Y es que las palabras de Küng, tantas veces señalado, dentro y fuera del catolicismo, como un pensador casi adscrito al protestantismo, lo que él negó siempre, dan mucho qué pensar al respecto, cuando escribe, por ejemplo, que la Iglesia Católica se encuentra “sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma”, o cuando agrega que, “debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas ‘unidades pastorales’ en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados”.
O incluso cuando propone abiertamente (como recuerda que lo hizo con anterioridad) en tres de los seis puntos con que concluye su misiva, utilizando un lenguaje poco común al dirigirse a los prelados:
1. […] ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!
2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. […]
6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. […]En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.(1)
El paquete de sugerencias de Küng no contiene en realidad nada que él mismo no dijera antes, aunque el énfasis conciliador con que se dirige a los obispos manifiesta una estrategia mediática reconocida por todos, pues en el fondo lo que promueve es una “reforma sin cisma”, es decir, que no se reedite lo acontecido con el surgimiento de las iglesias protestantes. Esto le conviene muchísimo a Küng para adelantarse a las críticas sobre su cripto-protestantismo, lo cual dicho sea de paso tampoco es posible que le granjee nuevas simpatías, especialmente entre quienes saben que fue suspendido hace décadas para presentarse como un teólogo “aceptable”.
Parecería, entonces, que la palabra reforma, en el contexto de lo que está sucediendo ahora que se ha ventilado la crisis causada por la pederastia de tantos sacerdotes, es una especie de ensalmo o de término mágico, cuyas alusiones o recuerdos remiten, sin remedio, a lo sucedido durante el siglo XVI en Europa. Pero en efecto, sólo parece, porque la respuesta del Vaticano, sin ser específica, sigue oscilando entre la defensa a rajatabla de las posturas papales (cuestionadas por Küng en su libro ¿Infalible? Una pregunta, de 1971, antecedente directo de
Iglesia: carisma y poder, de Leonardo Boff, pues ambos exhiben algunas de las patologías del catolicismo oficial).
Algunos analistas, católicos o no, se han pronunciado a favor y en contra de esas posible “reformas” que darían otro rostro al catolicismo (como la propuesta directa que le hizo el presidente boliviano Evo Morales sobre la abolición del celibato o la ordenación de mujeres al sacerdocio (2) pues entre los más conservadores se trata solamente de un despropósito y varios de ellos aderezan o concluyen su análisis atacando a Küng o suscribiendo la tesis de que hay una campaña de desprestigio del catolicismo y de su dirigente principal. Exponen, entre otras razones, que uno de los resultados de las reformas religiosas del siglo XVI, la atomización interminable de las comunidades, podría repetirse una vez más. Dejan de ver que en estos tiempos la pluralidad social también se manifiesta en la explosión de la diversidad cristiana, para empezar. Cada nueva iglesia, se remita o no a dichos movimientos antiguos, incuba dentro de sí la posibilidad de reeditar los inicios de la Iglesia neotestamentaria de una manera nueva, inédita y acorde con las exigencias culturales de la actualidad. El pánico ultracatólico hacia la llamada posmodernidad tiene, desafortunadamente, su equivalente entre muchas iglesias que no saben cómo comportarse o dar testimonio ante las necesidades religiosas que hoy son vehiculadas de maneras impensadas en otras épocas.
Un ejemplo, entre muchos, de una postura atenta a las propuestas de Küng es la del sacerdote Guillermo Juan Morado, quien entra al debate preguntándose si se trata más bien de una ruptura lo que se avecina ante esta problemática eclesial.(3) Pablo Richard va más allá, cuando advierte los inevitables signos de descomposición en esta crisis anunciada, cuando escribe, desde la perspectiva de las víctimas, como genuino teólogo latinoamericano:
Es importante ver toda la realidad de la pedofilia desde sus víctimas. La Iglesia consideró hasta hace poco la pedofilia como un pecado y no como un delito. El pecado puede quedar oculto en el secreto del sacramento de la confesión, pero el delito es un crimen que debe ser llevado públicamente a los tribunales. La Iglesia jerárquica rechazó la culpabilización de la pedofilia y ocultó al pedófilo para salvar como Iglesia su credibilidad y prestigio. La Iglesia también ocultó la criminalización de la pedofilia para evitar ser condenada y obligada a pagar una indemnización económica. Ocultar al delito y al delincuente, para salvar el prestigio de la Iglesia, es una iniquidad y una agresión contra las víctimas. Expresa también hipocresía, fariseísmo y falta de solidaridad.(4)
Las demás iglesias no pueden estar muy contentas ante la terrible evidencia de lo sucedido en el catolicismo, pues los debates internos sobre si lo sucedido debe ser colocado en la distinción entre “pecados” o “delitos” abre la puerta para que los errores de otras comunidades en su trato con los niños o la gente desprotegida. Así, la noticia de la existencia de una “orden” femenina clandestina al servicio de las ambiciones megalomaniacas de Marcial Maciel,(5) debe ser leída al lado de otras relativas a la actuación de grupos como el que dirigía los centros de asistencia denominados “Casitas del Sur” o, más recientemente, el que implica a los centros “Adulam” (en alusión a la cueva en donde se refugió David cuando era perseguido, I Sam 22.1-2), ambos en la Ciudad de México. En el primer caso, dichos centros están implicados con la desaparición de varios menores de edad, y en el segundo, divulgado esta misma semana, se comienza a saber que los integrantes de esta red tenían secuestrados y sometidos a un régimen inhumano 37 niños y adultos que eran explotados en la casa hogar. Algunas de las víctimas dijeron que fueron violadas, y otras que fueron obligadas a entregar a sus hijos recién nacidos, entre otras situaciones.(6)
Lo sucedido es una muestra más de la necesidad de que todas las iglesias revisen su Hoy como nunca sigue vigente el adagio que acuñaron algunas iglesias reformadas holandesas: “Iglesia reformada, siempre reformándose”, es decir, que ninguna iglesia está exenta de atender la voz del Espíritu que continuamente les dice a las comunidades que reivindican el nombre de Cristo y en nombre suyo se atreven a actuar en el mundo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo…” (Ap 2.10). En ese sentido deben ser leídas y aplicadas estas palabras en estos días tan aciagos para el testimonio cristiano.
(1) H. Küng, “Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo”, en El País, Madrid, 15 de abril de 2010, trad. de Jesús Alborés Rey,
www.elpais.com/articulo/sociedad/Carta/abierta/obispos/catolicos/todo/mundo/elpepusoc/ 20100415elpepisoc_3/Tes.
(2) Gloria Moreno, “Evo Morales pide al Papa abolir el celibato”, en Europa Press, 17 de mayo de 2010.
(3) G.J. Morado, “¿Ruptura o reforma?”, en InfoCatolica.com, 24 de abril de 2010,
http://infocatolica.com/?t=opinion&cod=6163.
(4) P.Richard, “Pedofilia y poder sagrado”, en Adital, 26 de abril de 2010, www.adital.com
(5) Miguel Mora, “Maciel fundó una orden femenina ilegal con 900 jóvenes esclavas”, en El País, 6 de mayo de 2010.
(6) “Rescatan a niños explotados en casa hogar”, en El Universal online, 20 de mayo de 2010,
www.eluniversal.com.mx/notas/681962.html.
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