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Para que el mundo crea

Nos citamos para una de nuestras habituales «sesiones-desayuno». Él llegó acompañado de su esposa Patricia y algunas noticias, buenas o malas según sea el ánimo con que se las reciba y aprecie; y yo, con la esperanza de recibir de él dos o tres respuestas que aun me faltaban relacionadas con la Cumbre de febrero próximo. Desayunamos y hablamos. Pronto, sin embargo, nos encontramos agotando el tema que llevábamos en la agenda y endilgando la charla por otros pagos.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 14 DE NOVIEMBRE DE 2009 23:00 h

Cuando llegó el momento de concluir nos paramos, nos despedimos y cada uno se fue por su camino. Lo hicimos, sin embargo, con la sensación de que el Señor había estado desayunando con nosotros. Las malas noticias no alcanzaron a desalentarnos en tanto que las buenas nos produjeron una alegría moderada.

En la dinámica de la charla off the record surgió en el corazón de mi hermano aquella idea que, minutos después me incitaría a escribir el correo-circular que envié ayer, dentro del concepto de oración intercesora.

Esteban es tranquilo, reposado y reflexivo, especialmente cuando se trata de asuntos del Reino. No se deja llevar por los famosos «pálpitos» que a veces resultan y otras veces, no. (¡Pregúntenme a mí!)

En la mesa del restaurante los tenía a él y a Patricia enfrente de mí. Podía observar sus gestos y complementarlos con sus palabras. Supongo que igual cosa me ocurrirá a mí cuando, acompañado por Cire, otros nos observan hablar y reaccionar. Y sin duda que también le ocurrirá a usted, mi amigo lector.

No es la primera vez que Esteban llega a nuestros «encuentros con desayuno» acompañado de su esposa. Es una costumbre que han cultivado con el correr del tiempo y que envía mensajes con contenido. La primera vez que llegó con Patricia me sorprendió… un poco. Antes, mucho antes, habíamos tenido sesiones-almuerzo para lo cual salíamos cada uno por una hora o dos de sus respectivos trabajos. Pero ahora, viniendo de su casa, lo hace acompañado de su esposa.

Esteban Fernández, para quienes no lo conocen ni han oído de él, es argentino quien, antes de ser nombrado a la gerencia editorial de Vida fue ejecutivo de algunas empresas seculares. Mientras ejercía esta función, asumió un pastorado colegiado en la iglesia Elim del sudoeste de Miami, retirándose de este equipo posteriormente para cumplir función similar en la iglesia Casa sobre la Roca. Estando en esta posición, lo distinguieron con el cargo de vicepresidente de Grupo para América Latina de Bíblica (ex SBI-STL) sucediendo en esa posición a Luciano Jaramillo.

Un día que nos reuníamos para discutir asuntos relacionados con la Cumbre de ALEC, caí en la cuenta que se ha transformado en uno de los mejores colaboradores que este director ejecutivo tiene; por lo tanto, le pregunté si aceptaría figurar en los registros de ALEC como consultor/asesor. No tardó en contestarme. Me dijo: «Encantado. Serlo enriquece mi currículo». Y aquí lo tenemos, como un colaborador entusiasta.

Después de analizar desde diferentes ángulos la situación que motivó mi circular-electrónica, me dijo: «¡Vamos a orar, pidiendo específicamente por esto!» Y así lo hicimos. No había mucha gente en el restaurante, pero a más de algunos que estaban allí, desayunando como nosotros, seguramente les llamó la atención ver a aquellos tres parroquianos inclinar sus cabezas y pasar uno o dos minutos orando.

De los cien y tantos correos que enviamos, hemos recibido hasta este momento algunas respuestas de las que quisiera seleccionar unas cuantas: «Gustosa estaré orando por tu hijo Kenny, junto a mis hijos»; «Nuestro Dios responde a los que le creen, y así como creamos será hecho; en el nombre de nuestro Señor Jesucristo declaro hecha esta petición para la gloria de Dios; así lo he orado al Señor esta mañana… La distancia no mata el amor de Dios; todo lo contrario»; «Gracias por compartir vuestro dolor y fraternidad; me acordaré de vosotros y del asunto planteado»; «Cuenten con nosotros; hemos comprobado en nuestra propia experiencia la bondad de Dios y el amor de los hermanos cuando hemos necesitado de sus oraciones y damos testimonio de que ha sido para la gloria de Dios»; «Hoy en nuestro devocional leímos Santiago 5:15 y creemos que cuando Dios nos motiva a orar por alguien es mejor que lo tomemos en serio. ¡Cuántas veces hemos visto este paso de motivación y la respuesta que Dios da es el resultado de la provisión de Dios!»; «Me uno con mucho gusto a su petición de oración. Un gran abrazo y que Dios les bendiga».

