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Arcadio Morales, en los albores del protestantismo mexicano

Es un imperativo rescatar la memoria de los primeros protestantes mexicanos. Su historia ha sido eclipsada por privilegiar las biografías de los misioneros extranjeros que en el siglo XIX trabajaron en el país para consolidar iglesias evangélicas. El rescate mencionado nada tiene que ver con un nacionalismo que obnubila la aportación de quienes llegaron de otras naciones, convencidos de que era tiempo de sembrar el mensaje protestante, más bien se trata de ensanchar la historia de un proceso ric
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 11 DE JULIO DE 2008 22:00 h

Nuestro personaje es descrito por uno de sus biógrafos como “un desheredado que supo salir por sí mismo de la miseria ambiente para convertirse en un luminoso guía de las juventudes cristianas, en un líder de Cristo y para Cristo, pudo oír a tiempo, muy a tiempo, la llamada del Señor y dedicarse a Él y amarle con todo el corazón, con todas sus fuerzas y con todo su entendimiento”.

Arcadio Morales Escalona nació en un México convulsionado, el posterior a la Independencia y el enfrentamiento entre liberales y conservadores. Entonces la nación mexicana se debatía por librarse del férreo control de la Iglesia católica. Vio la luz en la ciudad de México, el 12 de enero de 1850. Su padre, Bartolo Morales, era herrero y su madre, Felipa Escalona, era una indígena pura. Desde su infancia mostró inquietudes por aprender de manera autodidacta. A los trece años trabajaba como aprendiz de hilador de oro. Una noche después de terminada su jornada laboral entró en una biblioteca y solicitó en préstamo una Biblia. Junto con su madre leyó varios pasajes, que causaron profundo impactó en los dos.

Años después, ya como pastor de la Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador, situada en el perímetro hoy conocido como Centro Histórico de la capital mexicana, escribiría acerca de los comienzos del trabajo evangélico en la ciudad.

Es necesario recordar que después de la promulgación de la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860, dada por el presidente Benito Juárez, varios núcleos que podemos considerar en vías de ser evangélicos pudieron hacer públicas sus reuniones. A una de éstas asistió Arcadio Morales. Pero dejemos que él, en sus propias palabras, narre lo acontecido:
Según todas las noticias que por todas partes del país he podido adquirir en los treinta y un años que ahora tengo de creer en Cristo (escribe esto en 1900, CMG), el principio del movimiento verdaderamente cristiano que ahora existe en la nación, se debe en primer lugar a la Biblia en el idioma del pueblo. Antes que hubiera congregaciones, ministros del país o extranjeros, antes que se estableciera el culto en toda forma, se conoció la Biblia protestante, impresa probablemente en Londres por una Sociedad especial.

Es verdad que en España y en México se habían hecho algunas ediciones populares, hasta cierto punto, pero éstas costaban mucho, veinte o treinta pesos, y estaban cargadas de comentarios que ya en el confesionario, ya en el púlpito eran recomendadas más que las mismas palabras inspiradas. Además, para poderlas leer aun así, se requerían: 1) Licencia del director espiritual. 2) Confesar y comulgar. 3) De rodillas, con una vela ardiendo aunque fuera de día, y que la vela fuera bendita. Con estos requisitos y el cuidado que tenían los sacerdotes de presentar el Libro de Dios en el mismo nivel que El año cristiano, Electo Desiderio, Las bulas papales y vidas de multitud de santos, Las Sagradas Escrituras fueron infructuosas en la Iglesia católica.

Pero, ¿cómo entraron las biblias protestantes al país cuando las preocupaciones del pueblo, las leyes civiles y la vigilancia rigurosa del clero lo impedían? Según mis informes, de varias maneras: A) Los mineros protestantes que venían a negociar las traían. B) Los buques que traficaban en las costas del Golfo, especialmente sus tripulantes, las tiraban en las playas o las esparcían de otros modos. C) Los invasores americanos las trajeron en sus mochilas en 1847. D) Los mexicanos que pasaban el Río Bravo, al venir de Texas traían consigo sus biblias y nuevos testamentos. E) Los invasores franceses en 1862. De esta manera se conoció La Escritura desde la primera parte de este siglo.

