Desde que éramos niños y escuchábamos citar este versículo de que el reino de los cielos se hace fuerte y los valientes lo arrebatan, nos dejábamos convencer de la validez de la sentencia aunque no entendíamos mucho aquello de que el reino se hiciera fuerte y algunos lo arrebatarían. El reino arrebatado. Los fuertes… ¿cómo Sansón o Superman? ¿O como mi papá que por ese tiempo lo veía como un varón de porte imponente? Nosotros, que no nos considerábamos fuertes, nos preguntábamos: «Y nosotros ¿qué?» Ahora entendemos mejor la figura.
El reino de los cielos ha venido avanzando contra viento y marea y los que se esfuerzan logran aferrarse a él. No está todavía de mi total gusto pero ¿quién podría pedir una versión de la Biblia acomodada a su total gusto? Los que se esfuerzan.
Ilustra este artículo una foto que es todo un símbolo. Ninguno de los varones que allí aparecen podría homologarse con Sansón o con Superman. Ni las damas con ninguna miss universo elegida o por elegir. Para suavizar un poco este «contrapiropo» puedo decir que la belleza de gente como esta no se mide por la perfección del perfil, ni por la finura de la nariz, ni por el diseño helénico de los labios ni por el tamaño discreto de las orejas. Todos los creyentes, más o menos bonitos o más o menos feos, en la medida que hemos sido tocados por el poder milagroso de Dios obrando una transformación interior que solo se hace realidad por el trabajo silencioso y eficaz del Espíritu Santo, adquirimos una cierta belleza llamada a expresarse de mil maneras diferentes.
Los diez de la foto son hermanos y amigos peruanos a quienes conocimos en noviembre de 2007 cuando estuvimos en Lima llevando a cabo un seminario para escritores, de esos que regularmente realiza nuestra Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos. Allí no solo entramos en contacto con ellos sino que disfrutamos de su gratísima hospitalidad. Incluso los chilenos, a quienes el general Donayre parece no tenerles muchas simpatías.
Pero estos diez tienen otra virtud en común. Son gente que se esfuerza. Y esperamos que lo que agarren, no lo suelten jamás.
Con esto, estamos tocando el punto medular de este artículo.
Cuando durante las clases les enseñamos técnicas y les presentamos retos inspiracionales, entre clase y clase y casi sin que ellos se dieran cuenta les fuimos inoculando unas dosis más o menos fuertes de un suero motivador con el cual pretendíamos (y pretendemos, porque seguimos usándolo ya que constituye uno de los pilares sobre los que se sustenta el quehacer y la razón de ser de nuestro movimiento) afectarles seriamente su cerebro y su manera de pensar. Esto es una de las partes más difíciles de nuestro trabajo: convencer a quienes sienten el llamado a escribir de que es muy posible que Dios haya puesto sus ojos en ellos para que lleguen a ser escritores permanentes o, dicho de otra manera menos «cristiana», escritores profesionales. Pensar en términos de escritores profesionales, reconocemos, no lo consigue un maestro por más que lo repita en el aula. Se consigue sólo aplicando la fórmula que alguien alguna vez acuñó y que, si mal no recuerdo dice que para escribir un libro se requiere de un 98 por ciento de esfuerzo y de un 2 por ciento de talento. Pues, estos diez miembros de ALEC-Perú están empeñados en transformarse en escritores para lo cual se encuentran empezando a llenar cuartillas con la esperanza de que un día sean un manuscrito digno de publicarse y, más aún, que lleve deleite a quienes los lean.
Al seminario de 2007 asistieron más de noventa; estos diez, entonces, constituyen casi el diez por ciento de ese total. No está mal. Pero creemos que hay más de diez. Quizás veinte.
ALEC-Perú, bajo el liderazgo del pastor y teólogo Jesús Aquino ha dado pasos que ningún otro grupo ha dado hasta ahora. Se han provisto de una organización local, han buscado regularizar su existencia acorde con las leyes peruanas y están desarrollando planes con los cuales no solo pretenden mantenerse con vida sino hacer sentir su presencia en el medio cultural peruano. Su fidelidad a ALEC internacional es inquebrantable.
Cuando estuvimos allá en agosto de 2007, visitamos algunas de las manifestaciones culturales que se dan a nivel de grupos de escritores y tertulias literarias. Supongo que Lima no es la única capital donde hay un movimiento activo en este sentido; sin embargo, fue allí donde una noche pudimos, como lo hacen algunos parranderos que van de discoteca en discoteca tomando y bailando, ir nosotros de tertulia literaria en tertulia literaria disfrutando, a la carrera, del compañerismo intelectual de nuestros hermanos peruanos y recibiendo la bienvenida sincera de gente de bien y que, de una u otra manera, tiene, como nosotros, inquietudes parecidas y metas muy similares.
