La aventura del púlpito o el periodismo evangélico es apasionante, golosa, atractiva... pero tremendamente arriesgada.
Ya lo decía el apóstol Santiago: “no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”.
He aquí, solo siete, de los muchos peligros:
- 1.- Antes de hablar o escribir para los hombres, hemos de hablar o escribir para Dios. Si lo que vamos a decir no agrada primero a Dios, no intentemos transmitirlo a los hombres. Dios no nos va a bendecir a la larga. Puede que por un tiempo recibamos aplausos y felicitaciones de los demás, pero ¿las recibiremos del Señor?
- Es lícito ejercer y disfrutar de la vocación, pero esta se debe realizar observando las reglas de la verdad y el amor. Analicemos primero las actitudes con las que trabajamos, ya que existen sutiles y engañosas motivaciones que anidan en los lugares tenebrosos de nuestra alma y que son difíciles de detectar ¿Para qué enseño, o escribo? ¿Para ser alguien importante que desea partidarios? ¿Para dominar a otros? ¿Para demostrar cuanto sé y cuanto pueden aprender de mí los demás? ¿Para ser admirado y respetado? ¿Para imponer mis criterios y mi sapiencia al oyente o lector? Si esto es así, no andamos en la verdad y en el amor, y nuestro ministerio, a la postre, no será bendecido.
- Existe tendencia a expresarnos con ligereza, y tocar temas elevados creyéndonos siempre capacitados para exponerlos. Hablamos del amor, del perdón, del dolor y sufrimiento desde nuestras cátedras personales y desde nuestra pretendida experiencia y fortaleza espiritual y emocional; olvidando que seguimos siendo débiles y que necesitamos mucha humildad y prudencia para compartir nuestra enseñanza. “El que este fuerte, mire que no caiga”
- Podemos llegar a ser profesionales del púlpito y la pluma, enseñar mucha teoría, dar muchos estudios bíblicos, ser muy hábiles escribiendo artículos pero olvidarnos de la praxis y de encarnar la Palabra de Dios en nuestras vidas. La autoridad del creyente no se basa tanto en lo que enseñamos, sino en si hacemos lo que enseñamos. Jesús dijo que el que hace (primero) y enseña (después) será grande en el reino de Dios.
- Podemos ser tentados a enseñar o escribir de forma desequilibrada, enfatizando mayormente lo que va de acuerdo con nuestros dones, visión personal, carácter; proyectando así nuestra personalidad sobre los demás. En vez de mostrar todo el consejo de Dios nos limitamos a hablar de nuestros temas preferidos, gustos, y damos opiniones subjetivas. El que es misericordioso, le cuesta hablar sobre el juicio de Dios, y el que ama la justicia y la rectitud puede olvidarse de la misericordia. En muchos casos, sucede que la congregación es lo que son sus líderes. Si ellos son dados a enfatizar un aspecto de la verdad en detrimento de otro, probablemente la iglesia crezca coja.
- La preparación intelectual y la espiritual deben ir a la par. Mucho estudio y poca oración no trae la presencia de Dios. Mucha letra y poco Espíritu, no transmite vida a los demás. Jesús decía: “mis palabras son vida y son Espíritu”. No es, pues, solo lo bien que expresemos las verdades, sino si las decimos en el poder del Espíritu, y no en el de la carne.
- Es muy tentador enseñar a otros sin enseñarnos primero a nosotros mismos, desarrollar un tema sin entenderlo a fondo, aplicarlo a otros sin aplicarlo primeramente a nuestra vida personal. Como decía el apóstol Pablo; “...queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman”.
Si quieres comentar o