Aquí interrumpimos el escrito de Arcadio Morales para hacer constar un dato que el desconocía, pero que gracias a la investigación de Gonzalo Báez-Camargo (a quien nos referimos en nuestras dos colaboraciones anteriores en Protestante Digital) ha quedado bien establecido en una pequeña y valiosa obra: El doctor Mora y la causa bíblica en México. En 1827 llega a México el enviado de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, James Thomson, quien recibe el apoyo del sacerdote católico liberal José María Luis Mora. A pesar de la oposición del conservadurismo religioso y político, Thomson tiene importantes logros en la distribución de la Biblia.

Continuamos con el relato de Arcadio Morales: Pero es preciso convenir que había alguien en los Estados Unidos o en Inglaterra dirigiendo este trabajo, porque los volúmenes que se introducían eran en español, y los que los traían generalmente no conocían ese idioma. ¿Quién dirigía esa propaganda? ¿Era una iglesia, una sociedad, un individuo? Todavía no se ha llegado a saber, todavía, y tal vez hasta el Gran día se sabrá.

Las logias masónicas, especialmente las neoyorkinas y escocesas, es verdad que tenían las Sagradas Escrituras y las leían como parte de sus ritos y sobre ellas pronunciaban sus juramentos solemnes, pero es bien sabido que los masones no tenían la Biblia fuera de sus logias, y el hecho que paso a referir lo demuestra claramente. El señor Sóstenes Juárez era un mayor del ejército liberal, masón, enemigo acérrimo de los sacerdotes católicos; pero no sabía nada de la Biblia, mas por fortuna sabía algo del francés, y queriéndose perfeccionar en ese idioma que era de moda en aquellos días, se hizo de la amistad de un capellán del ejército invasor, protestante, quien creo que intencionalmente eligió la Biblia como libro de texto para su discípulo, el señor Juárez. Esto dio lugar a que conversaran acerca de la religión reformada, naturalmente, instruyendo el capellán al mayor respecto al protestantismo. Por aquel tiempo llegó Maximiliano, el llamado Emperador de México, frustrando las esperanzas del partido clerical con declarar subsistentes las Leyes de Reforma, y por consiguiente quedando en pie la libertad de cultos.

Entonces fue cuando don Sóstenes Juárez se decidió a plantear el culto evangélico en la capital de la República, por supuesto aconsejándose siempre del capellán del ejército francés, quien le dio una idea de los episcopales, luteranos, puritanos, cuáqueros, S.S., decidiéndose el reformador a establecer un culto que algo se parecía al episcopal porque tenía una liturgia escrita; al metodista porque permitía que todos tomaran la palabra en la lectura; oraciones y exhortaciones en el culto de los martes, y al presbiteriano porque no reconocía a los obispos, y por último a ninguno porque aunque él bautizaba y celebraba la Santa Cena del Señor, no se consideraba sino como presidente de una sociedad. Así titulaba oficialmente a su corporación. Yo tengo el sello oficial de esa reunión de los primitivos creyentes de la ciudad de México, que como un recuerdo me dejó el señor Juárez, y entiendo que aquella Biblia francesa que el capellán regaló al señor Juárez, éste se la donó años después al obispo Kenes, primer ministro metodista del Sur que vino al país.

¿Cómo se estableció el primer culto? Voy a decirlo como lo contaba Juárez muchas veces. Una vez que hubo conseguido el local, imprimió unas tarjetas invitando a los verdaderos liberales a los servicios religiosos, quienes acudieron en número de seis u ocho a la primera reunión, pero ninguno era conocido de él; iban por mera curiosidad pero formaban cuerpo, seguían así por algún tiempo, pensando cada uno que los otros eran creyentes y sólo él era el extraño. Uno de esos curiosos y medio amigo del protestantismo fue mi suegro el señor Eusebio Trejo. Al hacer esta aclaración veo que la Biblia que le dio Juárez está impresa en Londres y lleva fecha de 1864. Queda pues fuera de duda que esta Sociedad fue la que nos mandó las primeras Escrituras. Si se quiere aclarar este punto histórico, bastará saber qué Sociedad Bíblica imprimía la Biblia en español, con los libros apócrifos, pues la que nosotros leímos por los años 1859 al 61 eran de esta clase. Diré de paso que el primer agente de la Sociedad (Bíblica) Británica que vino al país fue el señor Juan B. Buttler (en realidad el primer enviado de esa Sociedad fue, como se dijo antes, James Thomson).