Podríamos entresacar muchas otras respuestas de amados hermanos que han manifestado su decisión de unirse espiritualmente a esta campaña. Algunos han pedido más información. Mantenemos, sin embargo, el criterio que daremos a conocer el asunto en detalle cuando Dios responda. No se trata, sin embargo, de una enfermedad mortal ni, en el caso de Kenny, de alejamiento del Señor ni involucramiento en pecados contra Dios. Es, sin embargo, algo que puede tener repercusiones serias si no en el futuro cercano, en el lejano. De ahí que mi hermano Esteban se sintiera movido por el Espíritu a sugerir esta estrategia.

Con Patricia, mientras conversábamos ayer, estuvimos de acuerdo en algo que hemos señalado antes y en lo que estoy seguro que coincidimos todos: La mano de Dios no se mueve más rápido ni más eficazmente cuando hay cien, mil o diez mil orando que cuando lo hace uno solo de sus hijos. El secreto de la oración comunitaria no está, entonces, en que mientras más grande es el número de los que oran más segura será la respuesta de Dios. El milagro de este tipo de oración está en que el Cuerpo de Cristo se une en torno a uno de los miembros que en algún momento, padece dolor. Y al estrechar lazos en este sentido, se está cumpliendo el deseo de Dios expresado por Jesús cuando dijo: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea… La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado… para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos» (Juan 17.21-26).

Es curioso pero ha habido ocasiones en que hemos presentado a Dios dificultades del tamaño de una montaña; situaciones que nos parecen insolubles. Y de un pronto a otro, el problema ha desaparecido. Y nosotros, incrédulos empedernidos, tenemos la tendencia de decir: «¡Vaya, la cosa no era tan seria!» ¡No, señor! ¡La cosa era seria, pero la mano de Dios la disolvió de un momento a otro!

El tumor ya no está. La medicina se sorprende. La sangre, debilitada y sin fuerza, de pronto recupera su vigor. Y los doctores se asombran. El hijo que se había ido, regresa a la casa del padre. El adicto siente que la fuerza del vicio desaparece. La casa que estaba a punto de ser rematada, queda en manos de su dueño. Una llamada telefónica que llega cuando menos la esperábamos nos habla de un trabajo después de meses de buscarlo.

Recuerdo el caso de un amigo cubano, joven, inteligente, simpático padre de familia (familia que perdió por sus adicciones) que tenía el vicio del cigarrillo junto con el de consumo de cocaína. Había intentado una y otra vez salir de aquellas prisiones, sin resultado. Los familiares de su ex esposa eran todos creyentes que oraban incesantemente por él. Muchos otros lo hacíamos también. Había hecho de las calles su casa y su cama eran cartones y trozos de tela inmunda debajo de los puentes. Un día, alguien lo invitó a su iglesia. Había ido a muchas iglesias pero sin obtener nada. Prometió asistir. Y fue. Al llegar, buscó a la persona que lo había invitado y no la encontró. Pensó en irse pero prefirió quedarse. Cuando el predicador invitó a quienes quisieran pasar al frente a aceptar a Cristo, él se paró y avanzó hacia la plataforma. No sentía mayor emoción. Había hecho lo mismo muchas veces y siempre había vuelto a la droga, al cigarrillo, a la calle, a debajo de los puentes. Ese día concluyó el culto, salió y se fue en busca de una «ventana» para tomarse un café cubano. Era parte de su rutina. Sacó un cigarrillo se lo puso en la boca y cuando lo iba a encender, lo rodeó un olor tan nauseabundo que lo obligó a quitárselo como si tuviera en la boca una pestilencia. Agarró el paquete de cigarrillos y lo hizo pedazos, tirándolo al basurero. Nunca más volvió a fumar un cigarrillo. Nunca más volvió a usar droga. Nunca más volvió a dormir bajo los puentes. Sí, fue presa de una ansiedad horrible por rescatar a sus compañeros de vicios. Las próximas semanas las dedicó a hablarles y a testificarles que el poder de Cristo por fin lo había rescatado. Su ex suegro veía cómo redimía el tiempo dando el mensaje a sus viejos compinches. Un día nos encontramos él y yo. Me llevó aparte, a un estacionamiento y me contó cómo el poder de Dios y las oraciones de tantos lo habían transformado. Alquiló un cuarto decente. Una noche, pocas semanas después de haber sido alcanzado por el brazo poderoso de Dios, se acostó y, durmiendo, el Señor se lo llevó a su presencia. Esto no es ficción. Es una historia real que he recordado mientras termino de escribir y pienso en la cantidad de hermanos y amigos que estarán orando para que el Señor responda a las oraciones que hemos empezado a hacer a favor de Kenny.

Este es el milagro mayor de la oración de intercesión. Vale la pena participar en cruzadas así porque nos exponemos a disfrutar el grato sabor de la respuesta de Dios cuando ésta llega. Y si llega en una forma diferente a lo que era nuestro deseo y esperanza, estar ahí para apoyar a nuestra hermana o a nuestro hermano.

¡Bendita sea la unidad del Cuerpo de Cristo! ¡Bendita la oración de intercesión!
 

 


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