Todo cambió cuando entendió en su corazón que le era necesario, como a Nicodemo, nacer de nuevo. A partir de entonces el padre Gilberto Aurelio Gómez Velásquez fue renovando su comprensión de lo que era servir a Cristo y a su pueblo conformado por todos los que le confiesan como Señor y Salvador. Tenía entonces cincuenta y dos años.
En el Evangelio de Juan, capítulo 3, se cuenta el encuentro de Jesús con Nicodemo, un principal entre los fariseos. En su conversación con él, Jesús le plantea un dilema, que es el de todas las personas que escuchan del Evangelio, le dice:
“Tienes que nacer de nuevo, quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”. ¿Qué pasó con Nicodemo después de su diálogo con Jesús? Algunos comentaristas dicen que simpatizaba con él, pero que de ahí no pasó. Otros consideran que fue tal su compromiso con el Señor que el fariseo (¿tal vez ya no lo era?) defiende a Jesús ante el Sanedrín; y tiene el valor de –junto con José de Arimatea- ungir el cuerpo del Señor y darle sepultura.
El padre Gilberto solía citar el caso de Nicodemo. Les explicaba a sus oyentes que no podía decirse con certeza que el dirigente fariseo hubiese nacido de nuevo. Pero lo que sí afirmaba con seguridad es que la Palabra de Dios es viva y eficaz. Fue esa Palabra la que resuena en su ser y le lleva a clamar en el nombre de Jesús por la presencia del Espíritu Santo en su vida, y así nace de nuevo. Pero antes hubo una historia que es necesario contar.
En una predicación Aurelio Gómez así lo evocó:
“Yo estuve cuarenta y cinco años en una caverna, en una cueva, pero el Señor me rescató. ¿A qué cueva me refiero? A la cueva de la idolatría, la cueva de la maldición, de la pobreza, de la enfermedad, de los miedos, de las angustias, de la presión del de arriba en la pirámide eclesial, y los de abajo soportábamos el peso de todo aquello”. Por supuesto se refiere a todos sus años como sacerdote católico.
En abril de 1979, en un congreso de grupos católicos de la renovación carismática que tiene lugar en Toluca (a hora y media del ciudad de México por carretera), el sacerdote Aurelio Gómez recibe palabras sencillas que lo cimbran,
“Dios te ama. Esa palabra llegó a mi corazón. Sentí como electricidad que recorría todo mi cuerpo. De mis pies a la cabeza, de la cabeza a mis pies. Me puse a temblar, y en ese momento pasó por mi ser como una película de toda mi vida, mis éxitos, mis fracasos, lágrimas, errores, pecados. Todo en ese momento pasó por mi mente. Empecé a llorar, con un llanto estertóreo que me ahogaba. El hombre que me dijo las sencillas palabras que tanto me conmovieron se espantó y dijo que era necesario hacer una oración de sanidad de la memoria. Yo no le hice mucho caso, estaba completamente inmerso en lo que estaba experimentando”.
Aurelio, ya profundamente tocado por el Espíritu del Señor, se incorpora a la reunión y recuerda un sencillo canto que entonces entiende describe lo que momentos antes le ha sucedido: “Cristo rompe las cadenas, Cristo rompe las cadenas…”.
De regreso a su parroquia, el padre Gilberto desempolva su Biblia y se pone a leerla. Cada porción le daba luz, los versículos le llevaban al llanto y a la esperanza. Cuenta que por un año tuvo periodos constantes de llanto, que atribuye a su dureza anterior, cuando simplemente oficiaba como sacerdote pero sin una relación viva con Dios.
Comienza a compartir con sus feligreses, con amigos y conocidos su experiencia. Inicia con un grupo de diecisiete personas que se multiplica y en dos años son cuatro mil. Les predica sobre el nuevo nacimiento en Jesús, del poder del Espíritu Santo y las implicaciones de ser testigos y discípulos de Jesucristo.
Entonces empiezan los problemas, no con la gente sino con la jerarquía católica. Sus superiores, en esa cúpula, no aceptaban las manifestaciones del Espíritu Santo que tenían lugar en las reuniones. Le dicen al padre Aurelio que todo eso no era de Dios.
