?
Afortunadamente, de entre todo lo rescatable
había un líder, sin muchos problemas de identidad. Asumía que Jehová es Dios y estaba decidido a ser parte de la solución, dispuesto a construir una generación organizada de manera diferente, dejando huella en un nuevo sendero, abandonado los caminos por los que siempre había transitado, capaz de escuchar los diversos puntos de vista, pero sin abandonar su calidad de guía. ¿Era Noé un necio? ¿Cómo resolvió las limitaciones de su equipo de trabajo, integrado por solo tres hijos y sus esposas?
México podría ser ejemplo de un nuevo liderazgo, si en vez de alentar movimientos –como el caso del #yo soy 132- contestatarios y sin propuestas, entendemos todos –pueblo y gobierno- que
dos puntos de vista sobre la realidad no tienen porque ser necesariamente conflicto. Son los
descendientes de Caín los interesados en sustentar su permanencia en base a cuestiones eminentemente materiales.
El manejo deshonesto de los recursos, el apoderamiento de las pertenecías del otro, la espléndida riqueza material a costa del olvido de los valores, fueron las características de la cultura antediluviana creada por Caín.
Apoyemos -con trabajo, opiniones profundas, esfuerzo creativo y liderazgo múltiple- a quienes tienen la responsabilidad de servir a México. Hay miles de mexicanos bien intencionados comprometidos con el desarrollo de la nación. No temamos hacer valer nuestro liderazgo, sin grillas, sin guerra sucia, sin pensamientos perversos ni crítica vacua.
Es la hora de construir, de dejar de lado el odio, la intolerancia, los infundios y de amar al otro. El otro que es nuestro hijo, padre, vecino, familiar cercano o lejano. Apoyemos a quien está obligado a ejecutar la ley, a juzgar y buscar salidas a las diferencias, a plantear las normas que nos permitan sortear con éxito las crisis que por siglos han administrado los descendientes de Caín que, en el fondo, viven con el temor insondable de ser muertos a manos de quienes saben cuál es su pecado.
Lilia Ana Cisneros Luján – Abogada – México D.F.
[i]El tema que más ganancias reditúa a los medios es el de la corrupción, y la gente la ha sufrido de parte de todos los funcionarios, sin importar de qué partido hayan emergido. [ii]Génesis capítulo 4 de La Biblia.
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