Se nos narra la tragedia. La guardia costera de Almería rescata un bote a la deriva. Les había fallado el motor y el viaje se transformó en un espectáculo dantesco. Los niños de entre doce meses y doce años, no pudieron resistir la exposición al calor. Nueve de ellos murieron. Las madres tuvieron que ir tirando al mar a sus propios hijos ya muertos. Sólo un niño quedó vivo y está hospitalizado. Quizás salve la vida. También murieron seis adultos. El resto, hasta treinta y tres, llegaron exhaustos, debilitados, deshidratados, al borde de la muerte.
¿Por qué ocurren estas cosas? ¿Qué responsabilidad puede tener España en estos infortunios? Yo creo que ni más ni menos que el resto de los países ricos del mundo. Hay quienes, desde diferentes instancias políticas nacionales o internacionales, acusan a España de que, con la última regularización, ha producido un “efecto llamada”. Son acusaciones no muy fundamentadas en el contexto internacional de pobreza.
Más que un efecto llamada, hay un “efecto huída” de los pobres del mundo. Huyen de la carencia de alimentación de sus hijos, de la falta de recursos sanitarios y educativos, de la miseria y la hambruna. Creo que esa es la gran fuerza que se impone por encima de cualquier efecto de llamada que haya podido producir la regularización de inmigrantes que hizo el gobierno de Zapatero. Es la huida hacia delante ante la terrible necesidad de estas gentes, de estos pueblos y países.
Es curioso que estas avalanchas de inmigrantes ocurren cuando en Europa se lanzan voces que criminalizan a la inmigración, cuando se aprueba tener a los inmigrantes ilegales hasta 18 meses en Centro de Internamiento para Extranjeros por el simple hecho de ser ilegal, como si el ser humano pudiera ser ilegal. Si las cárceles del mundo están llenas de inmigrantes, drogodependientes y pobres, ahora se da un plus de ignominia: nuevos centros de internamiento para inmigrantes.
Mientras, la globalización impregnada de un neoliberalismo insolidario, agranda las distancias entre los ricos muy ricos y los pobres muy pobres. Globalización que necesita de países pobres donde conseguir mano de obra barata y sumisa, junto a materias primas que usa indiscriminadamente siempre que las necesita. Somos deudores con el mundo pobre.
Habría que cambiar las políticas solidarias con estos países y las políticas de cooperación internacional. Hay que luchar tanto por el derecho a emigrar, como por el derecho a no emigrar. El derecho a no emigrar sólo se consigue con inversiones en estos países para aliviar la falta de empleo, la pobreza. Hay que invertir más en proyectos de codesarrollo, intentando los países solidarios evitar la corrupción en torno a estas inversiones solidarias.
El dar comida y el asistencialismo no bastan por sí solos. Hay que ir más allá. Hay que ir en busca de justicia social redistributiva en el mundo, que todos puedan participar de los bienes del mundo sin que haya grandes acumuladores. Hay que atajar las causas de la pobreza en el mundo y vincularla a las causas de esa necesidad hasta la muerte de los movimientos migratorios internacionales... aunque fuera por egoísmo propio. Las migraciones son la punta de un iceberg que nos muestra el malestar por la injusticia en el mundo. No habrá paz mientras no haya justicia. Y en estos casos de tanta desigualdad tiene que ser una justicia misericorde, lo cual le haría una justicia más humana y facilitadora de la paz en el mundo... porque en el mundo puede haber alimentos suficientes para todos, pero se está repitiendo la parábola de Jesús del “rico necio” que no compartía, sino que agrandaba sus almacenes para poder guardar más: ¡Necio! Así, sin justicia, sólo habrá múltiples violencias y muerte en el mundo.
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