Por cierto, que el artículo lo traducen
Jaume Tutusaus y
Rosa Gubianas del inglés -un ejemplo de matrimonio septuagenario, presto a servir en pro del Evangelio desde sus dignísimas posibilidades y ya mermadas energías-. Ellos, como todos los que hacen algo en los entresijos de la Gran Comisión, no son el problema. Lo somos quienes no reaccionamos contra las huestes del mal que están llevándose cada día hombres y mujeres a la muerte eterna.
Alguien tiene que decir que se está produciendo un terrorismo espiritual, que Satán practica un genocidio continuado y que Dios confía en nosotros para que salvemos a unos cuantos por medio del Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Aún somos luminares en el mundo, más por fe (Mt 5:14) que por vista. Y es que aún hay dudas que se disipan, confusiones que se aclaran y perdidos que se rescatan de las tinieblas a su luz admirable. Por eso estamos en periodo de gracia, y sospecho que la parte más gruesa de nuestras membresías lo ignora. Llora de felicidad por su propia salvación, pero no de terror por los que van cayendo irremisiblemente.
Desdibujada y castizada, se levanta por aquí como novedad una especie de Teología de la Liberación, provocada sin duda por la emigración de cientos de miles hacia España, y había que hacer algo. Desembarcados, con todas las dignidades reconocidas y servidas, nuestros inmigrantes se suponen ahora profetas que en sus tierras no pudieron serlo, o no supieron vivirlo. Por número y alud, cambiaron nuestros himnarios por
coritarios. Y en nuestras comunidades autónomas con lengua española propia y distinta del castellano, hablamos menos idioma autóctono que nunca.
Quizás no fueron algunos reconocidos como profetas en sus tierras, pero con cierto buen orgullo —si se puede acaso ser de eso orgulloso- pueden llegar a ser lo más relevante de nuestro futuro inmediato.
Así es como la Iglesia se ha convertido, "por inmigración", en misionera dentro de su propio seno.
Lo que no hicimos antes, por diversos motivos que no vienen al caso, el Espíritu Santo nos lo ha puesto ahora delante sin tiempo ni posibilidad para filosofar sobre la
teoría de la Teología de la Liberación en España. Pronto hará una década que aterrizaron procedentes de todas partes, sobre todo de Latinoamérica. Primero pudimos serviles con pan, ropa, trabajo y albergue. Luego nos pidieron aprender más de
su Palabra.
Inmigración: ¿divino tesoro? Al cabo del tiempo, y con muchas lagunas de asistencia a los encuentros de formación bíblica, se hicieron algo más ricos y completamente más generosos. Se les abrió también un agujero en la mano, ya que enviaban cuanto dinero podían a sus familias; además, algunos incluso diezmaban barriendo hacia sus iglesias de procedencia.
Pero, ¿Qué encontramos en los que vinieron al barrio, a la escalera, a la capilla? En general, mucha capacidad para amar y servir, poca formación bíblica y casi nula estabilidad para el compromiso. ¡Acabáramos! Se trata de comer primero, pagar alquileres y sobrevivir después.
Luego nos llegó a todos la crisis inventada por los poderosos y se cambiaron los flujos: Los familiares de los emigrantes envían ahora dinero a los parados en España, con la esperanza de que estos tengan modo de atisbar algo de esperanza y poder reflotar. Otros ya han optado por volver. Los más reciben ayudas sociales de toda índole: seguridad social, subsidio por desempleo y educación prácticamente gratuita para su prole, ordenadores portátiles incluidos.
A los cristianos españoles nos ahorraron un viaje misionero.
Hoy, mi iglesia es misionera porque ellos están ahí. Son material de misión, son el mundo al que debíamos ir y a los que íbamos a tener que predicar en nuestra generación.
Pero me sorprende que, aun en esta situación, estemos más por la cuestión laboral, la económica, la lingüística, la litúrgica, el tema de los decibelios de la alabanza, la estética de la predicación y la reproducción de arquetipos latinoamericanos, antes que por la de la traslación del mensaje del Evangelio a la gente que anda confusa en nuestras ciudades.
Somos más y variopintos, pero aún está pendiente la Gran Comisión frente a los que han de
escuchar nuestras buenas obras y
ver lo que les decimos del Dios de Jesucristo.
(*) Christopher J. H. Wright: "Todo el Evangelio, toda la Iglesia, todo el mundo"
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