Hans Küng sabe bien de qué habla cuando se refiere al autoritarismo del Papa en turno. Él fue quien muy al principio del papado de Juan Pablo II criticó que el régimen del clérigo polaco estaba restaurando el estado de cosas anterior al Concilio Vaticano II. Por sus posturas a Hans Küng en 1979 le fue retirada la licencia para enseñar como teólogo católico. El organismo encargado de la sanción fue la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya antecesora, la Santa Inquisición, tiene amplia historia en la persecución de los disidentes.
Entre las opiniones de Küng mal vistas por el Vaticano está la que ha sostenido sobre Lutero y el movimiento de Reforma que desató en el siglo XVI. Para él la responsabilidad del cisma recae más en el autoritarismo de la jerarquía católica que en el teólogo agustino alemán: “Todo el que haya estudiado esta historia no puede albergar dudas de que no fue el reformista Lutero sino Roma, con su resistencia a las reformas –sus secuaces alemanes (especialmente Johannes Eck)–, la principal responsable de que la controversia sobre la salvación y la reflexión práctica de la iglesia sobre el Evangelio se convirtiera rápidamente en una controversia diferente sobre la autoridad e infalibilidad del papa y los concilios… La Reforma de Lutero fue un cambio mayúsculo del paradigma católico romano medieval al paradigma evangélico protestante: en teología y en el ámbito eclesiástico equivalía a un alejamiento del eclesiocentrismo, humano en demasía, de la iglesia poderosa hacia el
cristocentrismo del Evangelio. Más que en otra cuestión, la Reforma de Lutero puso el énfasis en la libertad de los cristianos […] incluso los en aquel entonces instruidos oponentes romanos y alemanes de Lutero podrían haber visto dónde tenía razón Lutero si no hubieran defendido las palabras y los intereses del papa por encima de la comprensión de las Escrituras. Podrían haber reconocido que Lutero preservó la sustancia de la fe, que a pesar de todos los cambios radicales seguía habiendo una continuidad fundamental en la fe, el rito y la ética […] solo se produjo un cambio de paradigma, no un cambio en la fe” (
La Iglesia católica, Editorial Mondadori, 2002, p. 169-171) .
Congruente con ideas que ha sostenido desde que fue nombrado, en 1962, consultor teológico del Concilio Vaticano II, Hans Küng llama a los obispos de la Iglesia católica a no cerrar los ojos frente a la que sostiene es “la peor crisis de credibilidad desde la Reforma” de la institución. Llama al papado de Benedicto XVI como uno de oportunidades perdidas: “se perdieron las oportunidades para el acercamiento con las iglesias protestantes, para la reconciliación a largo plazo con los judíos, para un diálogo con los musulmanes en una atmósfera de confianza mutua, para la reconciliación con los pueblos indígenas colonizados de Latinoamérica y para el suministro de asistencia al pueblo de África en su lucha contra el sida. También se perdió la oportunidad de hacer del espíritu del Segundo Concilio Vaticano la brújula para toda la Iglesia Católica”.
Al igual que su antecesor Juan Pablo II, Joseph Ratzinger ha privilegiado la regresión de la Iglesia católica a posiciones preconciliares. Los dos son restauradores del conservadurismo que simplemente niega los cambios necesarios en una organización que aspirara a ser pertinente al mundo contemporáneo. En el rastauracionismo de Benedicto XVI, Küng enumera medidas tomadas por el Papa que denotan su espíritu conservador a ultranza: Abrir los brazos para recibir, y sin ninguna condición previa, en el seno de la Iglesia católica a los obispos tradicionalistas de la Sociedad Pío X; promover intensamente que se oficie la misa tridentina (en latín y de espaldas a los congregantes); negativa a poner en vigor los acuerdos de acercamiento con la Iglesia anglicana, acuerdos que son oficiales y sancionados por organismos católicos y anglicanos.
No falta en la carta de Küng el asunto de los escándalos de abusos sexuales de infantes por parte de sacerdotes en varios países. A la ofensa perpetrada contra infantes y adolescentes se suma la operación encubrimiento armada desde Roma para poner a salvo a los delincuentes, sobre todo cuando son obispos. Küng subraya que “para empeorar las cosas, el manejo de estos casos ha dado origen a una crisis de liderazgo sin precedentes y a un colapso de la confianza en el liderazgo de la Iglesia”.
Para salir de la crisis Hans Küng llama a seis acciones muy puntuales. Concordamos con las mismas, pero no vemos por dónde y quiénes, en el seno de la Iglesia católica, van a dar los pasos necesarios para reformar a la paquidérmica institución. Küng urge a los obispos a
1) No guardar silencio frente al férreo verticalismo del Papa, “¡Envíen a Roma no manifestaciones de su devoción, sino más bien llamados a la reforma!”
2) Dar pasos concretos en su esfera de influencia para iniciar la reforma, grandes movimientos han sido iniciados por grupos pequeños.
3) Recobrar la colegialidad y oponerse a la curia romana, recuperar el decreto del Concilio Vaticano II sobre que el gobierno de la Iglesia católica debe realizarse en común, entre el Papa y los obispos.
4) No rendirle obediencia incondicional al Papa, porque “sólo Dios merece obediencia incondicional… presionar a las autoridades romanas en el espíritu de la fraternidad cristiana puede ser permisible e incluso necesario cuando no cumplen con las expectativas del espíritu del Evangelio y su misión”.
5) Trabajar para alcanzar soluciones regionales, en tanto que existen mejores condiciones generales para reformar a toda la institución.
6) Convocar a un Concilio, ya que los obispos tiene autoridad para hacerlo, cuyo objetivo sería “solucionar los problemas dramáticamente intensos que ameritan una reforma”.
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