Hurtado, el presentador incansable, el hombre que no envejece, pues, corrió la misma suerte que en su día Paul McCartney (una leyenda lo daba por muerto) o Elvis (pero en vivo, ya que las leyendas suelen tender a llevar la contraria).
Lo triste del caso es que la mayor aglomeración de espectadores ante la pantalla no fuera para ver cómo un señor de Soria puede ganar 52 programas seguidos (para llevarse unos miles de euros, no se crean, que igual le sale más a cuenta el circuito
Gran Hermano-Interviú-DEC) y saberlo todo sobre las fugas de Bach o sobre la composición del átomo (de uno cualquiera, tampoco vamos ahora a hacer un cásting de átomos), sino porque el morbo asomó con fuerza para comprobar si el óbito de Hurtado era cierto o no.
La leyenda, la verdad, es que estaba currada, ya que argumentaba que Hurtado falleció años atrás (el programa nació en 1997), pero que TVE había previamente grabado TODAS las preguntas y todos los comentarios que el hombre de eterna sonrisa debía lanzar en los futuros espacios.
La leyenda se basaba en el hecho de que Hurtado, en los doce primeros años de emisión (hablo de una leyenda del 2009, pero esto tampoco pretende ser un informativo de última hora) no había ni engordado ni adelgazado, ni tenía arrugas o esas patitas de gallo, ni había cambiado de estilo de gafas o de traje (¿qué querían, que saliera con una camiseta de macarra estilo Jesús Vázquez?) y, lo más digno de formar parte de un reportaje de Cuarto Milenio,…¡no había perdido nada de pelo!. Amigos de las teorías de la conspiración, creo que ésta es una de las más sonadas de la historia de nuestra pequeña (en muchos sentidos) pantalla: la leyenda pretende que TVE tan sólo iba cambiando los decorados (con el Hurtado grabado en primer término) y que ha evitado al máximo que el presentador comparta plano con los concursantes (hay algunos, claro, pero en la era de
Avatar eso no va a ser un problema para mantener la historia). Por cierto, se habla también de un pacto de silencio con los concursantes (cosa fácil, solo deben haber sido centenares, si no miles), ya que si hablan, no cobran el premio (de ahí también que les den tantas oportunidades en cada programa para no irse a casa a las primeras de cambio).
No se trata de desmontar ninguna teoría (para eso están las leyendas urbanas, para conseguir que historias falsas circulen como verdaderas por los siglos de los siglos), pero suponiendo que fuera cierto, creo que la Audiencia Nacional, la CIA, la Benemérita y hasta los entrañables seguratas de discoteca deberían personarse en TVE a la caza y captura del asesino de Hurtado. Si alguien grabó sus futuras intervenciones (llámenme Holmes o Poirot a partir de ahora, como prefieran), es que ALGUIEN sabía que iba a morir. Ahí lo dejo.
La leyenda urbana consiguió, al menos, un efecto supuestamente positivo, el de reducir la audiencia de los culebrones (lo que prima a esa hora). Pero ¿por qué digo supuestamente? apuntará algún sagaz lector. Pues porque (y aquí creo que voy a meterme en un jardín de esos llenos de arbustos y pinchos)
Saber y Ganar, me aburre un poco la verdad. Si hay quien cree que los meses que llevo criticando la telebasura y defendiendo propuestas de calidad son un fraude, lo entenderé, pero tampoco se trata de caer en un exceso de halagos hacia un programa por el simple hecho de que fomente la cultura (ya he dicho que de este jardín es más difícil escapar que de la isla de
Lost).
Históricamente, hay un concurso cultural que me enganchó,
El tiempo es oro (presentado por Constantino
Eastwood Romero), sin olvidar
Cifras y letras, aunque el mejor sigue siendo
¿Quiere ser millonario? De acuerdo, en este último caso podríamos poner en duda que la preparación de sus concursantes deba ser la misma que para ir a
Saber y Ganar, pero no deja de ser un espacio donde se premia el conocimiento y, lo mejor, donde el espectador se siente atrapado (¡esa música y ese suspense constante!) y con ganas de participar desde casa. En
Saber y Ganar, en cambio, los participantes siempre me recuerdan al empollón de clase (¡megajardín!), con una capacidad para desenfundar respuestas mucho más rápida que yo, que como televidente me quedo con cara de tonto y el “mmmmm” de estar pensando mientras Hurtado ya celebra el acierto.
Quizá el fallo es que los concursantes nos recuerdan demasiado a los vecinos que encontramos en el ascensor o en la cola del súper; esas mismas personas son distintas cuando te las cruzas en la cola del Liceo para ir a la ópera (bueno, yo soy más de Apolo y Zeleste, pero debe ser así) o cuando van a cenar con los amigos. Pues para ir a la tele tampoco estaría mal darle un meneo al look de uno, que tampoco van a un reportaje de
Callejeros. Y puestos ya a enjardinarme del todo, el estilo de Hurtado me pone como nervioso, en ese estado perpetuo de felicidad y de entusiasmo, nada compartido por cierto por los sufridos concursantes, con más cara de susto que el día que te examinas de las prácticas de coche. Lo siento, pero me sigo quedando con Romero y hasta con el estilo
thriller de Carlos Sobera. Eso sí, celebro que el tocayo Jordi siga con vida.
Si quieres comentar o