¿Qué pasó, pues, para que la otrora periodista se convirtiera a partir del 2006 en una carroñera más de las mañanas? Hace unos días intenté aguantar más de media hora ante su magacín
Las mañanas de Cuatro pero mi estómago empezó a revolverse y amenazaba con soltar algo demasiado grumoso y desagradable para ser detallado.
García Campoy se zambulló durante unos años en su querida radio (en Onda Cero y en Punto Radio, básicamente) para llegar a trabajar incluso en Telecinco, aunque lo hizo con un digno programa sobre cine (
La gran ilusión). Queda claro, pues, que
García Campoy no ha seguido una trayectoria similar a reinonas del cutrerío (ya sea de tarde o de mañanas, en televisión o en radio), el marujeo barato y el morbo como las
grandes del género: principalmente, Ana Rosa Quintana y María Teresa Campos (y su
churumbela Terelu), sin olvidar a la hoy medio desaparecida (televisivamente hablando, claro) Nieves Herrero (el
monstruo, en todos los sentidos, del morbo y el cotilleo), aunque ha acabado como todas ellas (y atención a su alumna aventajada, Susana Griso).
Lo sé, lo sé, estábamos hablando del descenso al fango de Concha García Campoy (después la recuperamos), pero me detengo en Nieves Herrero, una de las tantas
chicas Hermida (el pájaro de flequillo
excesivo, verborrea cansina y ego esdrújulo), que merece un sentido homenaje gracias a su aportación a la cultura trash hispana.
Para eso, retrocedamos a finales de 1992. Un pequeño pueblecito valenciano en la zona de la huerta, Alcàsser, entró como un torbellino en los hogares españoles por culpa de un trágico suceso: la desaparición de tres niñas que, en enero de 1993, aparecieron en un descampado de otra localidad, Picassent. Unas lluvias torrenciales removieron la tierra, que dejaron a la vista una mano, una sencilla mano a la que Nieves y su troupe se agarraron con fuerza para no soltarla. Míriam, Toñi y Desirée habían perdido la vida, pero la amiga Nieves inició una carrera de morbo sin precedentes. El programa
De tú a tú se convirtió en un gran escaparate, en un vertedero sin fondo donde la basura se iba acumulando, sin que a nadie le molestara el hedor. Y allí, la gran basurera, ataviada con una sonrisa de esas que suenan a falsas y con su eterna cabellera rubia de malvada de culebrón. Con la aparición de los cuerpos, la misma Nieves se presentó en el pueblo con su ejército para husmear en unos cadáveres de cuerpo presente. Nieves, aunque después llegó a decir que estaba en contra de aquello (¡hay que tener valor para afirmar eso!), sacó su particular bisturí y diseccionó no sólo a las propias chicas, sino a los desquiciados, atónitos y perdidos familiares en uno de los ejercicios de mayor morbo jamás superados (y mira que más de uno se esfuerza).
Nieves, a su manera, fue una pionera, con lo que podría ser el primer reality show del país, aunando lo peor de lo que, años después, explotaron basureras de postín como Alicia Senovilla, Patricia Gaztañaga, Mercedes Milà (sí, la que luego finge que hace programas serios de investigación) o Ana García Lozano.
La gran pionera, pues, creó (sin saberlo, que es peor) un infrauniverso sin punto de retorno y que cuenta con alumnos (alumnas, la mayoría) aventajados.
Así,
Concha García Campoy no ha querido dejar pasar la oportunidad de añadirse a este club de selectas destripadoras en la gran fábrica de basura cultural que es nuestra televisión. Y vuelvo al inicio del artículo: me planto ante su programa matinal. Con rostro serio, como de tertulia de la 2, Concha y los suyos hablan (más bien, destrozan) de la figura del actor David Carradine (sí, Bill y el
pequeño saltamontes, entre otros).
El discurso del diálogo escupe una cantidad de morbo por metro cuadrado
increíble. ¿Hablan del Carradine actor? ¿De su legado? ¡No! Especulan hasta la extenuación sobre el posible juego sexual que acabó con su vida. Y todo, bien aderezado con la imagen (¡todo el rato en pantalla, en una especie de bucle macabro!) de una fotografía de Carradine muerto en su habitación de un hotel de Bangkok que publicó algún periodicucho.
La imagen se va repitiendo de una forma casi enfermiza, para cambiar radicalmente de tema y atacar (literalmente) la situación de un tal Rubén Noé, el chico que vendió que era el primer hombre embarazado de España. El tufillo del personaje ya debería evitar su presencia en los medios, pero Concha y los suyos le dedican bastante tiempo, aunque sea para decirle que no le creen, que nunca ha demostrado un supuesto embarazo de gemelos y que “nunca nos has traído una ecografía” (palabras literales de una García Campoy que, encima, se hace la ofendida).
Las mañanas de Cuatro hace un juicio público al chaval gracias a infectas intervenciones como la de la abogada Beatriz de Vicente, a la que sólo le interesa saber si el chico (o mejor dicho, chica que se está convirtiendo en chico) ha cortado o no con la ingesta hormonal de testosterona durante el supuesto embarazo.
A continuación es el colaborador Gonzalo Miró (¡si su madre Pilar levantara la cabeza!) el que profundiza más en el tema, ya que en un alarde de documentación periodística, de respeto y de profesionalidad que huye del morbo, pregunta a Rubén si se volverá a inseminar. A su lado, una chica rubia que ni tan sólo me he molestado en saber quién es (no vale la pena) le echa la bronca a Rubén, diciéndole que es un irresponsable y que, ¡glups!, “¿no tienes ganas de ser un hombre de verdad?”.
García Campoy decide cerrar el juicio y la casi lapidación con la siguiente sentencia (atención estudiantes de Periodismo): “Es un caso mediático interesante, pero no me lo creo”. O sea, reconoce que considera a Rubén como un monstruo de feria (¿recuerdan a la mujer barbuda, las siamesas equilibristas o al hombre elefante? Pues eso…) ya que, a pesar de su nula credibilidad, lo coloca como uno de los personajes estrella de su programa.
Una vez despedido el mono del circo, García Campoy anuncia algo que ya me niego a mirar: la presentadora, tan tranquila oigan, expone que “continuamos en ambiente de polémica”, ya que van a hablar de la muerte de la niña Mari Luz Cortés y del juicio a su asesino Santiago del Valle. De repente, tomo el mando de la tele y la cierro. Se hace el silencio, aunque un hedor parecido al de Alcàsser sigue surgiendo de la televisión durante ese chisporroteo final. Debe ser del plató de Cuatro.
Creo que hoy comeré sólo una ensalada.
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