Por ello no fue ninguna sorpresa que el autor de
Los rituales del caos fuera el orador principal en un acto político de la oposición electoral el 21 de enero de 2006, en Guelatao (Oaxaca), pueblo natal de Benito Juárez, único indígena que ha alcanzado la presidencia del país. Allí, con los reflectores puestos en la campaña por la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, Monsiváis puso a dialogar los sucesos que establecieron la laicidad con la coyuntura del momento:
Hasta hace unas décadas se calificaba a Juárez de enemigo personal de Dios […] Homenaje mata mensaje, podría decirse, y algo así podría ocurrir en esta celebración del bicentenario. Por eso conviene agradecer a la derecha en sus diferentes tamaños el que se abstenga de estos actos y el que mantenga su encono, su desprecio y su visión fantasmal de Juárez: es uno de sus mayores certificados de la vigencia del Benemérito de las Américas, el epíteto que fue muy probablemente su nombre de pila. […]
En suma, se declara concluida la etapa feudal del país y se sientan las bases del pensamiento crítico. Se necesitarán más tiempo y numerosas batallas políticas, militares y culturales para implantar con efectividad la sociedad laica, pero desde el momento en que se le declara justa y posible crece y va arraigando, y tan sólo eso, el avance irreversible de la secularización modifica a pausas y cambia con sistema el sentido público y privado de la nación. Lo irreversible siempre es destino.(2)
Por todo esto, durante mucho tiempo “protestantismo” fue casi sinónimo de “juarismo”, y las iglesias eran semilleros de un liberalismo algo trasnochado, pero muy militante, algo que a las nuevas generaciones de evangélicos ya no les importa mucho, aun cuando el acto masivo del 21 de marzo (día del nacimiento de Juárez) se siga realizando puntualmente, pero cada vez con menos asistencia, convicción y entusiasmo. Esta manera tan personalizada de secularizar y “laicizar” a la sociedad mexicana es algo que sorprende a algunos estudiosos extranjeros, pues a contracorriente de la inmensa mayoría católica cuyas cifras reales han sido manipuladas tantas veces por las jerarquías, la imposición de leyes que en su momento se han visto como “enemigas de la religión”, lo que en realidad ha hecho es que ha obligado a retroceder a la Iglesia católica en sus pretensiones hegemónicas. La libertad de cultos, para los núcleos más conservadores, siempre ha sido una ofensa. Quizá a eso se deba que hoy se enarbole, en los mismos espacios, la bandera de la “libertad religiosa” para seguir haciendo del hogar (en el molde más tradicional) el lugar donde se decide la sobrevivencia de las creencias (lo más ortodoxas posibles) de generación en generación…
La Revolución, escribe Monsiváis, fue otro momento significativo en el desarrollo de la laicidad a la mexicana:
La intensidad de los enfrentamientos de ejércitos y facciones (lo que se conoce como Revolución mexicana), es un curso intensivo de secularización. […] A la pudibundez tan irreal y artificiosa de la dictadura le sucede la barbarie popular que imita a la barbarie burguesa, mientras la secularización se desprende de múltiples instancias: la movilidad de los ejércitos campesinos, al toma de las ciudades, las lecciones de los cientos de miles de muertos, madres solteras, los anticlericales que entran en las iglesias a caballo y queman tallas de santos y vírgenes para calentarse.(3)
El discernimiento monsivaíta de este cruel panorama anti-religioso y liberal es exacto en su descubrimiento de categorías y neologismos que desbrozan lo sucedido: “A la ‘desmiraculización’ se llega por la razón, el instinto y la urgencia del proceso civilizatorio, todo a la vez. Sin que nadie lo advierta, seriamente, la ‘descristianización’ se va extendiendo, definida en última instancia por el nuevo sitio de la fe en la vida cotidiana y en la vida pública.
Se sigue creyendo pero el centro de la vida social ya no lo constituyen los administradores de las creencias”.(4) El nuevo lugar de la fe: el corazón de los fieles y el espacio eclesial, no la tribuna política ni, mucho menos, los labios del gobernante, esto es, laicidad a manos llenas, aunque las mayorías creyentes sigan ahí, impertérritas. Y no es que el cronista-historiador-ideólogo se solace en esta pérdida: lo que aprecia y valora coincide con los estudios europeos que siempre vieron al protestantismo como un adalid suicida de la secularización, esto es, apostando su capital simbólico al riesgo de la reducción de su presencia social.
A estos intentos “desfanatizadores” posrevolucionarios mucho le debe el crecimiento del protestantismo en amplias zonas del sureste mexicano, en una suerte de revancha geográfica por los escasos avances numéricos en las regiones y estados cristeros, surtidores permanentes de la intolerancia. De allí han tomado fuerza siempre los obispos y cardenales más recalcitrantes. Monsiváis siempre recordó las ofensivas palabras del representante papal Girolamo Prigione en el sentido de que los derechos del catolicismo en México equivalían a la oposición de un elefante contra las hormigas, dudoso símil que utilizó para referirse a las comunidades protestantes.
Y siempre, también, exhibió las casi nulas raíces sociales de ese triunfalismo episcopal que no vacilaba en superarse a sí mismo en los dislates verbales y los exabruptos mediáticos. Una muestra de ello: “Se necesita no tener madre para ser protestante”, dijo el cardenal de Guadalajara Juan Sandoval Íñiguez. Hay que ver cómo tuvo que recular cuando casi impone la construcción, con dinero público de un santuario cristero. El manipulable gobernador, Emilio González, tuvo que renunciar a semejante exceso. La laicidad en México, como creyó Monsiváis, es un proceso verdaderamente irreversible, con todo y que, en 1940, llegó al poder un presidente abiertamente creyente. Pero eso abrió otras páginas para las luchas por la consolidación de la laicidad que Monsiváis enumerará cuidadosamente.
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(1) Ibid., pp. 25-26.
(2) C. Monsiváis, “En el bicentenario del nacimiento de Benito Juárez”, en La Jornada, 24 de enero de 2006, www.jornada.unam.mx/2006/01/24/index.php?section=opinion&article=008a1pol.
(3) C. Monsiváis, “El laicismo en México…”, p. 27. Énfasis agregado.
(4) Ibid., p. 28.
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