El padre Aurelio lee ávidamente la Biblia y hace suyas las promesas que el Señor da a sus discípulos, de que el Espíritu Santo haría señales y prodigios en la familia de la fe y en los de afuera. Pronto el Señor le usa para que, por medio de la oración, enfermos sean sanados. La necesidad de un lugar más grande le lleva a buscar uno, que encuentra en un terreno grande pero carente de servicios de urbanización. Es necesario decir que el “Éxodo al cerro” fue por necesidad de más espacio, pero también por la “invitación” a salir de su parroquia que le hicieron las autoridades católicas. Esto acontece en noviembre de 1982: “
Cuando el grupo carismático salió corrido de la ciudad al monte, a unas lomas pelonas, áridas, junto a un pestilente basurero, el Espíritu no se detuvo, obró más poderosamente con milagros y portentos. El Espíritu no sopló en los grandes y ricos edificios tradicionales de culto, sopló en un lugar humilde y apartado, como en el pesebre de Belén donde nació Jesús, en un establo que olía mal”. Había nacido lo que llamaron “Monte María”, un lugar nominalmente católico pero que en creencias y prácticas ya no lo era.
El padre Aurelio y los miles que le siguieron dieron pasos que de manera creciente les fueron contraponiendo con la Iglesia católica. No buscaron esa confrontación, sino que ésta fue resultado de una fe sencilla basada en las enseñanzas neotestamentarias. Al cumplir 25 años de su conversión
, en abril del 2004, el ya pastor Aurelio Gómez Velázquez deja constancia del proceso que, sin proponérselo, comienza en aquella reunión de Toluca:
“El viento del Espíritu sopló, quiso soplar dentro de las estructuras de la religión católica. Sopló allí donde vivía, con sotana, cuello romano blanco, clerical, en medio de imágenes y sacramentos de idolatría y signos sin gracias, sin fe. Allí en una parroquia llena de liturgias y ceremonias. El Espíritu sopló con viento fuerte y me sacó, me liberó, rompió mil cadenas y me hizo libre. Sopló el Espíritu pero no sabía de dónde venía ni a dónde iba, ni a dónde llegaría…El Señor desató un avivamiento resplandeciente aquí en Atizapán y en El Nogal, Atlacomulco, estado de México. Pero lo más maravilloso fue quitarme la sotana en su sentido pleno y total, renunciar a la doctrina, costumbres, legislación, tradiciones y estructuras católicas”.
La renuncia a sus deberes para con la Iglesia católica sucede el 10 de diciembre de 1996. Aurelio Gómez solamente quiere proclamar a Cristo, no tiene entre sus planes promover campaña alguna de denuncias contra el catolicismo y sus líderes nacionales e internacionales. Pero la jerarquía católica piensa otra cosa y desata una serie de acciones contra quien considera en flagrante error y rebeldía. El asunto adquiere gran dimensión, sobre todo si se considera que según cálculos de la Iglesia católica la de “Monte María” es, en 1996, la segunda comunidad católica más grande del país.
Firmado por el arzobispo de Tlalnepantla, Ricardo Guízar Díaz, llega a las parroquias de toda la diócesis un documento que anuncia:
“Con sumo dolor tengo la pena de comunicar a la Comunidad Católica que el Pbro. Gilberto Gómez Velázquez, quien reside en esta Arquidiócesis y que estaba a cargo de la Capellanía de Nuestra Señora de la Salud, comúnmente conocida como Monte María, me ha manifestado su decisión libre, plena y consciente de abandonar la Fe Católica y el Ministerio Sacerdotal. Me veo en la penosa necesidad de declarar que, al apartarse de la Comunión de la Iglesia (...) dicho presbítero ha incurrido automáticamente en EXCOMUNIÓN(...) En consecuencia, de ahora en adelante, queda prohibido a todos los fieles acudir a Monte María o a cualquier otro sitio donde dicho presbítero participe o dirija reuniones de oración de sanación o de culto”.