Los congregantes más fieles del señor Juárez fueron los señores José Parra y Álvarez (teniente coronel), Lauro González (coronel), Evaristo Meza (ebanista), Eusebio Trejo (mayor) y Julián Rodríguez, tío del señor Manuel Zavaleta, por quien éste y yo conocimos el culto evangélico más tarde.

El culto que había establecido el primer predicador protestante carecía de cantos, hasta que vino el señor Enrique C. Riley (quien pastoreaba una iglesia de habla hispana en Nueva Cork y fue enviado a la ciudad de México en 1869, por la Misión Americana Cristiana y Foránea, CMG), quien introdujo esta mejora tan importante y que contribuyó en gran manera al adelanto de la causa evangélica en la ciudad. El primer himnario se componía de cuatro páginas con siete himnos, los cuales eran los siguientes: A nuestro Padre Dios, Ven a Cristo, No os detengáis, seguid a Cristo, Voy al cielo, Al cielo voy, Oh, Salvador, y Oh dulce grata oración. El primero que el señor Riley enseñó fue este: Voy al cielo.

Debo decir que antes del señor Sóstenes Juárez hubo un grupo de sacerdotes que se llamaron Los padres constitucionalistas porque de alguna manera aprobaron la Ley fundamental del país y las Leyes de Reforma después. Estos señores fueron: Enríquez Orestes, Aguilar y Martínez. Yo conocí a los tres. Estos señores consiguieron del presidente de la República, Benito Juárez, unos templos que fueron San Pedro y San Pablo, y la Merced para celebrar el culto reformado, pero cuando el Presidente vio que la reforma consistía en 1) Desconocer al Papa, 2) Celebrar la misa en español, 3) Dejarse crecer la barba y montar a caballo, vistiéndose de charro en lugar de llevar ropa talar, entonces Juárez les quitó los templos que les había dado por pocos días. A Aguilar yo lo vi, así, decir misa en latín: a Orestes le vi entre los episcopales de quienes recibió por mucho tiempo cincuenta pesos en oro mensuales, y jamás pronunció la bendición siquiera, al fin volviendo al seno del catolicismo, sirviendo como cura de parroquia de Tacubaya después de escribir una carta contra el protestantismo. Martínez era director de un colegio secular, y a Aguilar jamás lo vi ni por un momento en público ni en privado con los protestantes, y cuanto se ha dicho de él, es sin el más mínimo fundamento histórico.

Cuanto digo sobre este particular descansa en la experiencia de treinta y un años, durante los cuales, el tiempo más largo que he estado ausente de la capital no ha llegado a dos meses, y nunca vi ni supe nada de aquel señor Aguilar. Un señor Lozano, de Tamaulipas, también sacerdote católico, se separo de la Iglesia católica. El Ramo de Olivo publicó su retrato y sus planes. Estos fueron los principios del Evangelio en México.

Para cuando llegan de manera organizada e institucional los misioneros extranjeros (1871-1872), preponderantemente norteamericanos, ya existían núcleos protestantes con liderazgos nacionales y dichos núcleos articulan sus esfuerzos con los venidos de afuera. Desde su conversión en 1869, Arcadio Morales fue muy activo en la evangelización.

Estableció vínculos con misioneros presbiterianos y se preparó para el pastorado. Estudió en la que fue la primera sede del Seminario Presbiteriano, en la conocida como “La Casa Chata”, en Tlalpan, Distrito Federal. Fue el primer pastor mexicano de la Iglesia el Divino Salvador, hasta su muerte en 1922. De esta congregación salieron distintas personas a evangelizar a casi todos los estados del país.

Arcadio Morales trabajó incansablemente capacitando a los evangelizadores y a quienes hacían tareas de discipulado. También redactó múltiples escritos, sobre todo de corte periodístico, que fueron publicados en la revista El Faro. Fue un predicador elocuente, con sólida formación bíblica, que despertaba hambre por la Palabra de Dios en quienes le escuchaban. Autodidacta nato, se preparaba constantemente y animaba a otros para que crecieran en el conocimiento de la fe y trabajasen arduamente en la evangelización, discipulado y servicio para suplir las necesidades materiales de la gente. Fue un testigo participante tanto de los primeros pasos de las iglesias evangélicas en la ciudad de México como de su consolidación y decidido crecimiento.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Silvia Quezada
15/04/2011
16:29 h
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Hola, soy descendiente de Manuel Zavaleta. ¿Tiene información acerca del pastor? Gracias.
 



 
 
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