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Antonio Vega (1957-2009)

El gran antihéroe de la literatura, Ignatius Reilly, nunca sospecharía el trágico fin de su propio creador, John Kennedy Toole, que se suicidó mientras su abrumadora conjura reposaba en el cajón de la frustración.
33RPM AUTOR e-Luthiers 16 DE MAYO DE 2009 22:00 h

J.D. Salinger, en cambio, se autoexcluyó del mundo después de legar su guardián en el centeno en 1951 y desaparecer, literaria y físicamente durante décadas, con la única constancia de un par de fotos robadas en entornos tan absurdos como el párquing de un supermercado.

Juan Rulfo escribió los dos libros que a él le habría gustado leer, y desapareció, escudándose en la muerte de quien le contaba las historias, el tío Celerino. Rimbaud, poeta mitificado por la leyenda, recopiló su poesía en un volumen mientras estaba hospitalizado por el disparo de otro poeta, Verlaine; de Una temporada en el infierno tan sólo se distribuyeron los seis ejemplares que tuvo como autor. No escribió nunca más, y hasta hay quien dice que ni siquiera leyó. Carmen Laforet, ganadora del Nadal hace más de medio siglo, también acabó escabulléndose del panorama literario, mientras ya a finales del siglo XX, un enigmático autor llamado Luther Blisset apareció, revolucionó el panorama literario y creativo y desapareció sin dejar rastro; un tal Wu Ming le relevó como autor sin nombre. Más recientemente, Jonathan Littell menospreció la vertiente pública de un escritor, alegando que al saborear un buen foie, a nadie le interesa la vida del pato del que procede. Arthur Cravan, excéntrico y provocador, se limitó a escribir y editar cinco ejemplares de una revista hasta desaparecer, metafórica y literalmente, con un pequeño velero en el Golfo de México.

La no literatura, pues, se manifiesta como una pandemia envuelta del pánico a la hoja escrita. Las ideas que explotan en las mentes de escritores no mueren, sino que agonizan en las hojas malditas, o las malditas hojas, de miles de libretas. Llegados a este punto, más de uno se preguntará qué hago hablando de literatura en una columna sobre música. Y más aún, qué hago hablando del malditismo literario, de esas figuras que huyeron de la popularidad y hasta de la producción desbordante. Pues realmente, no lo sé, pero al conocer la noticia de la muerte de Antonio Vega a los 51 años, he pensado en él más como un escritor maldito que no como un músico, aunque su legado conforme uno de los más preciosos tesoros de la historia de la música pop en España. Saber de su muerte me ha provocado una especie de ansia por leer, por observar, por apurar horas noctámbulas ante su obra. Vega fue nuestro Rimbaud, nuestro Rulfo, nuestro Salinger, aunque en lugar de plasmarlo en un libro, moldeó algunas de las más bellas canciones escritas en este país. De acuerdo, fue nuestro Jeff Buckley, entonces.

¿Nos interesan las letras de las canciones? A mucha gente, hasta cierto punto, ya que el consumo de producto anglosajón y la cultura de los idiomas en España no van, precisamente, de la mano (¡y menos con personajes como Mayor Oreja, orgulloso de la prohibición de su abuelo de hablar euskera! La incultura al poder, y nunca mejor dicho). También es cierto que ya muchos ya tienen suficiente con las letras de El Canto del Loco (lo de “la madre de mi amigo José” es para desterrarlos de por vida) o Bisbal (“Ave María, cuándo serás mía” es la rima del siglo), pero reconozcamos de una vez que este país también ha dado grandes compositores y grandes letristas. ¿Ejemplos? Retrocediendo a los años 80, los mismos Nacha Pop (la formación de Antonio Vega y su primo Nacho García Vega) o Radio Futura (paseen por el jardín botánico de los Auserón y ya me dirán) y, poco después, toda la hornada de nombres como Nacho Vegas, Sergio Algora (alma mater de El Niño Gusano, y que también falleció el año pasado con sólo 39 años), el surrealismo costumbrista de Antonio Luque (con los imprescindibles Señor Chinarro), Fernando Alfaro (Surfin Bichos y Chucho), Francisco Nixon (Australian Blonde) y tantos otros.

Antonio Vega siempre fue ese literato metido a músico o ese músico que acariciaba las palabras. Eso da igual. Vega siempre fue ese chico
triste y solitario que, en los últimos años, se iba consumiendo irremediablemente, se iba apagando y, en cada aparición pública, iba golpeando el alma de quienes amamos sus canciones, pero también alimentaba el morbo de una parte de la prensa a la que siempre le importó un pepino su obra. El amarillismo le persiguió, pero él se tapó a tiempo su demacrado rostro con ese pelo lacio y mal cuidado. Su coraza. Su máscara.