Para explicar lo que ha sucedido con el “padre Gilberto”, el arzobispo sostiene que su cambió se explicaba por las malas influencias de cristianos evangélicos. En su óptica el problema que paulatinamente se suscitó en “Monte María” se debió a
“la injerencia de protestantes que se acercaron al padre Gilberto Gómez y fueron atrayéndolo”. A raíz de ese hecho, asegura,
“el padre se fue apartando de la verdad católica”. Lo cierto es que las relaciones con líderes evangélicos fueron posteriores a la conversión y la organización de “Monte María”. Al padre Aurelio le pasó lo que a muchos antes en la historia, descubrió por su lectura de la Palabra y la acción del Espíritu Santo que la salvación es por gracia y mediante Jesucristo únicamente. Ya después entró en contacto con quienes tenían esas mismas convicciones.
A la par de su renuncia a la Iglesia católica, Aurelio Gómez y un equipo que le acompaña inician el ministerio que denominan
Tierra Prometida. El grupo confía en que el Señor prosperaría su caminar. Los milagros de sanación no sólo continúan sino que se multiplican. Personas aquejadas de enfermedades diagnosticadas como de muerte en poco tiempo son levantadas, las oraciones fervientes para que el Padre mostrara su poder eran respondidas en formas sorprendentes. A “Monte María”, un lugar de 33 mil metros cuadrados, le siguió “El Nogal”, de un millón ciento ochenta mil metros cuadrados”, en el que llegan a congregarse más de doscientas mil personas.
Cabe mencionar que desde su salida de la parroquia para ir a levantar “Monte María”, recordemos que esto sucede en noviembre de 1982, el “padre Gilberto” decide poner frases bíblicas en pendones en lugar de imágenes de vírgenes y santos. Él nada más, pero nada menos, quería predicar el Evangelio de Jesucristo. La preeminencia de Jesús ha quedado bien reflejada en la Confesión de Fe de Tierra Prometida, Asociación Religiosa:
“Creemos en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne. Él es el mismo ayer, hoy y para siempre. Él es el Salvador del mundo, quien nos ha librado del dominio del pecado y nos ha reconciliado con Dios por su muerte en la cruz. Él resucitó de los muertos y vive para siempre. Él es la cabeza de la Iglesia, el Señor exaltado, el poderoso sanador que viene otra vez para reinar en gloria”.
Un instrumento que trajo grandes bendiciones al ministerio encabezado por Aurelio Gómez fue el impulso decidido que hizo en sus grupos de la lectura de la Biblia en lenguaje comprensible para la gente sencilla, la versión
Dios habla hoy, conocida también como versión popular. La Revelación en papel y tinta, la Biblia, se conjunta con la Revelación en carne, Jesucristo; y el Espíritu Santo ilumina a los creyentes para comprender y vivir conforme a los valores del Reino de Dios. Por lo mismo en la Iglesia Tierra Prometida, dice el documento ya citado.
“Creemos que toda la Escritura es inspirada por Dios a través del Espíritu Santo para instruirnos en la salvación y educarnos en la justicia. Aceptamos las Escrituras como la Palabra de Dios y como la norma confiable y fidedigna para la fe y la vida cristiana. Guiados por el Espíritu Santo como Iglesia, interpretamos la Escritura en armonía con Jesucristo”.
Una gran celebración, una gozosa fiesta, se organiza el domingo 25 de abril del 2004, para celebrar dos décadas y media de su encuentro personal con Jesucristo. Un hombre de setenta y siete años, todo vitalidad, el pastor Aurelio Gómez Velázquez, llama a su vasta audiencia para que tenga un nuevo nacimiento. Les recuerda que el Espíritu Santo tiene poder para cambiar los corazones y hacer milagros de todo tipo. Aquel era un día soleado, en el que Aurelio daba gracias a Dios por el gozo de la salvación, por la irrupción del Espíritu Santo en su vida.
A partir de su conversión, Aurelio Gómez predicó, enseñó, a millares la salvación en Jesucristo y del don del Espíritu Santo que Dios derrama en los creyentes. Lo hizo hasta el día que entró en el reposo de su Señor, el 7 de abril del 2006. Del pastor Aurelio puede afirmarse con seguridad lo que dice
Apocalipsis 14:13:
“Dichosos…los que mueren unidos al Señor. Sí –dice el Espíritu-, ellos descansarán de sus trabajos, pues sus obras los acompañan” (
Dios habla hoy).
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