Pero estos diez no van a estar trabajando solos. ALEC lleva muy dentro de su visión ministerial el concepto que para llegar a hacer de un principiante un escritor permanente, no puede dejar que se rasque con sus propias uñas. Así lo hicimos cuando en 2006 publicamos la Colección Primicias y así lo hicimos cuando en 2008 dos de nuestros miembros publicaron sus respectivas novelas. Y así lo seguiremos haciendo con los que vengan después de estos.
Para trabajar con el grupo que ilustra este artículo, ALEC ha movilizado a diez de sus mejores profesores y mentores para que, formando equipos de dos (¿No fue Jesús quien mandó a sus discípulos a trabajar de dos en dos?
Marcos 6:7) acometan juntos la empresa de escribir su primera novela.
ALEC es, en muchos aspectos, innovadora y, un poco con porfía y otro poco con visión, echa a andar por donde otros prefieren no hacerlo.
Cuando publicamos la Colección Primicias y mientras los autores, Luis Ruiz Doménech, Febe Jordà, Ana Rando, Miguel Ángel Moreno, José Luis Navajo, Bertha Carpio y Olinda Luna no salían de su asombro al ver sus esfuerzos convertidos en hermosos volúmenes, este Escribidor les dejó caer una ducha fría que no se esperaban y que los hizo reaccionar de maneras diversas. Tendrían que ser ellos mismos –y con ellos yo– quienes vendieran los libros. Había que devolver el dinero que en forma tan generosa y liberal (uso a propósito este término aunque en los círculos evangélicos es una muy mala palabra) nos prestó el entonces presidente de la Misión Latinoamericana, el Dr. David Befus. Y así, yendo casi de puerta en puerta y de iglesia en iglesia logramos no solo devolver el dinero dentro del plazo sino que esta experiencia proporcionó a los autores la inigualable oportunidad de interactuar con los lectores, muchos de los cuales no fueron mezquinos en expresarles sus felicitaciones por la obra que habían escrito. Esto no se veía en el mundo evangélico desde los tiempos en que nuestras calles sin pavimentar y nuestros caminos polvorientos eran recorridos por los ya desaparecidos colportores, quienes, sin embargo, vendían casi exclusivamente las Sagradas Escrituras.
¿Y nombrar «hermanos mayores» para que con los noveles recorran juntos las rutas de la escritura creativa? Hasta donde llega nuestro conocimiento, nadie ha hecho ni nadie está haciendo esto que pretende ser una práctica rutinaria de ALEC. ¿Son los escritores noveles los únicos beneficiados por esta estrategia? ¡Claro que no! Porque en la relación y en la amistad, y en el compañerismo que surge entre mentor y alumno, ambos obtienen beneficios. Y con ellos, todo el movimiento de ALEC. E incluso el Cuerpo de Cristo se enriquece. El acervo ministerial recibe nuevas energías. Y todos ganan. Esta es, precisamente, la razón que hemos tenido en crear y desarrollar cada vez que las circunstancias nos lo permiten, los Retiros Carles Pujol. No fuimos testigos personales, pero con los ojos de la imaginación podemos ver y seguir viendo cada vez que lo deseemos, a Luis Ruiz, autor de «Potifar» recorriendo con su amigo el Dr. Carles Pujol cerros y caminos apartados en su Barcelona querida. ¿De qué hablaban? Pues, de Potifar, de José, de Sacmis, la mujer de Potifar, bautizada así por Luis. Hablaban de Salitis, el Faraón y de Totmes, el traidor, de la ciudad de Avaris, del ataque lanzado por los babilonios contra Egipto y la valerosa defensa que hace el ejército egipcio. De cómo estructurar una frase y de cómo «pegar» dos ideas que costaba que se reconciliaran. Luis Ruiz nunca olvidará lo que la compañía del Dr. Pujol significó para él en ese tiempo de profunda creatividad literaria. Y no dudamos que los escritores peruanos que empiezan a vivir idéntica experiencia tampoco olvidarán a sus mentores. Juntos, habrán de esforzarse, contra viento y marea, para llegar a la meta propuesta sin mayores tardanzas que las normales.
Por esto, la foto es todo un símbolo. Y una promesa.
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