Hay quien dijo de él que siempre luchó para librarse de sí mismo. Sí, compuso La chica de ayer, himno generacional donde los haya (y, curiosamente, la primera canción que escribió en Nacha Pop), pero también la mayoría del material de los seis álbumes de Nacha Pop (formación que no llegó ni a la década de historia, entre 1980 y 1988), además de cinco discos posteriores en solitario.

Antonio, a pesar pues de una carrera musical bastante prolífica, vivió siempre en carreteras secundarias como las de Salinger, alejado de la fama y el exhibicionismo de otros. Vivió en un constante descenso a los infiernos, a los pozos de la droga, a la oscuridad, a una lenta autodestrucción, a un paisaje plagado siempre de hojas secas y miradas lánguidas, a un laberinto sin punto de retorno. Y nos dejó su música, eterna. Analizarla sería una temeridad por mi parte, pero presento aquí tres letras, de tres temas que forman parte de mi banda sonora, de mi vida y que, en más de una ocasión, me han servido de refugio, de manto cálido, de compañía en horas azules:

1- El sitio de mi recreo:
Donde nos llevó la imaginación,
donde con los ojos cerrados
se divisan infinitos campos.
Donde se creó la primera luz
germinó la semilla de cielo azul
volveré a ese lugar donde nací.
De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo.
De nieve, huracán y abismos,
el sitio de mi recreo.
Viento que en su murmullo parece hablar
mueve el mundo con gracia la ves bailar
y con él, el escenario de mi hogar.
Mar bandeja de plata, mar infernal
es un temperamento natural,
poco o nada cuesta ser uno más.
De sol, espiga y deseo...
Silencio, brisa y cordura
dan aliento a mi locura,
hay nieve, hay fuego, hay deseos,
ahí donde me recreo.
Si alguien es capaz de escuchar esta canción sin que se le humedezcan algo los ojos, o el alma, es que algo falla. Lo curioso es que no forma parte de ningún álbum concreto, ya que apareció como el típico tema inédito que sirve de gancho en los discos recopilatorios.

2- Se dejaba llevar:
Azul, líneas en el mar, que profundo
y sin domar acaricia una verdad.
Y, tú, no lo pienses más,
o te largas de una vez o no vuelves nunca hacia atrás.
Se dejaba llevar, se dejaba llevar por ti,
no esperaba jamás y no espera si no es por ti.
Nunca la oyes hablar, sólo habla contigo y nadie más,
nada puede sufrir, que ella no sepa solucionar.
Temor, alcohol de quemar,
pon tus manos a volar o en tus ojos el terror.
Azul, vuelve a reflejar, y fundido con el sol
reina un sueño con sonido a mar.
Se dejaba llevar…
3- San Antonio:
Al partir, dejó a su amada el corazón
Y sin él, en la batalla sin piedad luchó
Ira del infierno, el enemigo le llamó
pero él, aventurero,
romántico señor.
Más allá de las montañas se perdió
y tan sólo su mascota le siguió
De un ejército vencido, el último bastión
Aventurero, romántico, señor
San Antonio, Junio 13 ya llegó,
esta noche ladra un perro, llama una voz,
late un corazón sin dueño,
nunca lo encontró
Nunca lo encontró
Sin dolor, pensó en la tierra que dejó
Entre el barro y las estrellas decoró su mansión
Ante el espejo, su cara le asustó,
A una lágrima reseca se aferró
Dejó pasar el tiempo hasta acabar la contienda,
luego en busca de su corazón partió.
Más allá de las montañas se perdió.
Hoy su sombra deambula sin dirección
Solo algunos recuerdan cómo sucedió
Aventurero,
romántico señor
San Antonio, Junio 13 ya llegó
esta noche ladra un perro, llama una voz,
late un corazón sin dueño,
nunca lo encontró
Nunca lo encontró
San Antonio junio 13 ya llegó...
Más allá de las montañas se perdió...
Y podría seguir. Zambullirme en las últimas horas en el que ya es el legado definitivo de un músico que talló tal belleza entre el cielo y el infierno llega a ser doloroso. Reescucho (y releo) Lucha de gigantes, Una décima de segundo, A medio camino, Atrás, La última montaña, Háblame a los ojos (¡¡Buf!!), Seda y hierro, A trabajos forzados (aquí, con una letra escalofriante de Antonio Gala para una canción tierna, cruda y que traspasa poros y sentimientos), Estaciones, Esperando nada, Materia oscura, Tesoros, Desordenada habitación, Lo que tú y yo sabemos,…Antonio Vega es un mundo descomunal plagado de fragilidad.

Es un paseo, una cima inexpugnable. Un sendero fantasmal, un libro llamado nada, un círculo sin fin, remover el tiempo con el café, los hilos de tejer de la noche. Y ahora tú, no dejes de hablar…

Escrito por: Jordi Torrents
 

 


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