Una de la reglas del periodismo es no presuponer que los posibles lectores conocen datos brindados en notas informativas y/o artículos de opinión anteriores. Pero hoy la regla ya
no es tan imperativa, gracias a que las hemerotecas virtuales permiten con facilidad la consulta de publicaciones atrasadas. En el caso de
La Jornada, su excelente sitio de Internet es una herramienta que facilita enormemente la búsqueda de números pasados. Por lo anterior invito a quienes sigan este artículo, para que abran la edición digital del diario correspondiente al pasado 30 de julio, y lean el artículo que entonces escribimos, titulado “El martirio de Miguel
Caxlán”. De hacerlo van a tener elementos para seguir mejor esta “segunda parte” de la historia. Todavía más datos tendrá quien decida acceder al
archivo de Protestante Digital, donde permanecen varias de nuestras colaboraciones dedicadas al personaje.
El caso del líder chamula protestante desde un principio fue, para mí, la comprobación de dos facetas poco estudiadas por los científicos sociales de nuestro país. Esos dos rostros son, por un lado, la historia de la intolerancia al cambio religioso en algunas comunidades tradicionales de México y su caudal de persecuciones. Por el otro es la constatación de la persistencia de los perseguidos y los mecanismos de defensa construidos para resistir los vendavales.
Un elemento adicional a los mencionados, que me llevó a hurgar en el tópico, fue el espacio social donde se desarrollaron los acontecimientos que confluyeron en el violentísimo asesinato, el 24 de julio de 1981, de
Caxlán: en comunidades indígenas, particularmente en Los Altos de Chiapas, zona de interés mundial a partir del movimiento zapatista iniciado en 1994. Antes que éste hubo en la historia de Chiapas varias luchas indígenas contra distintas formas de dominación, tanto externas como internas. La lid de los indios e indias protestantes en favor de su derecho a elegir y reproducir su nueva identidad, distinta a la tradicional, tiene que ser vista como parte de las movilizaciones de los pueblos originarios contra quienes buscan petrificarlos en una historia imaginaria, pero que tiene escasos asideros en la realidad histórica.
La gesta de Miguel
Caxlán y sus seguidores, la continuada respuesta estigmatizadora de sus adversarios y la violencia que desataron, así como la inacción de las autoridades de los distintos niveles de gobierno que dejaron de cumplir su deber de salvaguardar los derechos de los indígenas protestantes, coincidieron para forjar hechos que deben ser conocidos más allá del círculo en que continúan transmitiéndose oralmente. Esa historia es la de una brutal y
continuada violación de los derechos humanos sin paralelo en el país.
Entre la extensa falta de registro de atrocidades cometidas contra las minorías en México, las infligidas a los protestantes son de las más invisibilizadas. En la extensa y variada obra de Carlos Monsiváis hay un reiterado esfuerzo por ir contra esa corriente que simplemente ni ve ni oye la discriminación, la violencia simbólica y física de que han sido objeto los indios e indias protestantes.
Dice Carlos Monsiváis (revista
Contrahistorias, marzo-agosto de 2005)
que “Ninguna historia nacional lo cubre todo, pero en la visión histórica a nuestro alcance lo omitido o ni siquiera registrado es abrumador… Y tampoco se acepta lo
histórico de la lucha a favor de los derechos humanos y contra la intolerancia, como no se registra el genocidio por acumulación, ejercido contra los protestantes…
Como se quiera ver, el mero registro público de una matanza es un espacio ganado a la impunidad que ha invisibilizado sus crímenes. Por supuesto, la impunidad todavía prevalece y muchos de sus grandes crímenes son económicos, pero si se minimiza lo avanzado se le reduce todavía más. En la lucha contra la impunidad ningún adelanto es insignificante, así como ninguno es todavía permanente. Hace falta la historia de las luchas y el destino de los heterodoxos mexicanos del siglo XX, [como la de] los protestantes (la segregación bárbara, los linchamientos de todo tipo y la terquedad en el ejercicio de su fe)”. Y precisamente de lo último trata mi intento por registrar el martirio de Miguel
Caxlán: de su segregación bárbara (por parte del tradicionalismo caciquil chamula y las autoridades gubernamentales que lo dejaron en el desamparo), el linchamiento simbólico y físico de que fue víctima, y de la obstinada defensa de sus creencias.
Valga lo anterior para explicar el otorgamiento de un galardón que lleva el nombre del desconocido líder indígena, Miguel Caxlán, al reconocido escritor, Carlos Monsiváis, por su continua defensa de los derechos de las minorías religiosas, particularmente de la comunidad protestante/evangélica.
La emotiva ceremonia de entrega del Premio Miguel
Caxlán, en su primera edición, tuvo lugar la noche del pasado viernes en la capilla del Seminario Teológico Presbiteriano de México. Hemos ofrecido al entrañable Pedro Tarquis que el video del acto lo tendrá pronto en sus manos, para que la comunidad que sigue
Protestante Digital conozca el discurso que Carlos Monsiváis entregó a la nutrida audiencia que le escuchó en vivo y en directo.
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