La misma herejía que tratamos de combatir al escribir acerca de
cuidar la salvación con el fin de evitar un descuido o relajamiento en la vida cristiana, lo cometemos al enseñar que la salvación puede
perderse.
Al enemigo de nuestras almas no le interesa qué corriente teológica seguimos o defendemos; lo que le interesa es introducir en forma encubierta herejías que destruyen la fe y la confianza en Jesucristo, el único Mediador entre Dios y los hombres, el único Salvador.
¿Qué problemas se suscitan cuando se enseña el 'salvo, siempre salvo'?
1. El alma se 'adormece' creyendo, engañosamente, estar segura.
2. La conducta se relaja, pensando que da lo mismo pecar que no pecar.
3. Se pierde el saludable examen individual que debe caracterizar a todo hijo de Dios.
4. Lejos de vivir en un santo temor, crece la confianza en la carne y el orgullo del ego.
5. La conciencia se adormece, de tal manera que pudiera abrir sus ojos en el infierno aquel quien toda su vida creyó estar a salvo.
¿Qué problemas se suscitan cuando se enseña que 'la salvación puede perderse’?
1. El alma se llena de inseguridad; precisamente, lo contrario a lo que el Señor vino a traer: paz con Dios, paz en el alma, paz en el hogar, paz en la vida de relación con el prójimo.
2. La conducta se rige por el temor y no por el amor.
3. El examen habitual del cristiano se torna en una desconfianza sobre su fe, una inseguridad continua.
5. El santo temor es reemplazado por el miedo, lo cual no es saludable y paraliza el crecimiento normal.
Estos problemas señalados
no son el efecto de la Palabra de Dios en el cristiano; son el resultado de un desconocimiento de la misma y una equivocada interpretación de la saludable enseñanza.
Siempre lo decimos y lo repetimos ahora: la Escritura
no puede contradecirse
(Juan 10.35); no puede afirmar algo y más adelante, negarlo. Si fuese así,
no sería Palabra de Dios, la cual es inerrante, plenaria y verbal. Es decir, sin errores, toda ella inspirada por Dios y aun cada palabra -no solamente sus ideas- es palabra divina
(Salmos 19.7).
Podríamos citar innumerables pasajes bíblicos que nos enseñan que la salvación y la vida que Dios nos proporciona en Cristo Jesús son
seguras y eternas. ¡No puede haber dudas sobre estas dos expresiones!
(Hebreos 5.9 y Juan 10.28).
¡No es posible que, luego de haber experimentado el perdón de Dios, el nuevo nacimiento, la naturaleza divina, el sello del Espíritu Santo, las arras o garantía en persona del Santo Espíritu, la sepultura de nuestros pecados en lo profundo del mar, la justificación o el ser declarados justos por Dios, el haber sido elegidos y predestinados, el haber sido hechos
perfectos para siempre... tengamos que abrir nuestros ojos en el infierno y luego, en el lago de fuego!
¡Qué terrible contradicción!
Podríamos citar innumerables pasajes bíblicos que nos enseñan que la salvación y la vida eterna que Dios nos proporciona en Cristo Jesús
no es algo para tomarlo
descuidadamente o a la ligera (Filipenses 2.12 y Hebreos 12.28).
¡No es posible que, luego de haber hecho profesión de fe, luego de haber sido supuestamente
limpiados de todo pecado por la sangre de Cristo, perdonados de todas nuestras culpas, errores y pecados, habiendo sido hechos miembros de una santa congregación local, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo, habiendo sido iluminados por el Espíritu Santo y aspirando a vivir en las mansiones celestiales que Jesucristo ha ido a preparar para nosotros... luego vivamos como queramos, regresemos a los pecados de los cuales nos habíamos apartado, nos volvamos a la idolatría de este mundo, a la vanagloria de esta vida y seamos igual o peor que antes de conocer las verdades del Evangelio!
¿Acaso Dios, que
castigó en su propio Hijo el
pecado de la humanidad
permitirá que el barro, el lodo, la suciedad, la corrupción del
pecado vengan a manchar la calle de oro de la Santa Ciudad, la Nueva Jerusalén? (
Apocalipsis 21.21) ¿No se transformaría el Cielo en un lugar semejante al Infierno? ¿De
qué nos salvó Dios, entonces? ¿No dice acaso la Escritura, que su Nombre se llamará Jesús, porque Él
salvará a su pueblo de sus pecados?
(Mateo 1.21).
Evidentemente, hay aquí
un error; no en la Palabra de Dios, sino en nosotros, humanos e imperfectos como somos. Es nuestra mente y corazón que debe
adecuarse a la Palabra de Dios y no la Palabra de Dios 'acomodarse' a nuestro razonamiento.
La realidad es ésta:
Jesucristo vino al mundo a buscar y a salvar a los pecadores
(Mateo 18.11). Cuando un pecador se reconoce como tal, siente dolor por sus pecados (gracias al trabajo en su alma realizado por las Sagradas Escrituras que han sido oídas y por las cuales le ha venido la Fe salvadora, y gracias a la operación del Espíritu Santo que ha producido en el alma verdadera convicción de pecado), se
arrepiente de sus pecados, acude al único y suficiente Salvador personal, es decir,
a Jesucristo y se entrega a Él, recibiéndole en su corazón como su Salvador y como el Señor de su vida, experimentando una genuina
conversión y un real
nuevo nacimiento; entonces la tal persona, el tal pecador
es transformado en una nueva persona. Y, como dice la Palabra de Dios en 1º Juan 5.18
: "... todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca".
¿Puede un alma
engendrada por Dios, cuyo espíritu
ha sido hecho uno con el Señor, cuya naturaleza de
perro, de
cerdo, ha sido
transformada en una
naturaleza de
cordero, de
oveja, regresar, retornar, volver a los brazos del diablo?
¡JAMÁS! ¡NUNCA!
(2º Corintios 5.17 y 2º Pedro 2.22).
¿Puede perder su Salvación una persona?
Si es un verdadero hijo de Dios, si ha sido transformado de perro o cerdo en cordero u oveja, si su espíritu es uno con el Señor Jesucristo, ¡jamás perderá su Salvación, nada ni nadie lo apartará del amor de Dios que es en Cristo Jesús, nuestro Señor! (Romanos 8.35-39).
Marcos Andrés Nehoda – Pastor - Argentina
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