El
Salmo 137 describe el sentimiento del remanente fiel en el exilio: se juntaban a la orilla de los ríos a recordar entre lágrimas su amada ciudad Jerusalén y colgaban sus arpas en los sauces porque no podían cantar, era superior su tristeza. Fue en ese momento en que Judá realmente conoció a su Dios y luchó para no ser mimetizado por la cultura babilonia.
El Salmo 137:3 dice: “
Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion”.
Los babilonios que destruyeron su nación les pedían que alegraran su tiempo libre, cantando y celebrando. Pero el remanente fiel se negó a cantar alabanzas a Dios para entretener a los adoradores de ídolos, no había razones para celebrar, su apego a la tierra prometida era superior a la desilusión de la destrucción de su país. Además las promesas de Dios les hacían estar esperanzados en su ayuda. Por lo tanto dijeron: “
¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?”
(v. 137:4), porque entendieron el valor de ser pueblo de Dios y entonces se propusieron no contaminarse, y dijeron: “
Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría”
(v. 5 y 6). Su auto-imprecación fue: “si me mimetizo y olvido mis raíces espirituales, pierda entonces mi habilidad de cantar”, porque el asunto preferente de su alegría era la esperanza de volver un día a su tierra, tal como la promesa de Dios lo había declarado.
El cautiverio trajo arrepentimiento
Judá pereció por falta de conocimiento, desconoció a su Señor, no reflexionó en sus caminos, pero el remanente de la generación que fue llevada cautiva no quería repetir la historia, por eso expresan “
tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma”.
Estaban resueltos y decididamente declaran: “
Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” (26:9). No estaban dispuestos a volver atrás, aunque su nación estaba en ruinas y muchos de sus seres queridos habían sido cruelmente asesinados. Su deseo era Jehová, y con todas sus fuerzas buscaron su rostro en la intimidad de la noche; cuando no hay ojos que escudriñen sus actos, propusieron como el motor de sus vidas ser fieles hasta la muerte.
¿Cuál es el deseo de mi alma?
¿Es Dios el deseo de tu alma hoy? Vivimos en una sociedad exitista, el fin de la vida se ha transformado en desear, cotizar, adquirir y gerenciar. Cuanto mayores sean mis posesiones, soy más exitoso y puedo estar tranquilo, porque me siento un ganador. El deseo de nuestra alma no es Dios: es ser alguien, transcender, llegar arriba, estar por encima de otras personas. Estamos llenos de figuras que admiramos, deseamos ser como ellas, alcanzar lo que ellas han alcanzado, vestir como ellas, hablar como ellas, caminar como ellas; y se han adueñado del deseo de nuestro corazón y son el asunto preferente de nuestra alegría.
Miles de jovencitas gritan eufóricas por su cantante favorito; gritan, saltan, lloran con histeria cuando logran verlo aunque sea de lejos. Los países se detienen cuando un equipo de fútbol juega por salir campeón; la histeria se apodera de todo el mundo ante campeón: salen a las calles, celebran y cantan; y para toda la sociedad es normal, apropiado y valioso como manifestación, porque ahí está el asunto preferente de su alegría.
¿Quién grita eufórico cuando la palabra de Dios habla a su corazón? ¿Quién salta y canta cuando alcanza una victoria sobre sus debilidades? ¿Quién sale a la calle a celebrar con pancartas cuando es rescatada un alma de las garras del enemigo?Nadie; sería inapropiado, anormal y exagerado. Pero llorar frente al televisor por una teleserie o una película, gritar por un gol, celebrar por el triunfo del campeón, es apropiado, normal y justo.
Vivimos en un mundo caído, que no celebra lo bueno, celebra lo malo. Cuando los babilonios les dijeron a los judíos del exilio que cantaran para alegrarles, se negaron porque ofendía a Dios, porque el asunto preferente de su alegría era la esperanza de la restauración y se negaron a alegrar su corazón con cosas vanas.
¿Cuál es el asunto preferente de mi alegría?
Con cuanta facilidad olvidamos lo que Dios nos habla por su palabra. A veces ni siquiera salimos de la Iglesia y ya hemos olvidado el mensaje, porque no hemos puesto atención y nos distraemos con tanta facilidad que hasta una serie de televisión es más importante y la recordamos con mejor. Su Palabra no viene a nuestra memoria porque la desconocemos: sabemos más de futbol, de televisión, de internet, de nuestros artistas preferidos y de un sin número de pasatiempos, pero
la Palabra de Dios que es viva y eficaz, y más cortante que espada de doble filo, no la conocemos, no reflexionamos sobre ella, nos conformamos con lo que nos dan servido pero no hemos desarrollado nuestro culto personal e íntimo con Dios.
Somos apáticos, no le damos valor a la Palabra de Dios, la hemos menospreciado. Cuando estamos en el culto, ¿somos igual de fervorosos que cuando vemos un partido de fútbol o una película? ¿Prestamos la misma atención? Y como excusa decimos: “
es que esas son mis cosas, mis gustos, mis entretenimientos, y me siento realizado cuando las práctico; además son actividades sanas, que no le hacen mal a nadie”. Y no nos damos cuenta que hemos elevado nuestra alma a cosas vanas y hemos reducido la Palabra de Dios a meras enseñanzas irrelevantes que son atendidas siempre y cuando se acomoden a mi forma de ser.
¿Puedo decir que Dios es el deseo de mi alma, si no siento remordimiento, ni vergüenza frente al pecado?
Marcelo Riquelme Márquez - Pastor - Comuna de Paillaco (Chile)
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