Formar parte de una ONG, estar comprometido con una causa social, salir a la calle a protestar contra la injusticia, ser un pacifista, dar limosna a los pobres, apadrinar niños, donar tus órganos, luchar por un barrio y una ciudad mejor, manifestarse a favor de la paz, participar en actos solidarios... es lo que está de moda y es lo único que realmente cuenta para la sociedad actual a la hora de valorar la bondad de las personas, mientras que lo demás no sirve de nada o de bien poco.
También la literatura, el cine y la TV nos muestran aspectos extraordinarios de la justicia, la nobleza y el amor de personas, generalmente ateas, o no cristianas, que conmueven al lector o espectador mediante impactantes testimonios y actos heroicos que resaltan las virtudes del ser humano y consiguen ablandar los corazones y producir en nosotros ardientes deseos de ser como el protagonista. Sin embargo, el público valora al héroe por determinados actos y conductas justas y admirables, pero pasa por alto ciertos pecados; no importa que sea infiel a su pareja, beba, o diga tacos, para el mundo seguirá siendo buena persona.
Como cristianos sabemos que todos los hombres están hechos a imagen y semejanza de Dios, y por ello aún los incrédulos conservan parte de la esencia divina que les lleva a realizar obras de amor hacía el prójimo. Y podemos gozamos, ¿por qué no? por las cosas buenas que ellos realizan por la humanidad y debemos saber reconocerlo y darles las gracias por ello. Dios también nos habla a través del testimonio de los impíos.
Pero, ojo, no caigamos en la trampa de Satanás que trata de exhibir los maravillosos logros de los incrédulos para hacer creer a la sociedad que Dios, el Evangelio y la iglesia han sido superados por el ideal de bondad humanista. Aún los creyentes nos atrevemos a decir la consabida frase de que “los de afuera, son mejores que los de la iglesia”. Nos admiramos de lo majo que es el vecino ateo de al lado, en comparación con aquel hermano que ocupa el asiento contiguo de mi iglesia, y aplaudimos al mundo por sus hazañas altruistas mientras olvidamos otras muchas que los santos hacen por la humanidad; hazañas que el mundo no valora en su justa medida porque no conoce a Cristo, ni sabe de aquellas buenas obras que él ha preparado de antemano para que los creyentes andemos en ellas.
El diablo engaña a muchos usando el reclamo de la bondad para desviar a las personas de la salvación, haciéndolas creer que sus buenos actos serán suficientes para lograr el aprobado personal, social y el de Dios, si éste existiere. El maligno quiere enfatizar los méritos humanos y obviar la cruz de Cristo. Desea que la obras en favor del ser humano se erijan como primer mandamiento en vez de ser el amor a Dios lo que debe primar.
Satanás resalta algunas verdades que le convienen pero evita otras verdades más importantes y trascendentales que los cristianos no nos atrevemos a decir por miedo a quedar mal delante de los incrédulos.
Tenemos miedo a decirles que no son tan buenos como parecen, que ninguno es bueno sino Dios, que para ser buenos hay que considerarse primero malos y pedir a Jesús que nos haga buenos por medio de su Espíritu Santo. Hay que decirles que sin Cristo están condenados, que la iglesia no es perfecta, pero que es donde se aprende a ser buena gente. Ser buena gente no es ser un “tío majete” sino ser como Cristo. Traigamos a un incrédulo de conducta ejemplar a la iglesia y veremos como el Espíritu Santo revelará que no es tan bueno como parece. Al contrario, si se convierte, se postrará ante Dios y confesará sus miserias y pecados.
La iglesia y el cristiano deben ser ejemplos al mundo a través de las buenas obras, pero buenas obras que nacen del corazón de Dios, no tanto del corazón engañoso y egoísta del ser humano, y encarnadas en nosotros por medio de su Espíritu Santo. Echemos un vistazo a los frutos del Espíritu, entre ellos también está la auténtica bondad, la cual nos debe llevar a hacer cosas aun mayores que los incrédulos. Si no es así, debemos preguntarnos si somos creyentes llenos del Espíritu o meros religiosos que no convencen al mundo.
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